Muy buenas noches comunidad, bienvenidos y bienvenidas sean a la siguiente sesión de historias paranormales. de relatos de encuentros con el mundo de lo paranormal. Mi nombre es Uriel Reyes y no te detengo más. Apaga la luz y déjate llevar. Y entra en los siguientes relatos de la noche.
Me llamo Laura García, soy de San José, California. Mi historia es muy corta y te la voy a contar en inglés, porque aunque entiendo el español al escucharlo, me cuesta mucho hablarlo y todavía más escribirlo, pero espero que tú lo puedas traducir. Eran como las 10 de la noche... Cuando decidí regresar a casa, había pasado la tarde con mis amigas en el centro y entre risas y pláticas se me fue el tiempo sin darme cuenta. Todavía tenía que caminar unas cuadras para llegar a la avenida, donde pasaban los buses para mi casa, pero ya no podía.
a esa hora la calle se sentía sola. Apenas unas luces parpadeantes acompañaban el silencio. Caminaba rápido cuando de reojo noté que alguien venía detrás de mí. No quise voltear de inmediato, pensé que sería alguien más dirigiéndose a la parada del autobús, pero los pasos empezaron a sonar más cerca, sincronizándose con los míos, como si esa persona estuviera tratando de alcanzarme.
No tengo que explicarles el cómo, como mujer, algo así nos aterra sin importar el cómo. contexto, así que apresuré el paso. Al llegar a la parada me detuve junto a la banca de metal, y fue ahí cuando escuché una voz, suave, apenas un susurro.
No corras, no es necesario. Me quedé inmóvil, con el corazón en la garganta. Alcé la vista y por una fracción de segundo, vi el reflejo de unos zapatos viejos, desgastados, asomándose por debajo de la banca.
Eran de mujer, y alcanzaban a la cabeza. ver parte de las piernas también, pero al mirar hacia atrás no había nadie. Mi cuerpo entero se llenó de escalofríos.
Era imposible, no había nadie a la vista, pero esa voz, algo en su tono me resultaba. familiar. En ese momento recordé la historia de la señora Rosa, una fanática religiosa que se paraba en la misma esquina, justo en esa estación, y se acercaba siempre a quien fuera para hablar de la Biblia y advertirnos de los pecados del mundo. Lo sé porque estaba apenas dos estaciones de mi casa.
Muchas veces caminé por ahí. Dicen que la señora murió allí mismo, cerca de la estación, en condiciones bastante extrañas porque la encontraron muy muy golpeada, pero había quien decía que la atropellaron. Al menos esa era la versión que se contaba.
Desde entonces, algunas personas dicen que su espíritu sigue rondeando esa estación, que se sigue viendo, como buscando a alguien a quien hablarle, a quien seguir predicando. Mi cuervo temblaba, y aunque no podía ver nada, sí sentía su presencia, como si sus ojos me observaran desde el silencio. Sin pensarlo, eché a correr hasta que llegué a la avenida, donde las luces y la gente me hicieron sentir un poco de paz. poco más segura. Y ahí, a pesar de la hora, mejor caminé hasta mi casa.
No pensaba regresar a esa estación. A mi mamá le dije, pero nunca le conté a mis amigas lo que me pasó. Sabía que se burlarían de mí, pero cada vez que paso por ahí, sigo sintiendo ese escalofrío, y aunque me cueste admitirlo, camino rápido y siempre evito esa banca, incluso cuando es la más cercana a mí para volver a casa.
Cuando se murió la tía Annalise, a quien ni siquiera recuerdo haber conocido pero cuya muerte parece haber sacudido de fea forma a toda la familia, a mí me mandaron a quedarme a dormir con mis primos, los politos, como les decíamos por ser hijos de mi tío Polo. Nos llevaron a casa de su abuela materna, una señora que yo no conocía hasta entonces. Mamá Carmen, le decían los politos, y la señora me dijo que también le llamara así. Su casa era de madera y crujía por todos lados, pero era grande, como las de las películas, lo suficiente para que nos entretuviéramos toda la tarde jugando a las escondidas. Así fue como la conocí, como la fui descubriendo, escondiéndome en ella.
