Una lectura a calímaco, por más sencilla que resulte, nos fuerza a concluir que es imposible separar al poeta del erudito. En sus exiguos textos conservados y en sus delicados fragmentos se reconoce su conocimiento de Homero, Esiodo, Píndaro, los líricos, los trágicos y un largo etcétera, que incluso se desdibuja porque nosotros ya no tuvimos las obras que él sí tuvo a la mano en la soñada biblioteca. Y en ese conocimiento, precisamente, como señaló Pedro Tapia, lo hace el primero de nuestros clásicos universales.
Es decir, un amante y conocedor de sus griegos. Sin embargo, Calímaco concedió que aquellos gigantes literarios eran dignos de respeto y admiración, pero no de emulación servil. Calímaco decidió ser Calímaco, y su amor al saber lo impulsó a horgar en los libros y conformar sus pinaques, y nació el erudito y el crítico, pero sin abandonar su alma de poeta que siguió fluyendo en sus versos, enriquecidos con aquel saber degustado entre los folios.
Calímaco es épico y homérico, es lírico y pindárico, es dramático y euripidio, pero todo ello muy a su manera, apartándose de la fuente común, aborreciendo la inconsistencia y despreciando los caminos trillados. Detesto el poema cíclico, ni en una ruta me alegro, alguna que lleva muchos aquí y allí. Odio también al amado vagabundo, ni debo de la misma fuente. Desprecio todo lo popular, Lysianas.
Tú, sí, en verdad, eres hermoso, hermoso. Pero antes de decir esto con claridad, algún eco dice, otro lo tiene. Este exquisito epigrama nos permite atisbar en los deseos del maestro en una delicada comparación. Ya era parte de una tradición poética que se espetara el desprecio al amante promiscuo, ese amado vagabundo, como el tal Lisanias, cuya belleza lo hacía un coqueto descarado.
Pero tal como ese joven, por comparación, lo son el poema cíclico, el camino de muchas vías y la fuente donde todos beben. Y el poeta juega con una serie de verbos, tairo, udejairo, Miseo, Udepino, Sinhaino. No hay propiamente una gradación, pero sí una estructura sintáctica clara que va de la expresión negativa a la negada positiva.
El primer término implica la idea de lo que se odia porque es de fuera, es extraño, es enemigo. Miseo, por el contrario, ya es un sentimiento de desprecio que redunda en odio. Y finalmente, Sinhaino. implica sentir disgusto, tedio, por lo que tenemos una opinión erudita perfectamente expresada en medio de un poema de tema tópico que pareciera líricamente personal. Calímaco es antagónico a la creación literaria, semejante a la épica cíclica, que retomó a Homero y pretendió igualarlo.
Esa obra de menor calidad y dada a los gustos más pedestres, en ánimo de lograr el aprecio de un nuevo público, allá por el siglo VI a.C. Un camino de tantas posibilidades abierto a tantas rutas que te hace ir y venir en busca de la razón de andarlo. Eso no puede ser agradable, por lo que se le odia como a un amante infiel, ese que cual una fuente permite que todos introduzcan su tazón. ¿Qué puede resultar de todo ello sino tedio y desprecio?
Porque, a pesar de lo bello que pueda parecer, Otro cualquiera puede tenerla. Calímaco quiere ser diferente a la mayoría, quiere otra cosa. De aquí su afán por recopilar, asimilar y transmitir. Por adaptar bien lo de otra época a la suya, lejos de los clásicos pero recordándolos y actualizándolos.
Como buen alejandrino, acepta el patrimonio heleno. Cito. Sus poemas son cuentos amenos, son anécdotas breves, alegres recreaciones.
de la creación clásica, eruditas y emotivas narraciones que refieren y hacen referencias al pasado, dice Pedro Tapia. Las críticas al estilo de Calímaco han sido tanto positivas como negativas. Sus detractores lo culpan de suplir con una erudición oscura su carencia poética.
