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Infocracia: la Era de la Información

Infocracia es un nuevo libro del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, editado en alemán en 2021 y en español un año más tarde, que con el subtítulo La digitalización y la crisis de la democracia expone de qué manera el sistema democrático se encuentra gravemente amenazado por el avance del dominio de la información por sobre la verdad, constituyendo lo que Han llamará el régimen de la información. Han Han Defina el régimen de la información como la forma de dominio en la que la información y su procesamiento mediante algoritmos, sumado a la inteligencia artificial, determinan de modo decisivo los procesos sociales, económicos y políticos de nuestro tiempo. A diferencia del régimen disciplinario que dejamos atrás a fines del siglo pasado, en lugar de cuerpos y energías, lo que se explota ahora es la información y los datos. En este capitalismo de la información, devenido en capitalismo de la vigilancia, se degrada a las personas, a la condición de datos y de ganado consumidor. Byung-Chul Han sostiene que en el devenir de la historia, toda forma de dominación ha tenido su propia política de visibilización. Así, en el antiguo régimen de soberanos, el espectáculo era el medio de visibilización del dominio. y el espacio público su escenario. Era un poder que se dejaba ver teatralmente, coreografiando la violencia explícita para impresionar y amedrentar al público. En el régimen de soberanos, el poder se exponía en toda su magnitud a la mirada de los sometidos. Y eran los sometidos los invisibles. En cambio, el régimen moderno de dominación, de tendencia disciplinaria, se nos presenta como una sociedad de la vigilancia, donde aquellas espectaculares demostraciones de poder dejan paso a la presencia de las oscuras burocracias de vigilancia. La visibilidad se invierte por completo. Los gobernantes y su poder se vuelven invisibles, mientras los gobernados son visibilizados de manera permanente por una vigilancia que se vuelve explícita, como el ojo del gran hermano. Pero en la actual sociedad de la información dominan las redes abiertas, las autopistas de la comunicación. Y es esa presencia protagónica de la comunicación la que se convierte en el medio de dominación. utilizando los datos como eficaz herramienta de vigilancia y control. La paradoja es que en el actual dominio de la sociedad de la información, las personas ya no se sienten vigiladas, sino libres. Y es esa sensación de liberación la que asegura la dominación, al relacionarse libertad y vigilancia. En el régimen de la información, las personas son visibles y se esfuerzan por alcanzar esa visibilidad al extremo por sí mismos, voluntariamente. a tal punto que se vuelven transparentes. Transparencia se llama a la política de hacer visible el régimen de la información. Y la transparencia se transforma en un imperativo. Todo debe ser transparente. Las personas deben ser transparentes. La información debe ser transparente. Pero lo único que no es transparente en este régimen es la dominación misma. Porque la dominación se ejerce mediante un trasfondo de oscuridad. El de los algoritmos. El capitalismo de la información se apropia de técnicas de poder neoliberales que, a diferencia del régimen disciplinario, no funcionan con coerciones y prohibiciones, sino mediante incentivos. El régimen de la información explota la libertad en lugar de suprimirla. Controla nuestra voluntad en el plano inconsciente. la vigilancia y el castigo han dejado paso a la motivación y la optimización. El régimen de la información se expresa a través de un poder inteligente que no da órdenes, susurra. En el régimen neoliberal de la información, la dominación se presenta como libertad. Y la idea de comunicación se relaciona con la idea de community. En este marco, los influencers son venerados como modelos y ello dota a su imagen de una dimensión religiosa, como inductores y motivadores, incluso como salvadores. Los seguidores, como discípulos, compran los productos que los influencers dicen consumir y participan de una verdadera eucaristía digital. Los medios de comunicación social toman la forma de iglesias en las que el like es su amén, compartir es la comunión y el consumo es la redención. El totalitarismo clásico tenía una característica esencial. Actuaba como una religión política laica a través de la ideología, que constituía una reivindicación de una explicación total del mundo. La ideología como narración prometía una explicación total del pasado, del