Los rincones eran oscuros, pero había algo en la casa que me hacía sentir como si estuviera en la mía. Pero cuando nos mandaron a dormir, me dejaron en un cuarto vacío y antes de salir, el polito mayor me dijo algo que me sacó de onda. —Hagas lo que hagas, no les vayas a responder. —¿Qué?
—le pregunté. —No le respondas a las voces. Lo que te va a hablar de abajo de la cama.
La verdad me sentí raro pero en ese momento no creí que fuera algo serio, pensaba que se trataba de una broma para asustarme, como yo las he hecho también cuando alguien se queda en mi casa y les cuento historias de fantasmas que voy construyendo en el momento. Me dormí, me quedé bien dormido simplemente. Quería escuchar una voz que me llamaba, primero en mi sueño, pero la alcancé a escuchar por un momento cuando abrí los ojos. Luego hubo silencio, un largo silencio, y cuando estaba a punto de dormirme de nuevo, la volví a escuchar. Reconocí esa voz.
Tenía tres años que no la escuchaba. Ya estaba empezando a olvidarla. Era la voz de mi mamá.
Era la voz de mi madre muerta. Me levanté sin decir nada y salí del cuarto, sin valor para mirar atrás, para ver abajo de la cama. Cuando llegué a la puerta del cuarto donde estaban los politos, sentí mucha vergüenza.
Eran malos, eran carrilludos. Si me veían así de asustado, nunca me la iba a acabar. Así que me armé de valor. Me regresé a mi habitación. Era imposible que eso estuviera pasando.
Estaba soñando. Tenía que estar soñando. Tenía que volver y quedarme dormido y ya. Caminé de nuevo.
Entré a la habitación y me acosté. Y cuando ya había pasado un buen rato, cuando estaba más dormido que despierto, volví a escucharla. Felipe, te perdono.
Tú no tienes nada que perdonarme, dije casi dormido. Tú deseabas que me muriera, pero te perdono, todo está bien. Y es que comunidad, tengo que confesarles algo. Mi mamá tenía un problema de parálisis que le afectó en sus últimos años de vida, y a mí me tocó cuidarla.
Desde que mi papá se fue, lo hice a solas. Él se fue porque no pudo con eso, con una responsabilidad, pero siguió mandando dinero, siempre, para cubrir todos los gastos. Pero yo, yo que estaba ahí dejé de jugar, dejé de hacer mis tareas, dejé de salir a la calle con mis amigos. Mi vida se convirtió en solo una cosa, cuidar de mi madre. Y en ese momento yo odiaba mi vida y a todos en ella.
Sí, deseaba que mi papá se muriera, dondequiera que anduviera. Deseaba que mi mamá se muriera, y se fuera por fin a descansar, y no estuviera ahí, acostada en la cama sin poder moverse, sin poder comer por sí sola, sin poder ir al baño por sí sola. Ese deseo era algo que nunca le había dicho a nadie. Es algo que, de hecho, por primera vez escribo tan siquiera.
A ustedes, comunidad, porque les tengo la confianza. Y así, más dormido que despierto, le pedí perdón. Le pedí perdón a lo que fuera que estaba hablándome desde abajo de la cama. Bajé la mano.
No sé qué estaba esperando. No sé si esperaba que alguien la tocara o sentir algo o lo que fuera, pero bajé la mano. Y eventualmente me quedé dormido. Me despertó un sonido lejano, una sensación en la mano, algo me estaba tocando, una mano rasposa, dura, que salía desde abajo de la cama, me estaba tocando. Al principio pensé que todavía estaba soñando, no quería abrir los ojos, pero podía sentirla en mi mano.
Mi corazón latía con fuerza y sentía que algo me oprimía el pecho, pero al mismo tiempo, mi curiosidad era más fuerte. Esa sensación de que algo estaba mal, de que algo estaba allá abajo me invadió, y sin saber por qué, tuve el valor de bajar la vista. Les juro que ahí estaba. Apenas distinguible una mano, con dedos largos y delgados.