Se le califica de artista vacuo y poco serio, artificial, más preocupado por el régimen que por crear. No obstante, todas esas impresiones parten de una lectura romántica que soslaya las virtudes del racionalismo provocativo y emotivamente profundo del sireneo, que es personal pero rebuscado, que es heroico pero humanizado, que es anecdótico pero filológico. A pesar de no concordar del todo con la idea del perípato, Calímaco es un declarado propagador de la lengua como base del estilo, en cada parte del discurso poético, a saber, ingüentio, dispositio, et elocutio, sabe crear y recrear con base en la sapiencia antigua.
Como ya apuntaban los sofistas y recalcó la filosofía, la invención era más el fruto de la investigación que no de la mera creatividad. Así, al tocar el tema de los dioses en sus himnos, lo hace recordando a los grandes olímpicos, con su religiosidad severa y fantasiosa mitopoyesis, siempre respetuoso, pero siempre inventivo, erudito. y místico.
Tal vez la nota de mayor claridad al respecto es el trato homéricamente cotidiano de los dioses. Con Calímaco volvemos a tener deidades cercanas y humanos que se veían en el campo troyano de la ideada. Pero el creativo alejandrino nos permite atisbar en la vida diaria menos grandilocuente. Inspirado quizá en el pasaje homérico de una Artemis que luego de ser golpeada ignominiosamente por Hera corre al regazo de su padre, Calímaco hace sentar en el gremio de Zeus de nuevo a la diosa, pero ahora es una niña, aún una chiqui.
Dame a guardar papá, virginidad eterna. y muchos nombres, para que conmigo no dispute febo. Dame flechas y arcos, ea padre, no aljaba te pido ni gran arco.
Para mí, los cíclopes, dardos al punto elaborarán, y para mí, un bien curvado tirador. Más, portarán torcha, y también, casi hasta la rodilla, fajar el quitón orlado, a fin de dar muerte a salvajes fierecillas. Dame sesenta oceaninas en coro, todas de nueve años, todas a un niña sin ceñidor. Dame como servidoras veinte ninfas amnícidas, quienes velen por mis botas, y también cuando ya no al inces ni ciervos dispare a mis veloces perros.
Dame todos los montes, una ciudad cualquiera otórgame, cualquiera que desees, pues es raro cuando Artemis baja a la urbe. Habitaré en los montes y visitaré las ciudades de los hombres sólo cuando por agudos dolores las mujeres agotadas invoquen a su auxiliadora. A mí y las moiras nacidas primero me adjudicaron socorrerlas, porque tanto pariéndome como gestándome no se dolió mi madre, sino que sin esfuerzo me depositó desde sus amadas rodillas. El pasaje es rico y nos permite auscultar los diversos aspectos de su estilo, pero por lo pronto señalaré los concernientes a la inventiva.
En primer lugar, como ya señala Tapia, estaría el gusto alejandrino por lo humano y familiar, por el buen humor. Artemis es la niña del padre consentidor, la chiquilla que pide y pide, sabedora de que controla al padre por amor. Pero la niña no lo es todo, que también es diosa y sabe qué es lo que quiere. Para todo griego, la pareja Artemis-Apolo era inseparable, pero el poeta se atreve a hacerlos rivalizar, puesto que ella no desea estar por debajo de su hermano. Como él, quiere ser arquera, pero no es una presuntuosa, quizá como Apolo, pues ella no quiere un gran arco ni pretende ser gran matadora, solo divertirse con fierecillas en los montes.
Ella también quiere un coro de ninfas. Si aquel tiene a las musas, ella quiere o seanides, a más de otras como criadas. No es una diosa ambiciosa, sino una prudente. No quiere, como su hermano, cientos de ciudades. Y aquí hay un guiño, creo yo, del hipnomérico Apolo y sus cientos de ciudades jónia.
Tan solo que le dé una, a cualquiera a la que su padre estime. No obstante, también quiere ser adorada en alguna ciudad. No solo ser una diosa de lo agreste. Cierra su discurso con la evocación de su naturaleza mujeril en un bello paralelismo.
No visitará las ciudades de los hombres, sino las ciudades de las mujeres, y lo hará en el momento más femenino, durante el parto, sin olvidar darnos el haitia o causa de ello. Su madre no sufrió por su embarazo, ni cuando la llevaba, ni cuando la dio a luz. ¡Cuán diferente de Apolo!