conocimiento del presente, y de la predicción fiable del futuro. La ideología como explicación del mundo elimina toda contingencia, toda incertidumbre. El totalitarismo forma una masa obediente que se somete a un líder, anima a las masas y les insufla un alma. Actualmente, ya lejos de la ideología, el régimen de la información se explica por su dataísmo Y aún así revela también sus rasgos totalitarios, ya que se esfuerza por alcanzar un conocimiento total, pero no a través de un relato ideológico, sino mediante una operación algorítmica. Hoy los algoritmos reemplazan a los relatos ideológicos, con la diferencia de que el Big Data no cuenta nada. El Big Data sustituye lo narrativo por lo numérico. Los medios digitales han puesto fin a la era del hombre masa. El ser humano de la era digital ya no es ese nadie dentro de la masa. Ahora es un alien con un perfil. Pero el régimen de la información aísla a las personas. Que incluso juntas no forman una masa, sino enjambres digitales que en lugar de seguir a un líder, siguen a los influencers. La digitalización avanza inexorablemente. Somete a nuestra percepción, a nuestra relación con el mundo y a nuestra convivencia a un cambio radical. Tal digitalización se apodera de casi todas las esferas humanas, incluso de la política, y eso provoca distorsiones y trastornos masivos en el proceso democrático, lo cual termina degenerando en infocracia. En los inicios de la democracia, el libro era el medio determinante. Fue el libro el que instauró el discurso racional de la ilustración. La esfera pública discursiva, base de la democracia, es un sistema que debe su existencia al público lector. Jürgen Habermas destaca la estrecha relación entre el libro y la esfera pública democrática, conformada por un público lector general compuesto principalmente por los ciudadanos urbanos y la burguesía. A tal punto cree Habermas que el libro sostiene el proyecto democrático que considera que sin imprenta no hubiera habido ilustración que hiciera uso de la razón. En una cultura determinada por la impresión de libros, el discurso público se caracteriza generalmente por una ordenación coherente y regulada de hechos e ideas. El discurso político del siglo XIX, marcado por la cultura del libro, era un duelo dialéctico en el que los oradores trataban temas políticos a partir de complejas formulaciones. frente a un público de una extraordinaria capacidad de concentración, ya que participar del discurso público era parte integral de la vida social de las personas. Cuando llegan los medios de comunicación electrónicos en el siglo XX, se destruye el discurso racional determinado por la cultura del libro y se genera lo que Habermas llama una mediocracia. Ordenados en una estructura anfiteatral, los receptores de los medios se tornan pasivos. Y se exponen a la recaída en la inmadurez, propia de tiempos previos a la Ilustración. Y aquellos racionamientos del público lector ceden al intercambio de gustos e inclinaciones de los consumidores. Y en la mediocracia la política también se somete a los medios, y la diversión se inserta en los contenidos políticos socavando la racionalidad. Por eso, Habermas responsabiliza a los medios de comunicación de masas del declive de la esfera pública democrática. Como afirma Neil Postman, la democracia se convierte en telecracia, con el entretenimiento como mandamiento supremo, al que también se somete la política. Del conocimiento se pasa a la distracción. La mediocracia es tiempo de teatrocracia y la política se agota en las escenificaciones de los medios. Lo que cuenta ya no son los argumentos, sino la performance. Y quien ofrezca un mejor espectáculo ganará las elecciones. La política pierde así toda sustancia y se ahueca. En la telecracia la gente no está vigilada, sino entretenida. Ya no son el dolor y la tortura los medios de denominación, sino... el entretenimiento y el placer. El dolor pasa a estar mal visto y las necesidades y deseos deben ser satisfechos de inmediato. La gente se obnubila por la diversión, el consumo y el placer. La obligación de ser feliz pasa a dominar. toda la vida. Con la aparición de los medios digitales, el pensamiento de Habermas necesita de una profunda revisión, porque en la era de los medios digitales, la esfera pública del discurso ya no está amenazada por el entretenimiento de la televisión, sino por la difusión viral de la información, es decir, por la infodemia. La vieja estructura anfiteatral de los medios de comunicación de masas deja paso a una estructura rizomática de los medios digitales, que carece