Una mano que salía desde abajo de la cama. Una mano que se aferraba a la mía, de piel grisácea, seca, como si perteneciera a alguien que llevaba años sin ver la luz. Recuerdo el frío que sentí en todo mi cuerpo, pero me quedé congelado, incapaz de soltar esa mano que ahora me estaba apretando con fuerza.
—Me perdonas, susurró la voz con un tono entre suplicante y acosador. Me quedé en silencio, tratando de procesar si aquello era real o simplemente me había quedado dormido otra vez, si simplemente estaba atrapado en una pesadilla. ¿Me perdonas? Felipe, ¿me perdonas?
La voz volvió a insistir, con un tono que no había escuchado nunca en mi madre. Era como si algo, algo distinto estuviera usando su voz, pero distorsionándola, volviéndola ajena, perturbadora. Era la voz de mi madre que, al mismo tiempo, no era de ella.
Hasta entonces recordé lo que me dijo el Paulito Mayor, no le respondas, y ahí, con esa mano apretando la mía, entendí de golpe el peso de su advertencia, entendí que era literal, pero era tarde, ya había hablado. Sin saber qué más hacerme, mordí los labios, cerré los ojos, deseando que aquello simplemente desapareciera. Tiré de mi mano para soltarme, pero la presión aumentó, y sentí como esa mano comenzaba a jalarme hacia abajo, como si quisiera arrastrarme con ella.
¡Felipe, déjame ir! ¡Felipe, déjame ir! Murmuró la voz, ahora más suave como si estuviera rogando. Pero ya no era un ruego que me conmoviera. Aquella voz se había vuelto áspera, ajena, y en lo profundo supe que lo que fuera que estaba bajo la cama, era algo completamente opuesto a mi madre.
Luché, batallé, y finalmente logré soltarme de aquella garra fría y seca. Retrocedí hasta la pared, sintiendo como mi respiración se entrecortaba. Pasaron segundos o quizás minutos en un silencio tan denso que me parecía imposible.
Poco antes de que saliera el sol escuché ruidos en la cocina. Salí corriendo y me encontré a mamá Carmen levantándose y le conté lo que había pasado. Ella me escuchó en silencio, con una expresión que no pude entender del todo.
Al final, me sonrió y me dijo que no le diera tantas vueltas, que seguramente todo había sido una alucinación, provocada por andar de aquí para allá en panteones y funerarias esos días. Me pidió que no le hiciera caso a sus nietos, que solo eran unos traviesos amantes de las historias de fantasmas, y sin duda, habían aprovechado la oportunidad para asustarme, para plantarme esa idea en la cabeza. Según ella, ellos mismos inventaron esa advertencia para no entrar más a ese cuarto, para que alguien más ocupara la habitación que siempre les había dado miedo.
Pero, aunque quería creerle, sabía que había escuchado la voz de mi mamá. Esa parte la recordaba clara, tan clara como las palabras que me dijo. De lo que aún hoy trato de convencerme de que fue solo una pesadilla, es de aquella mano fría.
De aquella mano áspera como de muerta, que salió de debajo de la cama. Porque, aunque todas las noches me repito que fue un sueño, ese recuerdo sigue ahí, como la pesadilla más real que he tenido en mi vida. Muchas gracias por continuar por aquí, te recordamos seguirnos en todas nuestras redes sociales para que seas parte de la comunidad VIP de Relatos de la Noche, estamos como RD y RDA.
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Sin embargo, me atrae todo lo relacionado con el ser humano. el terror. Encuentro una adrenalina adictiva en leer, ver o jugar videojuegos sobre el tema.
Eso sí, quizá por todas las creencias familiares, suelo tener cuidado de no involucrarme con cosas o lugares que no entiendo. A lo largo de mis 29 años, he tenido varios encuentros muy cercanos con lo paranormal. He visto apariciones de gente que ya no está en este mundo, sombras y otros sucesos extraños. Para mí y para la mayoría de mi familia, creer en estas cosas nunca ha sido una duda, sino una certeza.