Vivificador del mito, Calímaco reconfigura el antiguo y lo adapta a la cultura de su auditorio y a la realidad de sus lectores, incluso los de siglos posteriores que aún podemos disfrutar de la escena. Sin embargo, si escudriñamos con atención también podemos reconocer al erudito detrás de la anécdota. Detrás de sus versos no podemos sospechar sino que hay una verdadera invención en el sentido actual de la palabra.
puesto que él mismo aseguró no canto lo no atestiguado el erudito sabía lo que entonaba el poeta pero como conocedor también podemos sospechar manipulaba la tradición pero que se le puede reprochar si era lo que todos sus antecesores habían hecho el pasaje arriba señalado nos permite denotar que dicha manipulación tenía por objeto el deleite y el asombro de sus lectores que esperaban las acostumbradas frases estereotipadas del género íbnico. Cito, la invención de Calímaco, humana hasta retratar a los dioses en las circunstancias más terrenales de la vida ordinaria, erudita hasta perder a sus lectores en las obscuridades más profundas de la biblioteca de Alejandría y segura de su capacidad a fin de introducir manipulaciones míticas siempre oportunas, siempre bien pensadas, siempre geniales. y tan dignas de admiración y respeto que muchas nos han llegado como si se tratara de los temas más elementales. La invención de Calímaco es, por tanto, tarea de búsqueda literaria, resultado de sensibilidad artística y poética inventiva personal en donde difícilmente se divorcian la inspiración y el saber. El mismo pasaje de las peticiones de Artemis nos permite lucubrar sobre la elocución, que no es sino el correcto orden y elección de las palabras para expresar las ideas descubiertas en la invención.
Todos los alejandrinos fueron excelsos en su expresión idiomática. Calímaco no es la excepción y se reconoce en el gusto de los jápax, los arcaísmos y los neologismos que cargan de majestuosidad su discurso y a la vez elevan a sus lectores al nivel del sabio, pues no rebaja su lenguaje a fin de hacerse entendible sino lo rebusca a fin de forzar la mente de quien lo lee. El primer hapax es quizá el más difícil de traducir, apa. Al parecer es una aféresis de papas, según consta ya en el etimológico magno.
El léxico de Lidl y Scott solo señala ese pasaje de Calímaco como ejemplo de su uso. Ahora bien, papas es una voz infantil para designar con cariño al padre que los ingleses traducen papa, una manera informal de llamarlo. Por su parte, Luis Alberto de la Cuenca, traductor español, opta por el simple papá, y tapia por un inusitado tat, aclarando en sus notas, es decir, querido padre.
Se trata de un término que se usa para saludar afectuosamente a los ancianos. Parece que la salutación es afectuosa y la interpretación de Baggi implica cariño y respeto. Ojalá la versión Tata diga algo al lector latino.
En realidad, la interpretación de Baggi proviene de un escolio a la odisea que consigna esta palabra como una forma macedonia para una salutación de los jóvenes a los ancianos. En tanto que, para la Suda, es una voz respetuosa para el padre. De aquí que Tapia vaya por mejor camino que de la cuenca, pero ¿Tata? Es claro que Tapia dirige su traducción al lector latino, entenderíamos latinoamericano, si bien era un término ya utilizado en latín que correspondería a papá, papito. Tata es un nahuatlismo de Tatli, correspondiente a la voz infantil cariñosa para padre, y que por extensión se emplea para los hombres de edad avanzada.
Es pues una traducción correcta, pero ¿dice algo al lector latino? O quizá dice demasiado. Calímaco muestra su saber cuando utiliza la forma épica aema, que le sirve de sinónimo para el ya empleado toxón, o el uso del arcaísmo oqueaninai, atestiguado en Hesiodo, o bien... El neologismo joritiz, que utilizó después el también épico nono.