de centro. La esfera pública se desintegra en espacios privados y como consecuencia de ello, nuestra atención se desvía y deja de enfocarse en cuestiones relevantes para la sociedad. De este modo, la democracia entra en crisis. Y lo hace afectando inicialmente el plano cognitivo, ya que la fabulosa aceleración de la información golpea a las prácticas cognitivas. Porque las prácticas cognitivas, como son el saber, la experiencia y el conocimiento, requieren de tiempo. La información tiene un intervalo de actualidad muy reducido. Fugaz, carece de estabilidad temporal y con ello fragmenta nuestra percepción. La dinámica de la información arrastra a la realidad a un torbellino de actualidad permanente. La información atomiza y fragmenta el tiempo, diferenciándose de los relatos que, a diferencia de la información, generan una continuidad temporal. Los relatos actuaban como arquitecturas ordenadoras de tiempo, estabilizadores de la vida, porque como la racionalidad requiere tiempo, se trata de una reflexión que excede al momento y se remite al pasado y al futuro. Esta extensión temporal es distintiva de la racionalidad. Pero hoy vivimos en la sociedad de la información y simplemente no tenemos tiempo para la acción racional porque la cohesión de acelerar de forma continua a la comunicación nos priva de esa racionalidad. Bajo la presión del tiempo atomizado abandonamos a la racionalidad y recurrimos a la inteligencia. Porque la inteligencia tiene una temporalidad diferente a la racionalidad, ya que se orienta hacia soluciones y éxitos de corto plazo. Por eso el sociólogo alemán Niklas Lugmann Observa con razón que en una sociedad de la información ya no se puede hablar de comportamiento racional, sino, en el mejor de los casos, de comportamiento inteligente. La infocracia fomenta la acción instrumental orientada al éxito. Otro aspecto de la comunicación que amenaza a la racionalidad discursiva es la comunicación afectiva, ya que los afectos son más rápidos que la racionalidad. En una comunicación afectiva no prevalecen los mejores argumentos, sino la información con mayor potencial de excitación y atractivo. Y es en este contexto en el que hacen su aparición estelar las fake news. que son informaciones que concitan más atención que los hechos. Un solo tuit con una noticia falsa o un fragmento de información descontextualizada puede ser más efectivo que un argumento bien fundado. Así, por ejemplo, Donald Trump, el primer presidente con Twitter, trocea su política en tuits. Determinados no por una visión política, sino por informaciones virales. Trump actúa el mismo como un algoritmo oportunista. Guiado sólo por las reacciones del público, las convicciones o los principios estables se sacrifican al calor de los efectos de corto plazo. El smartphone es un dispositivo de registro psicométrico que alimentamos con datos día tras día, hora tras hora, y puede utilizarse para calcular con precisión la personalidad del usuario. El régimen disciplinario sólo disponía de información demográfica de sus ciudadanos, lo que le permitía poner en práctica el control biopolítico de los cuerpos. Pero el régimen de la información tiene acceso a información psicográfica de la gente. y la utiliza para ejercer su dominio desde el punto de vista psicopolítico, el dominio de las mentes. Una forma de expresión psicopolítica es el microtargeting, en el marco del cual los votantes no son informados del programa político de un partido, sino que se les bombardea con publicidad electoral adaptada. adaptada a su propio e individual psicograma, y no pocas veces, con fake news. Estas dark ads psicométricamente optimizadas constituyen una amenaza para la democracia, porque cada cual recibe un mensaje diferente, lo cual aumenta la fragmentación del público. Grupos distintos reciben información diferente que incluso suele ser contradictoria. Y los ciudadanos dejan de estar sensibilizados por cuestiones importantes de relevancia social para pasar solamente a estar interesados en sus propios e individuales problemas. Están incapacitados por haber quedado reducidos a un ganado manipulable de votantes. Las dark ads dividen y polarizan a la sociedad y aún más envenenan el clima político. Además, dado que son invisibles para el público común, van socavando un principio base de la democracia, el de una sociedad con capacidad de observarse a sí misma. En la era de los medios de comunicación de masas, no existía una infraestructura para la producción masiva de noticias falsas. La televisión podría ser un reino de apariencias, pero no era