¿Os imagináis cómo sería el mundo si utilizásemos los mismos coches que en el siglo XIX? ¿O los mismos teléfonos? ¿O las mismas cámaras de fotos?
Sería raro, ¿verdad? ¿Y si os dijera que hay algunos inventos que no han cambiado desde entonces? Hoy, desde la Universidad de Burgos, aprovechando que es el 150 aniversario de la tabla periódica, queremos contaros un poco más acerca de su historia y por qué los científicos seguimos utilizando esta tabla de hace siglo y medio. ¡Comenzamos!
Hay una pregunta que los seres humanos nos íbamos haciendo durante muchos siglos y es ¿de qué están hechas las cosas? ¿Cuáles son los ingredientes de la realidad? Los griegos tenían sus propias teorías y pensaban que todo estaba hecho de fuego, de aire, de... tierra...
Así de simple. No tenían pruebas, pero tampoco dudas. Estas ideas sobrevivieron durante muchos siglos, pero con el paso del tiempo los científicos se dieron cuenta de que los elementos que forman las cosas no eran el fuego y el aire, eran más bien el cobre, el hierro, el carbono, el silicio... todos esos elementos que ahora a la mayoría nos suenan.
Esto sin embargo complicó mucho la tarea a los científicos, ya que el número de elementos que tenían que estudiar se incrementó notablemente. Para que os hagáis una idea, en el año 1800 ya conocían 33 elementos distintos y 50 años más tarde ya habían descubierto otros 30. Para el colmo, cada elemento tenía sus propiedades únicas, lo que hacía que fuese muy difícil estudiarlos en su conjunto. Para resolver este problema hay poner un poco de agua en el agua. poco de orden, los científicos se centraron en hacer una buena clasificación de todos los elementos conocidos hasta la época.
Durante todo el siglo XIX se hicieron distintas propuestas para organizar los elementos y poder ver de forma sencilla en qué se parecen y en qué se diferencian. Pero la solución definitiva no llegó hasta 1869, de manos de Dmitri Mendeleyev, un químico ruso que, entre otras cosas, era conocido porque definió la composición perfecta del vodka en 40 grados de alcohol. Ni más ni menos. La gran idea de la época era que el alcohol se convirtiera en un producto idea de Mandelier fue la siguiente. Ordenó todos los elementos conocidos en la época de menor a mayor, es decir, puso a la izquierda los más ligeros y a la derecha de su tabla los más pesados.
Pero de vez en cuando hacía saltos, como si empezase un nuevo renglón. Y esto lo hacía para asegurarse de que en una misma columna todos los elementos tuviesen unas propiedades parecidas. Por ejemplo, si nos fijamos en la primera columna, la de los metales alcalinos, todos estos son metales blandos y muy reactivos.
De hecho, todos tienen la propiedad de que explotan si entran en contacto con agua. Sin embargo, estas ideas no eran del todo nuevas. De hecho, otros científicos ya habían propuesto clasificaciones similares a la de Mendelier. Pero por lo que destacaba Mendelier era porque estaba tan convencido de que en una columna tienen que existir elementos similares entre sí, que en el momento que no encontraba un elemento que encajase a la perfección con sus cálculos, decía...
Vamos a dejar un hueco en blanco y aquí lo que pasa es que la comunidad científica todavía no ha encontrado el elemento que tiene que ocupar este hueco. Sin embargo, viendo las propiedades que tienen sus elementos hermanos... podemos ser capaces de predecir las propiedades que tendrá este elemento aunque todavía no lo hayamos descubierto.
Predijo que debajo del aluminio tendría que existir un elemento que fuese un metal ligero, que se fundiese fácilmente y que tuviese una densidad de 1,5 milímetros. de exactamente 6 gramos por centímetro cúbico. Sin embargo, cuando exponía sus ideas a sus colegas científicos, le miraban raro. Porque claro, ¿cómo ibas a adivinar tantas propiedades de un elemento que nunca has visto? Por esto y por lo excéntrico de sus ideas, la tabla de Mendeleev no fue tomada en serio en un principio.
Sin embargo, sólo seis años después de su proposición, se cumplió una de sus predicciones, ya que en 1875 el químico francés Paul-Émile Lecoq descubrió un nuevo elemento. metálico que llamó galio en honor a su país de nacimiento. Dicho elemento, el galio, era un metal que podía fundirse solamente con el calor de la mano y que tenía unas propiedades químicas exactamente iguales a las que había predicho Mendeleev sólo unos años antes.
El único problema es que la densidad del metal era un poco menor a la que había predicho Mendeleev. En vez de 6, el químico francés dijo que la densidad del galio era de 4,7. Para otra persona esto hubiese supuesto un éxito roto.
pero no para Mendeleev, que recordemos era muy ruso y estaba totalmente convencido de que sus predicciones eran correctas. Así que, inmediatamente después, publicó un artículo en el que anunciaba que el investigador francés se había equivocado, que la densidad del nuevo elemento no podía ser 4,7 como él decía, sino que tenía que ser la que él había predicho. Ante esto la comunidad científica se quedó estupefacta, ¿cómo va a saber Mendeleev tanto de un elemento que nunca ha visto?
Sin embargo... Meses más tarde, el investigador francés Paul-Émile Lecoq tuvo que sacar un artículo en el que admitía que efectivamente había cometido un error y que la densidad del nuevo elemento llamado galio era exactamente la que había predicho Mendeleev. Con su tabla, Mendeleev sentó uno de los pilares de la química moderna, basándose en una idea muy simple, y es que las propiedades de los elementos presentan patrones, y estos patrones se repiten periódicamente.
Sin embargo, Mendeleev no sabía por qué ocurría esto. dado que la explicación no vino hasta seis años después de su muerte, cuando de verdad logramos entender el orden que rige los ingredientes del universo. Bueno, esto ha sido todo por hoy, muchísimas gracias, de verdad. Si os ha gustado sabéis que os podéis suscribir al canal y si queréis saber más de la tabla periódica estamos preparando otro vídeo en el cual vamos a hablar de cómo leer la tabla periódica y qué información podemos sacar de ella. ¡Os esperamos!
¡Ahí la sonrisa!