Más interesante resulta finalmente el término amitros. Neologismo y hapax por igual, y del que es difícil saber si se refiere a una banda para la cabeza, mitra, o a un cinto que denotaría que son jóvenes sin ceñir, y por tanto, sin necesidad de hacerlo, pues su busto era firme y no se hallaba abrumado por haber amamantado. Es obvio que de estos preciosismos del lenguaje es de donde nace la oscuridad. que se le imputa siempre a Calímaco y cuyo efecto no es otro que ambigüedad y la ininteligibilidad que le es propia. Mas dichos efectos los son para nosotros y podemos asumir que los destinatarios originales sí que lo entendían, aunque algunos no lo comprendieran del todo.
Sólo así se comprende también que su poesía perviviera y formara escuela de sus contemporáneos. a los romanos y renacentistas. El estilo calimáquio es tan suyo que ninguna palabra ni construcción es ociosa, aunque no se entiendan del todo sus implicaciones morfológicas, sintácticas o fonéticas. En el ornato, nuestro poeta es igualmente innovador. Cierto es que sigue la línea trazada ya por la sofística anterior, por otro lado tan familiar a la poesía ímnica y epigramática, y de aquí que su obra luzca la ironía el énfasis, la litote, la zeugma, la hipérbole, la perifrasis y el quiasma.
Calímaco no es amante de la repetición, por lo que la sinonimia es muy empleada, como ya noté en el caso del arco o el de las flechas. La diosa cazadora usa doxon, aema, pero también ius o oistus. Usta de la metáfora, como ese... Enviaste un aliento de fuego inextinguible que los rayos del padre gotea. Ahí está la sinégoque del carro por las ruedas, la antonomacia del barbudo por pan, o la perífrasis expresada cuando la diosa menciona su nacimiento.
Porque tanto pariéndome como gestándome no se dolió mi madre, sino que sin esfuerzo me depositó desde sus amadas rodillas. El poeta emplea el conocido epíteto pero lo explica o lo recrea con gracia, como ese conocido megatoxon, gran arco, de los cantos homéricos, que luce distinto cuando Artemis lo rechaza porque quizá sus manecitas no podrían hacerlo. Pero es obvio que la nota básica de Calímaco es la brevedad, todo en él es brevedad. Así, luce el verso calimaquio que reduce un gran poema a tan solo uno y medio versos.
Mucho alégrate, altísimo cronida, dador de bienes, dador de cosas sin sufrimientos, tus obras quién cantará, no ha nacido, no existe, quién pudiera cantar las obras deseos. Puesto que Calímaco es brevedad en los poemas, en las narraciones, en las construcciones, lo cual ya es un reto para la tradición antigua que se torna nuevo modelo de construcción poética, se convierte así en el puente tendido entre lo arcaico y lo clásico, con lo helenístico y lo latinoimperial. Y lo amaron aquellos que fueron como él estudiosos y poetas, los poetas novi como Catulo o Propercio y los augustios Virgilio y Horacio. Incluso el indolente Ovidio, todos ellos deudores de un estilo que no cualquiera se atreve a sondear, temeroso de perderse en las profundidades de la erudición convertida en poesía. Siendo los himnos la única obra completa que nos ha llegado de Calímaco, son ellos igualmente los más adecuados para estudiarlo como artista y creador.
Los himnos son ejemplo claro de las ideas poéticas del erudito y muestra deleitable de su capacidad aérica. Como todo poietés del mundo griego, Calímaco desea convencer, peite, hacerlo con su arte. y de ahí que su obra deba responder a un ethos que lo lleva finalmente a enseñar, didasque.
En ello se aleja de lo hecho por sus antepasados, pero como señala Tapia, el gusto calimaquio es ante todo uno juguetón, patzei, por lo que despliega este recurso a fin de convencer a su auditorio milenario. De tal suerte, al pensar en enseñar y agradar, lo hizo mediante el ornato que produjera una vivencia estética digna, pero su característica breguitas lo lleva irremisiblemente a pasar rápido sobre los temas y posarse sobre lo que a primera vista se antoja superfluo, raro u oscuro. Mas ello no es sino su manera de jugar, de divertirse. A Calímaco no se le puede leer como un simple narrador de mitos porque su erudición lo encausa a las profundidades del místico.