una fábrica de fake news. Solo la red digital creó las condiciones estructurales previas para la aparición de las distorsiones infocráticas en el sistema democrático. La mediocracia degradaba las campañas electorales al convertirlas en una mera escenificación donde el discurso racional era sustituido por la espectacularidad del show. Pero en cambio, en la infocracia, las campañas electorales degeneran en una guerra de información. Los ciudadanos son sustituidos por robots. Ejércitos de trolls y bots difunden fake news... difamaciones y comentarios cargados de odio. Es posible que este tipo de mensajes, por sí solos, no influyan de manera directa en las decisiones de voto de la gente, pero tienen tal impacto e influencia en los ámbitos de decisión que es suficiente una pequeña cantidad de bots emitiendo sus mensajes de odio o sus noticias falsas para cambiar el clima de opinión en una sociedad. En las campañas electorales dominadas por las guerras de la información, ya no prevalecen los mejores argumentos, sino que los que marcan el sentido son los algoritmos más inteligentes. En la infocracia, en esta guerra de información, ya no hay lugar para el discurso. La democracia es un sistema que por sus características es lenta, larga y tediosa. Por eso la difusión viral de información, la infodemia, que va en sentido contrario respecto a esta particular temporalidad, perjudica al proceso democrático. Los argumentos y los razonamientos no tienen lugar en los tweets y tampoco en los memes virales. Y las noticias falsas, como son esencialmente información y una característica propia de la información es su velocidad, fluyen más que la verdad. Porque antes que el proceso de verificación se ponga en marcha, la noticia falsa ya ha producido su efecto. Por eso el intento de combatir la infodemia con la verdad está condenado al fracaso. La infodemia es un fenómeno resistente a la verdad. Pierre Lévy, en Inteligencia Colectiva, describe la posibilidad de que mediante el uso de la tecnología de comunicación emerja una democracia digital a la que él llama democracia directa. Un formato que vendría a rejuvenecer y dinamizar la osificada democracia representativa por medio de más comunicación. La idea de Levi consiste en reemplazar a la participación que pone distancia entre gobernantes y gobernados por la presencia de la participación directa a través de medios digitales. Pero Byung-Chul Han ha considerado que la democracia en tiempo real es una completa ilusión. Porque los enjambres digitales, las individualidades operando detrás de los dispositivos, no dan forma a colectivos responsables y políticamente activos. Sino que, por el contrario, se trata de una ciudadanía que ha sido despolitizada. La comunicación en las redes sociales basada en algoritmos no es ni libre ni democrática. La comunicación digital modifica los flujos de información tradicionales ya que la información se produce en espacios privados para ser difundida a otros espacios privados, abandonando el espacio público. Hahn plantea que ningún público políticamente activo puede formarse a partir de influencers y followers. Las communities digitales son una forma de comunicación reducida a mercancías. En realidad, son commodities. No son capaces de acción política alguna. Pero hay un... punto fundamental dentro de este análisis y es que no debemos suponer que la crisis de la acción comunicativa, del dominio del discurso y la racionalidad es solamente producto del cambio digital. La crisis no se trata de un mero problema técnico. El pensamiento político de la representación, según dice Hannah Arendt, es el pensamiento en el que el pensamiento de los otros está presente. Porque un pensamiento genuinamente discursivo necesariamente reclama la posición del otro. Ya que sin la presencia del otro, mi opinión deja de ser discursiva. No es más representativa. Se vuelve autista, doctrinaria y dogmática. También Jürgen Habermas considera que la presencia del otro es constitutiva de la acción comunicativa con el otro la validez de mis afirmaciones es relativa ya que existe la posibilidad concreta de ser rebatida en su esencia el discurso es un movimiento de ida y vuelta la palabra discurso proviene del latín discurrir moverse Ir por ahí. En el discurso, el otro nos desvía en un sentido positivo de nuestras propias convicciones. Sólo la voz del otro le da a mi afirmación, a mi opinión, una cualidad discursiva. En la acción comunicativa debo ser consciente de que mi discurso puede ser cuestionado por otro, puesto en duda. ¿Por qué un enunciado sin signo