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La Importancia de los Microbios y su Relación con la Salud Humana

Estamos cercados por un mundo invisible que se extiende a nuestro alrededor, un universo microscópico habitado por miles y miles de millones de individuos. Algunos se han instalado en nuestros hogares, en nuestra piel e incluso en nuestros cuerpos. Sin embargo, llevamos décadas combatiendo contra estos invasores. Nos vacunamos, ingerimos antibióticos, desinfectamos, esterilizamos... En nuestras sociedades desarrolladas la guerra contra los microbios se agrava y nuestra vida se vuelve cada vez más antiséptica. Utilizando este tipo de medidas higiénicas hemos conseguido reducir la mortalidad infantil y la propagación de enfermedades infecciosas. ¿Pero deberíamos combatir contra todos los microbios sin distinción? ¿Representan todos una amenaza para la humanidad? ¿Cómo sería el mundo si pudiéramos agitar una varita mágica y hacer que todos estos minúsculos habitantes de nuestro mundo desaparecieran súbitamente? Hace 3.800 millones de años la tierra estaba cubierta de agua En la superficie, islas emergentes de la corteza terrestre formaban los primeros continentes. Pero la atmósfera era tóxica, el calor abrasador y nuestro joven planeta estaba siendo bombardeado constantemente por meteoritos. Sin embargo, fue exactamente en ese periodo cuando en el fondo de nuestros océanos comenzaron a aparecer los primeros seres vivos, las bacterias. Estos microorganismos formados por una sola célula son los antepasados de todas las otras formas de vida. Y todavía hoy son los verdaderos amos de nuestro planeta. Han colonizado todos los hábitats, desde las profundidades de los océanos hasta los bosques tropicales, desde los áridos desiertos hasta los páramos helados de los polos, desde la remota campiña hasta nuestras superpobladas megalópolis. Chicago, en el noreste de Estados Unidos, está como todos los pueblos y ciudades, habitado por muchos más microbios que seres humanos. Aquí, en la prestigiosa Universidad de Chicago, el microbiólogo Jack Gilbert tiene pasión por este mundo invisible y en gran medida incomprendido. Estimamos que hay entre 100.000 millones y un billón de especies de bacterias. Un billón de especies de bacterias. Usted, un ser humano, tiene alrededor de 1.000 especies. ¿Un gramo de tierra puede contener 1.000 millones de especies o un millón? No lo sabemos. No podría existir un mundo o incluso la vida tal y como la conocemos sin bacterias, sin hongos, sin esos virus que hemos llegado casi a odiar. En el transcurso de los últimos 100 años, se ha convertido en una obsesión matarlos. Pero son esenciales y vitales para la vida. La propia palabra microbio puede hacer que nos sintamos incómodos. Es sinónimo de suciedad y enfermedad. Soñamos con un mundo libre de estos minúsculos invasores. Sin embargo, sin ellos, tendríamos serios problemas. Empezando por aquellos que han tomado nuestro cuerpo como residencia. La próxima vez que se mire en un espejo, tenga en cuenta esto. Cada ser humano es un ecosistema viviente que proporciona un hogar a diez veces más células germinales que células humanas. Cada ser humano tiene unos 100 billones de bacterias viviendo en su cuerpo. Entre el 90 y el 95% de esas bacterias viven nuestros intestinos. Y el resto en la piel, en la boca, cualquier parte del cuerpo tiene su propia comunidad de bacterias. aproximadamente un kilo de nuestro cuerpo está compuesto de bacterias es una cantidad considerable y están intrincadamente vinculadas a nuestra salud y bienestar y sólo estamos empezando a desvelar esas complejidades esas redes de relaciones desde hace varios años la comunidad científica internacional trabaja duramente para intentar desvelar los secretos de estos sorprendentes organismos Cerca de París, Metagenópolis es un centro único en Europa, especializado en el estudio de los microorganismos que habitan en nuestro sistema digestivo, conocidos como microbiota intestinal. Cada día los equipos que trabajan aquí reciben unas muestras bastante peculiares y un tanto hediondas. Los científicos la denominan materia fecal o, coloquialmente, excrementos humanos. La primera fase de los análisis consiste en la preparación de las muestras. Las heces se homogenizan y se diluyen para que puedan mantenerse en condiciones