y su ornamentación lo define como un poeta consumado, fondo y forma que son inseparables y ambos oscuros, como bien aclara el citado Tapia. Calímaco no pide disculpas, confía en los papiros y alienta con su optimismo, pero implacablemente repite, Apolo no para todos fulgura, sino para el sabio. Si bien, como vimos, la preservación de los himnos fue casi por azar, No fue fortuito que se le adjuntara a los mejor conocidos y más antiguos hipnosoméricos, y aunque la influencia de la poesía examétrica en el pensamiento y la práctica de la religión griega han sido exageradas en cuanto a su influencia, no por ello es menos importante señalar que al acercarse a los dioses forzosamente debía presentarlos en esta poesía con un corte épico, y si lo hizo fue necesariamente para reformularla. Y ahí es donde debemos enfocar nuestros buscadores a fin de iluminar aquellas oscuridades contra las que nos previene su traductor. La primera pregunta a responder es si Calímaco editó o no sus signos.
Obviamente que no puede responderse con una afirmación o una negación rotunda y definitiva. Tan solo como suele ser en los estudios clásicos con una serie de hipótesis que sean más o menos verificables y que redunden en una plausible y lógica respuesta. Marco Fantuzzi sugiere que el poeta bien pudo ordenar sus himnos, aunque al propio tiempo no descarta la posibilidad de que fuera algún otro posterior a él. Los himnos son a Zeus, a Apolo, a Ártemis, a Delos, a los baños de Palas, a Deméter. El primero celebra al principal dios del Olimpo y a la vez a la deidad principal del panteón greco-macedónio.
A ello habría que aunar que el himno, como veremos más adelante, parece ubicarse durante un simposio y al dios era quien se invocaba y libaba primero que a todos los demás. El que siga honrando a Apolo podría responderse con el propio texto pues en la línea 29 de su himno el poeta afirma del dios. Dina taigar epei dios dexios estai.
por su poder, puesto que se sienta a la derecha de Zeus. Obvio que el contexto nos habla de que el poder divino de Apolo emana precisamente de su calidad de segundo en el Olimpo y que de allí también se comprende el poder de sus cantores, pero no deja, afirma el citado Fantuzzi, de posiblemente argumentar sobre el lugar que debió ocupar, por igual, en cualquier enunciación divina, el segundo después de Zeus. Curiosamente, dicha línea 29 se encuentra al final de la primera columna en el papiro. Resultaría claro que junto a Apolo estuviera su hermana, sin embargo, para el investigador italiano, nuevamente hay que mirar el texto del propio Calímaco para obtener una posible respuesta. Hoy de, sef, hedren, panfes homos caleusi, si de Apolo ni París, y todos ellos te llaman igualmente a su asiento, pero tú te sientas al lado de Apolo.
Fantuzzi considera que este pasaje puede claramente determinar la localización física del himno en la colección. Para el himno de la colección, el himno de la colección es un himno de la colección. Adelos, donde si bien se celebra el nacimiento de Apolo con cierne más aleto que al dios, incluye lo que parece ser una referencia extraordinaria a Artemis que lo precede, por una parte porque resulta críptica en su presentación y por otra porque la diosa no es mencionada fuera de dos versos aislados en el poema.
El texto de los versos 325 a 326 dice Histie onesson eustei, hairen menautei Jairo y de Apolo, Antecai, Gen, Elogeus, Satoleto, oh residencia de buen hogar de las islas, alégrate tú misma, alegrese Apolo y también a la que parió Leto. Nombrado intempestivamente a Artemis, quizá buscó una sorpresa y vinculó al himno precedente de la diosa con éste, ya que la tradición no hacía necesariamente a Delos patria de Artemis. Para ento... Pareciera entonces que hay una liga entre los cuatro primeros himnos alabando a los dioses Zeus, Apolo, Artemis y Leto. La familia délfica tan venerada por otra parte en Sirene.