de interrogación no tiene carácter discutivo? En base a este desarrollo, es que Han considera que la crisis actual de la acción comunicativa no sólo se debe a la tecnología, sino al hecho de que el otro está en trance de desaparición y es la desaparición del otro lo que genera el fin del discurso. La expulsión del otro refuerza la compulsión autopropagandística de adoctrinarse con las propias ideas. Y ese autoadoctrinamiento nos encierra en infoburbujas autistas que nos aíslan e impiden la acción comunicativa. El discurso requiere separar la opinión propia de la identidad propia. Porque soy algo más de lo que opino. Pero los individuos que no poseen esta capacidad discursiva que involucre positivamente al otro, se aferran desesperadamente a sus propias opiniones, porque de lo contrario su identidad se ve amenazada. Por eso, llegado a este punto, el intento de hacerles cambiar de opinión está condenado al fracaso. Son su opinión. Los espacios del discurso se ven cada vez más desplazados por cámaras de eco en las que solo me escucho a mí mismo. No oímos al otro, no lo escuchamos. Y como la práctica del discurso consiste en escuchar, la crisis de la democracia es fundamentalmente una crisis del escuchar. El activista estadounidense Elie Pariser Elabora la idea del filtro burbuja. sosteniendo que lo que destruye el espacio público es la personalización algorítmica que mediante filtros predicen lo siguiente que uno querrá hacer. Los dispositivos digitales se transforman en máquinas pronosticadoras que crean un universo único de información para cada uno de nosotros y cambian el modo en que accedemos a ideas y a información. Cuanto más tiempo paso en internet, más se llena mi filtro burbuja de informaciones sobre lo que me gusta. Lo cual no hace más que reforzar mis creencias y mis posiciones sobre cualquier cosa. Y de esa manera el filtro burbuja me enreda en un bucle de ego permanente. El punto débil de la teoría del filtro burbuja de Pariser, según Byung-Chun Han, es que sólo atribuye este efecto a los algoritmos de la red. Y Hahn vuelve a resaltar que no es la personalización algorítmica de la red lo que provoca la crisis de la democracia, sino la previa incapacidad de escuchar al otro. La desaparición del otro es lo que debilita el sistema democrático. La globalización y la hiperculturalización de la sociedad están disolviendo los contextos culturales y las tradiciones que nos anclan en el mundo común de la vida. Ya no somos seres proyectados a un mundo. La idea de mundo es ahora una cuestión de proyecto, de diseño. Si a este proceso se le suma la digitalización y las redes, la desintegración del mundo de la vida se acelera. La red se tribaliza y las tribus digitales crean una fuerte experiencia de identidad y pertenencia. Para las tribus digitales, la información no es fundamentalmente un recurso para acceder a conocimientos, sino para afirmar la propia identidad. Y aquí aparecen las teorías de la conspiración, que son especialmente apropiadas para la conformación del biotipo tribalista en la red. Porque las teorías conspirativas hacen posible las exclusiones que son constitutivas del tribalismo. Los colectivos identitarios tribalistas rechazan todo discurso, todo diálogo. En el universo postfactual de las tribus digitales, un enunciado ya no hace referencia alguna a los hechos. Prescinde de toda racionalidad, no es criticable ni está obligado a justificar lo que sostiene. El discurso es sustituido por la creencia y la adhesión. Fuera del territorio tribal solo hay enemigos, otros a los que combatir. El tribalismo actual, que puede verse no sólo en las políticas identitarias de derecha, sino también en el de las izquierdas, divide y polariza a la sociedad. Convierte la identidad en un escudo o fortaleza que rechaza cualquier alteridad. La progresiva tribalización pone en peligro la democracia, porque la sociedad se desintegra en irreconciliables identidades sin alteridad. Vamos hacia una dictadura tribalista de opinión e identidad. Una dictadura que carece de toda racionalidad comunicativa. El lugar del discurso ha sido sustituido hoy por una guerra de identidades. Ya no nos escuchamos. Y eso es un déficit democrático esencial porque escuchar es un acto político que crea un nosotros. La democracia se trata en definitiva de una comunidad de oyentes y la comunicación digital como comunicación sin comunidad destruye la política basada en escuchar. Porque en la comunicación digital solo nos escuchamos a nosotros mismos. Un nuevo nihilismo se extiende en nuestros días. Y no se trata de la