Mi historia comienza en julio de 2021. Estudiaba biología en un pequeño pueblo costero del sur de Jalisco. Era un lugar muy tranquilo y sencillo, con pocas actividades. Tras la pandemia, el dinero en mi familia, como en muchas otras, comenzó a escasear, y la necesidad me obligó a buscar un trabajo que pagara mejor que el ciber donde trabajaba los fines de semana, el café internet.
Así, terminé en una de esas tiendas de autoservicio que están en todos lados. Pensé que era una buena opción, ya que los horarios eran medianamente flexibles para estudiantes y no había muchas opciones más, sobre todo en temporada baja. La contratación fue rápida, parecía el trabajo perfecto, con buenos bonos y todo. Sin embargo, pronto comencé a tener problemas con mi gerente Como estudiante tenía el tiempo muy limitado Iba de 7 a 2 a la escuela y de 3 a 11 al trabajo Apenas si me quedaba tiempo para comer en el camino Una tarde muy cansada de esta rutina, tuve una discusión con él sobre mi tiempo de comida. Molesto, el gerente me dijo que dejara de quejarme y que me pusiera a trabajar, que si seguía así me iba a dejar tronada, o sea, el...
el peor turno posible. Y esa misma semana me tocó a mí y a una amiga como Daryl Sedis, donde recibíamos el cargamento de productos de la tienda. Estábamos platicando de series de televisión y música, cuando de repente...
repente, mi amiga se quedó mirando las chamarras junto al cuarto frío y dijo, no manches Cass, se acaban de mover. Yo en ese momento, completamente harta de los malos tratos y el estrés de la escuela, le contesté que no bromeáramos con esas cosas, que seguro se habían movido por el aire o algo así, pero ella insistió y yo pensando que solo quería asustarme le respondí molesta, ya, no es nada y si hay algo que decir deje de estar molestando. Ya suficiente tengo con aguantar al imbécil del gerente y el sueldo miserable como para tener que preocuparme también por fantasmas. Y así pasaron los días, y el gerente cumplió su amenaza. Me asignó el turno de la noche, un viernes, justo cuando había una fiesta universitaria en el bar de al lado.
No me quedaba de otra más que aceptarlo, aunque al menos me pagarían mejor en la noche, y tampoco soy de salir mucho. El turno transcurrió con normalidad, varios clientes borrachos y otros hasta arriba de quien sabe que, pero nada fuera de lo común. Sin embargo, hacia las 2 o 3 de la mañana, empezó a llover intensamente. La tormenta fue tan fuerte que se fue la luz en toda la tienda, obligándonos a depender del generador de emergencia.
Fue entonces cuando una señora, cliente frecuente, se me acercó y me dijo algo que me heló la sangre. Ten mucho cuidado, mija. Aquí en esta tienda se apareció una niña nos perdió.
Pasillos, hace años que lo atropellaron casi aquí enfrente, en la esquina. Y como arrepentida de lo que me acababa de decir, la señora trató de calmarme, asegurándome que no me fuera a asustar, que la niña no era mala. Pero cansada como estaba, y tras lidiar toda la noche con gente fuera de sí, apenas le presté atención.
Aunque, en el fondo, sus palabras me dejaron una sensación extraña. Dejé el turno a las 7 de la mañana y olvidé el asunto, hasta que un par de semanas después, me encontraba sola con otra compañera en el turno de la mañana. Era aproximadamente la 1 de la tarde, la hora más tranquila, cuando mi compañera me dijo que me iba a ir a la casa. mi compañera me pidió que rellenara los refrigeradores. Entré a la bodega, cargué uno de los carritos con un montón de refrescos, cervezas y demás, pero cuando me disponía a entrar al cuarto frío, justo en la puerta, pude ver unos dedos pequeños, muy pálidos.