Pero como debe aceptar el propio Fantuzzi, ello no implica que los himnos hayan sido compuestos al mismo tiempo, tan solo que siguen ciertas políticas de los olímpicos y que respondería propósitos encomiásticos y poetológicos igualmente. Quizá del mismo autor. o quizá de su editor si es que fue uno diferente, un estudioso del texto que notó estas sutiles alusiones. Sin embargo, no podemos encontrar elementos semejantes que justifiquen la posición de los dos últimos himnos, lo que no invalida necesariamente lo arriba expuesto. La segunda pregunta de ilucidar es ¿cuáles eran los modelos del poeta?
En primera instancia estaría el referente notable de los ya mencionados himnos homéricos, que, como los de nuestro poeta, versan sobre el nacimiento, honores y esfera del poder de los dioses. Tema persistente en los himnos calimaquios, al menos en los dedicados a Zeus, Apolo y Ártemis. Los citados himnos arcaicos no sólo conformaron toda una sistematización de la mitopoyesis olímpica, estableciendo cierto orden en la miriada de elementos individuales de los dioses, sino que al propio tiempo conformaron dicha sistematización. Pero, como dicha tradición ya señalada, esos himnos eran considerados homéricos y lo eran en el sentido de una configuración poética, de aquí que Calímaco haya tenido en mente a Homero y a Hesiodo cuando configuró sus propias creaciones. La lectura de su primer himno ya debió poner en vanguardia con respecto a las preferencias del poeta en materia de fuentes.
Si Homero es el eco que resuena aparentemente en las escenas vivaces de las deidades, es Hesiodo con su cotidianidad quien prevalece, asegura Richard Hunter con sabia elocuencia. El himno a Zeus es, de hecho, la teogonía de Calímaco, como la teogonía es también Un himno a Zeus por parte de Siodo. Es con el poeta Beocio que Calímaco concuerda en cuanto al origen del poder supremo de Zeus y, como con él, resulta crucial para todo el desarrollo posterior del himno que celebra la entronización de su divina naturaleza. Como es Siodo que considera que de esa justicia del dios es de la que emana la justicia de los reyes, así también Calímaco enlazará a Zeus con el divino Ptolomeo. Recreación de una tradición poética, al fin y al cabo, la intención ordinaria del sireneo alejandrino.
Hay un guiño particularmente notable en su preferencia por lo esiódico sobre lo homérico. En los versos 61 a 65 del Ignaceus, Calímaco niega que los dioses cronidas se hayan repartido por sorteo los reinos celeste, acuático e infernal, dado lo disparejo de tales soberanías. Y ello en clara alusión a una tradición plenamente homérica, por lo que se apresura a referir el sireneo, mintiera al que oyera cosas que pudiera persuadir al oído, en clara relación al pasaje de la teogonía, donde las propias musas advierten al poeta sobre su capacidad de decir mentiras a verdades parecidas. Como alude Fantuzzi, no es una simple opción entre las variantes. Es un manifiesto sobre la poética de la veracidad.
Al orientarse hacia Hesiodo, Calímaco se separa de quienes anteponen, como una biblia, a Homero, puesto que los viejos aedos no fueron del todo veraces. Y no lo serían tampoco sus seguidores. Pero él, que ha optado por el rival de Homero a quien las musas confesaron sus fuegos, sí que puede serlo.
Debate que, por otro lado, se venía discutiendo en los sectores más filológicos desde tiempos de Platón y Aristóteles. También es esiódico nuestro poeta cuando, casi al final de su himno, proclama que Zeus ha elegido a los reyes como su parte entre los humanos y dejó a los demás dioses a otros hombres. Para Marco Fantuzzi es propiamente un sfragis, un sello de calímaco, donde queda claro que su visión ontológica y eulógica de la monarquía descansa en la sabiduría veraz del ancestral poeta de Ascrac.
Quizá por este gusto esiódico es que los dioses de Calímaco, a pesar de que parecieran en más de una ocasión presentarse con la viveza propia de aquellos que andaban en Troya o rescataban a Odiseo, suelen presentar un carácter majestuoso y digno más acorde con los genealógicos principios de la teogonía. Esto nos lleva a la tercera pregunta que podríamos cuestionarnos sobre los signos calimaquios. ¿Creía en los dioses?