caída de creencias religiosas o valores tradicionales perdiendo validez. Ya hemos superado ese nihilismo que Nietzsche caracterizó con su Dios ha muerto. El nuevo nihilismo del siglo XXI es fruto de las distorsiones patológicas de la sociedad de la información y se alza cuando perdemos la fe en la propia verdad. En la era de las fake news, la desinformación y las teorías conspirativas, La realidad y las verdades fácticas se han esfumado. La información circula ahora desconectada de la realidad, en un espacio hiperreal. Se ha perdido la creencia en la facticidad. Vivimos en un universo desfactificado. Y junto a las verdades fácticas, desaparece también el mundo común compartido. A pesar de su radicalismo, cuando Nietzsche abordaba la idea del ninismo, apuntaba a la verdad, pero no pretendía su destrucción. Para Nietzsche, la verdad es una construcción social que hace posible la convivencia humana. Se necesita una verdad compartida. Toda vida humana se vuelve insegura cuando la verdad convención no tiene ya ninguna validez. Porque la verdad actúa como un regulador y estabilizador social. Razón suficiente para que la sociedad humana necesite de esa convención que es la verdad. La verdad ejerce una fuerza centrípeta, una atracción que mantiene unida a la sociedad. Pero actualmente observamos que la fuerza centrífuga de la información, que fragmenta, tiene un efecto destructivo sobre la cohesión social. Si Nietzsche tuviera la oportunidad de mirar a la sociedad de hoy, sería aún más radical en su crítica, porque observaría que hemos perdido por completo la voluntad por la verdad. Y la disminución de esa voluntad disgrega a la sociedad y la desintegra en tribus, entre las cuales no es posible ningún entendimiento. El nuevo nihilismo No significa que la mentira se hace pasar por la verdad. El nuevo nihilismo hace algo aún peor. Socava la distinción entre verdad y mentira. Cuando una persona miente de manera consciente, se opone a la verdad. Pero al oponerse, la reconoce como tal. La mentira solo es posible cuando existe una distinción entre verdad y mentira. Pero por eso el mentiroso no es un nihilista. Porque cuanto más... firmemente se miente, más se reafirma la presencia de la verdad. Pero las noticias falsas, a diferencia de lo que normalmente se cree, no son mentiras. Las noticias falsas no atacan a la verdad, sino a la propia facticidad, a los hechos. Las fake news son indiferentes a la verdad. Y quien es ciego ante los hechos y la realidad, ¿es más peligroso para la verdad? que un mentiroso. La información por sí sola no explica el mundo. Llegando a un punto crítico incluso puede oscurecer esa explicación. Recibimos la información con la sospecha de que su contenido podría ser diferente. Y cuanto más informaciones distintas recibimos, mayor es la desconfianza que nos crea. Vivimos en una sociedad de la desconfianza. La verdad hoy no es algo frecuente y en muchos sentidos se opone a la información. Porque la información crea una ambigüedad estructural básica. A diferencia de la verdad cuya presencia elimina la contingencia y la ambivalencia. Y cuando la verdad se eleva a la categoría de relato, incluso proporciona sentido y orientación. En cambio, la sociedad de la información está vacía de sentido. Un vacío que explica la transparencia. En ese vacío, hoy estamos bien informados. pero desorientados. La información es aditiva y acumulativa. La verdad, en cambio, es narrativa y exclusiva. La verdad es algo más que una información correcta. Es, en última instancia, una promesa. Como lo expresan las palabras bíblicas, yo soy el camino, la verdad y la vida. Incluso la verdad discursiva, en el sentido de Habermas, tiene una dimensión teleológica. Es la promesa de alcanzar un consenso razonable sobre lo que se dice. La finalidad de la verdad es la unidad y la cohesión. Por eso la crisis de la verdad es siempre una crisis de la sociedad. Sin verdad la sociedad se desintegra por completo. Y en una sociedad fragmentada lo único que le ofrece unidad son las relaciones económicas instrumentales. Así, todos los valores humanos se transforman en valores económicos y comerciales. La sociedad y la cultura se van mercantilizando. La mercancía finalmente ha sustituido a la verdad. El fin de los grandes relatos con que se inicia la posmodernidad alcanza su consumación final en la sociedad de la información. Las narraciones se desintegran y acaban en informaciones, dando forma al Big Data que no narra nada. Por eso, no solo estamos frente a una crisis económica y pandémica, sino también frente a una crisis