No les presté mucha atención porque, aunque creo en lo paranormal, no pienso que todos los ruidos o cosas extrañas tengan que ver con ello. Simplemente asumí que mi compañera, quien ha ido al baño, se había recargado en la puerta. Se rey empujó el carrito hacia el fondo del cuarto frío. Tomé una lata, y cuando estaba a punto de acomodarla, vi por el vidrio del refrigerador que mi compañera estaba allá afuera, cobrando.
Tenía una fila bastante larga. No había nadie más ahí dentro conmigo. No podía haber sido su mano.
Sentí un miedo inmenso, y recordé que las luces de la bodega y el pasillo se apagan automáticamente cada ciertos minutos. Después de haber visto eso, pensé que lo más prudente sería salir antes de que la luz se apagara. Lo último que quería era quedarme ahí a oscuras, después de haber visto esos dedos sosteniendo la puerta.
Especialmente porque tengo un miedo terrible a la oscuridad. Cuando intenté salir empujé la puerta, pero... Algo la empujó de regreso hacia mí con mucha fuerza, casi haciéndome caer hacia atrás.
Miré de nuevo por el cristal. Mi compañera seguía cobrando. Éramos las únicas en el turno y nadie tenía por qué estar de ese lado de la tienda. Sin acceso al público.
Traté de recobrar la compostura y decidí llamar a mi amiga para calmarme un poco. Lo que sucedió a continuación sigue siendo uno de los sucesos más inexplicables que he vivido. Del otro lado de la línea de ese teléfono, escuché a un bebé, a un bebé balbuceando.
Mi amiga me comenzó a regañar, me dijo que no era gracioso que imitara a un bebé, menos cuando su hermanito estaba tan enfermo, en el hospital. Me dijo que esa broma le parecía de muy mal gusto. Yo traté de explicarle que no era yo, pero me colgó. Y ahí estaba yo, a solas, en el refrigerador, muerta de miedo. Decidí que si incluso estando ahí me estaban molestando, lo mejor era enfrentarme a mis miedos.
Empujé la puerta. Caminé. Caminé hasta llegar a mi caja.
Las manos, todo me temblaba, y no volví a entrar ahí por el resto del turno. Me valió que me fueran a regañar por no haber dejado el refrigerador lleno. Llegué a mi casa un par de horas después, aún asustada. Por supuesto le conté todo a mi amiga, quien se burló de mí, ya que ella cree que todo pasó por el día en que le reclamé al espíritu por no dejarme trabajar. Pero recordando lo que me contó la señora, señora, la clienta.
Decidí volver a la tienda, disculparme, disculparme en la oscuridad por haber sido tan irrespetuosa con el espíritu de esta niña, y le dejé una ofrenda con un par de dulces, además de rezar algunas oraciones para pedir por su descanso. Crean o no, casualidad o no, pero después de eso, pero no volví a experimentar nada paranormal en el lugar, hasta que renuncié hace un par de meses. Buenas noches, hace un par de días descubrí tu canal y me encantan tus historias y la forma en que las cuentas. Te escribo para convertir algo que me pasó hace tiempo, en noviembre del 2011, cuando me encontraba en el hospital del IMSS en una ciudad del estado de Zacatecas, haciéndome internado como médico.
Esa noche me tocó guardia en el área de... de ginecología, y pasada la medianoche estaba en el módulo de enfermería, escribiendo notas. Recuerdo bien la hora, porque justo en ese momento era la merienda en el comedor del hospital.
En el área donde me encontraba, el módulo de enfermería era la única forma de entrar a los cuartos donde estaban las pacientes internadas. Todas las habitaciones compartían un pasillo que daba directamente a este módulo. La enfermera a cargo me avisó que iría a tomar su merienda y que al volver a administrar los medicamentos pendientes, dejándome sola en el área. Aproveché para revisar a una paciente que tenía pendiente un medicamento. Fui a su cuarto, le hice unas preguntas de rutina y al final le dije, ahorita viene la enfermera y te pone el medicamento.