Algún autor lo ha negado enfáticamente asegurando que incluso se admiraba de que los antiguos consideraran tales cosas. No obstante, siempre es posible encontrar razones que nos persuadan de lo contrario cuando leemos al ciertamente juguetón calímaco. Homero y Hesiodo literalmente habían enseñado a los griegos todo lo que se debía saber de sus dioses y de cómo relacionarse con ellos mediante sacrificios y cantos rituales.
Enseñaron a los griegos cómo debían pensar acerca de los dioses y dado que Calímaco hundía sus raíces en tales poetas, no podría haber dejado de reconocer que las prácticas cultuales de su tiempo sobrevivían y abrazaban al pasado con el presente. En el himno a Apolo, Calímaco declara que su familia ha sido sumamente devota de Apolo. al punto que su dinastía misma parte de la fundación de la ciudad que el mismo Dios realizó para su amada Cirele.
La ciudad y la doncella se amalgaman. En el himno a Delos, cuando refiere que ningún nauta puede pasar de largo sin visitar la isla del Dios, tampoco él puede negarse a cantarla en su poesía. ¿Es esta la declaración de un ateo?
Cuando Calímaco alude a las mentiras de los poesos, poetas anteriores no es para denostarlos a todos sino para diferenciar a los veraces de los que no lo son, por lo que no es una admiración sobre lo crédulo de sus antepasados sino de su incapacidad de discernimiento sobre lo que mejor se puede decir al respecto, algo que con sabiduría, esa que tanto ama Apolo y que el poeta peregona, se puede conseguir. Negar a los dioses hubiera sido negar a los reyes, por lo que la blasfemia devendría en ataque de lesa majestad, así lo expresa nuestro poeta. Malo es disputar con los bienaventurados, quien combate a los bienaventurados, a mi rey y a Apolo combate.
Desde tiempos inmemoriales, desde que los propios dioses se habían manifestado a los humanos, lo hicieron mediante la estatua de culto, el ancestral Shohano. que en más de una ocasión había caído del cielo como aquel apreciado paladión de Troya, que incluso los romanos aseguraban Eneas transportó a Roma, por lo que la imagen de culto no solo fue el centro de la veneración como símbolo y presencia del dios con los hombres, sino también podemos reconocerla como centro de más de una narración de Calímaco. El fragmento 7 del poeta confunde claramente a las diosas Cárites con las estatuas que en Anafe se veneran. Y en el fragmento 114 parece evocar un diálogo entre la estatua del dios Apolo en Delos con el mismo poeta.
Sin embargo, tal vez el más evocador aspecto alusivo a esta mixtura entre la deidad y su efigie la presenta el himno a los baños de Palas, donde comienza narrándonos la celebración y cómo la estatua es transportada para su baño anual. Y de pronto se dirige a la diosa y comienza a cantarla. Poesía, tradición, culto y epifanía son una y la misma cosa. La creación ítnica guardaba en su construcción poética desde tiempos de la lírica arcaica y sospecharíamos desde antes la idea de que se invocaba al dios por medio de ellos. Calímaco no podía ser ajeno a esto tampoco, ni más porque era una práctica ritual común en la edad helenística.
Para Albert Heinrichs, Es algo que se reconoce claramente en los himnos que le consagró Apolo y Atena, donde recibe la haris de la deidad. El aspecto cúltico de tales epifanías se puede señalar como parte de un grupo, de una cofradía helenística que guarda íntima relación con el viejo Ciasos. Si bien, dicho grupo no son ya los sabios, por lo menos los sabios poetas, y esto lo reclara el mismo Calímaco.
Te veremos, oh arquero, y nunca seremos simples. Y Richard Hunter aclara, esta no es solo una pía esperanza, está confeccionada claramente con el final del poema en el cual Apolo realmente apareció, a los lectores de Calímaco para confirmar sus principios poéticos. La fe en el Dios es la fe en su poesía, uno y otro se apoyan y prevalecen, por ello el poeta como el Dios pueden despreciar al emperador.
envidia y a la crítica, porque Apolo, manifiesto, se lo dictó a Calímaco.