narrativa, porque esos relatos que se han perdido generaban sentido e identidad. La crisis narrativa conduce a un vacío de sentido, a una crisis de identidad y a una falta de orientación. Quizás el único sustituto a esa ausencia de sentido son las teorías conspirativas como formas de micro relato y por eso actúan como recursos de identidad y significado. Las teorías conspirativas se extienden sobre todo por el ámbito de la derecha política donde la necesidad de identidad es algo más pronunciada. Las teorías de la conspiración resisten la verificación por los hechos porque son narraciones que, a pesar de su carácter ficticio, le dan sentido a la percepción de la realidad. Por tanto, constituyen una narración de hechos. En ellas, la ficcionalidad se convierte en facticidad. Las teorías conspirativas son narraciones donde lo decisivo no es la verdad de los hechos que narran, sino la coherencia narrativa que las hace creíbles. En la crisis pandémica, Las cifras de casos o incidencias acrecientan la incertidumbre porque no explican nada. Esa es la razón por la que se hace necesario crear narraciones y se genera el escenario propicio para las teorías conspirativas que atenúen la inseguridad reinante. La conspiración es un relato y esa condición permite eliminar la contingencia y la complejidad. Dos factores intolerables en un escenario de crisis y ofrece sentido y coherencia, aún como ficción. Michel Foucault, en una de sus últimas conferencias, expuso que la democracia seguía por dos principios, la isegoría y la parresía. La isegoría se basa en el derecho de todo ciudadano a expresarse libremente en condiciones de igualdad, mientras la parresía consiste en decir la verdad, lo cual presupone la isegoría. Pero va más allá. Permite a los individuos no sólo dirigirse a otros, sino decirle lo que piensan y lo que consideran cierto. La parresía obliga a los individuos que actúan políticamente a utilizar un discurso racional, un discurso de verdad. Porque la parresía crea comunidad. Y eso la hace esencial para la democracia. Que se mantiene viva. mientras se ejerce la parresía. Por el contrario, en el Estado totalitario, construido sobre una total mentira, ejercer la parresía, decir la verdad, es un acto revolucionario. La parresía como acto de valentía para decir la verdad es la acción política por excelencia. Por ello la verdadera democracia es consustancial a lo heroico, porque requiere de aquellas personas que se atreven a decir la verdad, aún a costa del riesgo de hacerlo. Sólo la libertad de decir la verdad crea una verdadera democracia. Sin esa libertad la democracia deriva en infocracia, porque la infocracia puede prescindir de la verdad. La política es un juego de poder. La palabra dinastía designa el ejercicio del poder. Sin embargo, en la democracia la dinastía no es ciega. No se trata de un fin en sí mismo, ya que ese juego de poder debe mantenerse en el marco de la parresía, que lo limita y lo protege. Cuando el juego de poder cobra vida propia, la democracia entra en peligro. El ejemplo de Trump Fue el caso de un gobierno que perdió toda relación con la parresía. Como oportunista, se orientó solo a conseguir el poder y se desenganchó de la verdad. Las fake news fueron el camino adoptado para alcanzarlo. Hoy, la parresía degeneró en una libertad concedida a todo el mundo para decir no la verdad, sino cualquier cosa. Decir cualquier cosa que a uno le guste o lo beneficie. Se hace sin el menor escrúpulo Afirmaciones que ni siquiera guardan relación con los hechos. Platón sostuvo que existe una parresía valerosa que dice la verdad. Esto supone que también existe una parresía entendida como la peligrosa libertad a decir cualquier cosa. La verdad posee una temporalidad muy diferente a la de la información. Tiene duración y por eso estabiliza la vida y le proporciona un sostén. En cambio, La información tiene una duración exigua, fugaz. Y hoy, ausente la verdad, debemos contentarnos sólo con la información. En el orden digital, la duración de la verdad deja paso a la fugacidad de la información. La era de la verdad ha terminado. El régimen de la información ha desplazado al régimen de la verdad. Dijimos que en el estado totalitario construido sobre una total mentira, decir la verdad es un acto revolucionario. Sin embargo, en la sociedad de la información postfactual, el patos de la verdad ya no conduce a ninguna parte. La verdad se desintegra en polvo informativo arrastrado por el viento digital. En este escenario, la verdad finalmente habrá sido sólo un episodio breve. de nuestra historia.