Para mi sorpresa me contestó, ya vino, seguramente usted se la topó en el pasillo antes de entrar. Me dieron escalofríos, yo sabía que estaba completamente sola en esa área. Con voz temblorosa le pregunté cómo estaba vestida. La paciente me respondió lo siguiente, trae un vestido completamente blanco, medias blancas y zapatos de tacón blancos, de esos de enfermeras.
Me invadió el miedo en ese momento, pues las enfermeras ya usaban pantalón, filipina y suéter verde, y así era como estaba vestida la enfermera que debía atender a esa paciente. No había forma de que alguien más hubiera pasado por el módulo de la cárcel. de enfermería sin que yo lo hubiera visto mientras escribía. Cuando la enfermera regresó de su merienda, le pregunté si ya le había administrado el medicamento al paciente y me dijo que no, que apenas le iba a tocar. Le conté lo que la paciente me había dicho y ella también se quedó pálida.
Fue a revisarla y al volver me contó que le había repetido lo mismo, que ya le habían dado su medicamento, que había sido la otra compañera. Solo estábamos la enfermera y yo, y hasta hoy, siempre he pensado que quizás fue una aparición de la famosa planchada. ¿Será posible? ¿Alguien allá afuera, sobre todo de quienes tienen experiencia en hospitales, sabe si esta aparición, si esta leyenda es verdad?
Este relato me lo contó mi abuelita, quien falleció hace casi cinco meses. Antes de que partiera me aseguré de preguntarle todos los detalles de esta experiencia, pues estaba enferma y sabíamos que no estaría mucho más tiempo con nosotros. Mi abuelita era originaria de un pueblito llamado Cieneguita, en Guanajuato. Me contó que su abuela paterna, cuando ella era pequeña, nunca la quiso. Le hacía muchas groserías, tal vez porque mi abuelita tenía que encargarse de la casa y de la comida tras la muerte de su madre a temprana edad.
Aquella mujer no solo era grosera, sino que la trataba como a una sirvienta. Le tenía tanto miedo que evitaba quedarse a solas con ella pues, además de los malos tratos, la pellizcaba y le jalaba el cabello si no obedecía. Eventualmente esta señora enfermó y estuvo mucho tiempo en cama, sufriendo de una enfermedad que acabó llevándola a la muerte. El día que falleció pidió hablar con mi abuelita, ya que decía querer despedirse y disculparse por todo el daño que le había hecho. Mi abuelita no quería entrar en la habitación.
Le daba terror verla en ese estado tan deteriorado, y más aún estando enferma, pues siempre sintió una energía extraña en su presencia. Decía que la casa se sentía fría y pesada. como si algo malo la habitara. Finalmente mi abuelita entró en la habitación y la señora con una voz débil le pidió perdón. Mi abuelita le respondió que la perdonaba, que se fuera en paz, que buscara el camino hacia Dios.
Sin embargo, su abuela le contestó con una mirada oscura. Con Dios no, voy a ir a cualquier lado, menos con Dios. Esa misma tarde falleció.
Después de su muerte, la casa se sentía más fría y tenebrosa que nunca. Mientras esperaban a que alguien fuera a recoger el cuerpo, dicen que soplaba un aire escalofriante, y el viento chiflaba al pasar por los árboles alrededor. Al estar rodeados de monte, no se veía nada más allá de las sombras de los árboles, y no se escuchaba nada más que ese viento que susurraba entre las ramas.
En medio de ese silencio, Mi abuelita escuchó lo que le pareció un llanto, un llanto lejano, un lamento profundo entre los árboles. No sabía si se lo estaba imaginando o si en verdad algo estaba llorando allá afuera. Esa noche, mientras los demás preparaban la casa para el velorio, mi abuelita se quedó en la cocina, sintiendo un frío inusual para esa época del año, pues apenas estaban saliendo del verano. A la mañana siguiente, mientras velaban el cuerpo, mi abuelita y sus primos estaban jugando en el patio.
Había un viejo huizache donde la abuela solía sentarse cuando estaba en vida. Allí había un viejo huizache donde su abuela solía sentarse en vida, y decidieron jugar a las escondidas cerca de él. En un momento, mi abuelita y uno de sus primos corrieron hacia el huisache para esconderse. Al llegar, se detuvieron en seco. Ella no pudo moverse, las piernas le temblaban.
Y es que ahí sentada bajo el árbol, vieron a su abuela, la misma mujer a la que estaban velando adentro. Dice que la miraba fijamente con los ojos oscuros y vacíos, sin un rastro de vida en ellos. Mi abuelita sintió un terror que nunca antes había sentido, como si estuviera viendo algo que no pertenecía a este mundo.
Su primo también la vio. Los dos salieron corriendo con el corazón latiendo como nunca. Sabían que no era posible. Sabían que la mujer a la que estaban velando no debería estar ahí.
Que ya estaba muerta. Mientras los adultos rezaban por el alma de su abuela, mi abuelita escuchaba las palabras que, aunque hablaban de Dios y la Virgen, sonaban escalofriantes en el silencio del monte. Ese ruega por ella y por nosotros los pecadores, parecía flotar entre los árboles y el viento, creando un ambiente macabro que, incluso al contarme esta historia, todavía le provocaba escalofríos. Corrieron de regreso a la casa.
Mi abuelita entró de inmediato en el cuarto donde la estaban velando. Todos la miraron extrañados por la manera de irrumpir, pero ella solo quería confirmar que el cadáver seguía ahí, en el ataúd. Cuando se acercó y la vio, sintió que el corazón se le detenía. Estaba segura de que la había visto afuera, ahí sentada en el huisache.
Sin embargo, el cuerpo permanecía en el ataúd, mientras el viento y los rezos continuaban. sonando en un tono sombrío. Al día siguiente, llevaron a su abuela al panteón del pueblo. La ceremonia transcurrió con normalidad. Hicieron la misa y el entierro, y colocaron un rosario entre sus manos, que cruzaron cuidadosamente.
sobre su pecho sin embargo al día siguiente alguien llegó con la noticia de que habían desenterrado el cuerpo el papá de mi abuela acudió de inmediato y para su asombro encontró el ataúd en el hoyo y el cuerpo de su madre afuera con los brazos extendidos y el rosario que debía estar en sus manos estaba dentro del ataúd volvieron a acomodarla y repitieron el entierro Pasada la noche, alguien nuevamente avisó que la señora había sido desenterrada otra vez. Pensaron que quizás era una broma macabra, un acto de vandalismo, así que decidieron poner vigilantes en el panteón. Una vez más, la acomodaron dentro del ataúd, amarraron sus manos y colocaron el rosario entre sus dedos.
Pero la mañana siguiente, el cuerpo otra vez estaba fuera, en la misma posición, con los brazos extendidos y esta vez despidiendo un olor de descomposición que no podían ignorar. La situación no podía continuar. continuar así.
El cuerpo ya empezaba a mostrar signos de deterioro y el párroco sugirió que quizás la señora rechazaba la tierra santa. Con gran pesar, la familia tomó la decisión de sacarla del panteón, enterrarla fuera del terreno sagrado. Fue solo después de este último entierro, lejos de ese panteón, que el cuerpo finalmente permaneció en paz. Desde entonces, nadie volvió a verla penando en la casa, y tampoco poco hubo más noticias de desentierros. Su tumba, hasta el día de hoy, permanece fuera del panteón.
Es el único cuerpo en ese lugar, y es un recordatorio inquietante de aquella presencia que no quiso encontrar descanso entre los muertos. Sé que este relato puede parecer sencillo, pero mi abuelita siempre aseguró que todo esto fue real, y que el miedo que sintió en ese momento fue profundo, porque no es normal que un cuerpo... haya sido desenterrado tantas veces.
Y esta comunidad es solo una de las muchas historias que mi abuelita me contó. Espero, más adelante, irles compartiendo otras. Que tengan muy buenas noches.