óptimas. Luego, las muestras se envían a una plataforma robotizada con tecnología de última generación. Las paredes celulares de los microorganismos se destruyen, dejando solo su ADN. Dentro de esta caótica maraña se encuentra el ADN de todos los microbios que viven en el tracto gastrointestinal de un individuo. Esta jungla de genomas se divide entonces en fragmentos regulares, que posteriormente se copian a sí mismos miles de veces, utilizando un cóctel de moléculas específicas. Los innumerables fragmentos obtenidos así se colocan en una última máquina. El secuenciador de alto rendimiento. Este robot es capaz de leer el ADN de las bacterias letra a letra, en o en, a la velocidad de decenas de miles de letras al día. La masa de datos así obtenida es entonces clasificada y analizada utilizando software bioinformático especializado. Joel Doré, director científico de Metagenópolis, considera que estas nuevas herramientas secuenciadoras han revolucionado la investigación, proporcionando por primera vez una imagen completa de la microbiota intestinal humana. La microbiología clásica requiere el uso de cultivos para desarrollar las bacterias. Pero haciéndolo así, estábamos perdiendo una gran parte de la microbiota intestinal humana dominante. Así que hemos pasado a caracterizaciones conseguidas del ADN, de los genes que somos capaces de extraer directamente del contenido del intestino. Y esto nos ha proporcionado una visión nueva. Hemos sido capaces de identificar miles y miles de especies. Hemos listado más de 10 millones de genes bacterianos diferentes. Cada ser humano alberga en su intestino entre 100 y 200 especies de bacterias, con nombres exóticos como Ruminococcus niabus, Escherichia coli o Bacteroides fragilis. Pero las bacterias no son los únicos habitantes cotidianos de nuestro sistema digestivo. El metanobrevibacter smithii, por ejemplo, pertenece al grupo de las arqueas, cuya estructura y funcionamiento son ligeramente diferentes. En los giros y ondulaciones del intestino encontramos también hongos microscópicos como el candida albicans. y virus que no son sólo responsables de enfermedades. La microbiota intestinal es de hecho un órgano por sí solo, activo desde los primeros segundos de vida. El feto, en el útero, es estéril, y en el nacimiento descubre el mundo de los microbios. Entonces se producen importantes desarrollos condicionados por la forma en que nace el bebé, ya sea vaginalmente o mediante cesárea, por exposición a antibióticos u otros tratamientos, y por la alimentación también, ya sea con leche materna o de fórmula. Luego, de forma gradual, durante los primeros tres años más o menos, la microbiota se construye, se diversifica y se convierte en extraordinariamente estable. Desde nuestro primer llanto hasta nuestro último aliento, estos seres invisibles están colonizando cada rincón de nuestro sistema digestivo. Y a cambio de alojamiento y comida, nos proporcionan todo tipo de servicios. Sin ellos, no seríamos capaces de digerir adecuadamente ni de sintetizar moléculas esenciales como las vitaminas. Estaríamos también sin protección contra la intrusión de organismos patógenos. Nuestro sistema inmunológico fallaría completamente. Una persona sin microbiota sería una persona amenazada de muerte inminente. Dusko Erelitsch dirige el proyecto Metagenópolis. Este reconocido profesor es uno de los pioneros en el estudio de la microbiota intestinal. No alberga ninguna duda sobre la enorme importancia que este mundo invisible tiene para nuestra salud. El tener numerosas especies microbianas, Parece que está relacionado con una mejor salud general. Por otro lado, una pérdida de esta riqueza puede asociarse con comunidades microbianas que producen menos cantidades de sustancias necesarias para la salud de nuestro intestino y con una producción elevada de sustancias proinflamatorias. Y hay que señalar que la inflamación es en realidad un componente de muchas, o tal vez de todas las enfermedades crónicas que están en constante aumento desde hace décadas en nuestras sociedades. Obesidad, diabetes, alergias, enfermedades del hígado y del sistema cardiovascular. En los países industrializados estas patologías se están propagando a un ritmo acelerado y parece ser una consecuencia directa de ciertos cambios en la flora intestinal de las poblaciones. Los motivos son el uso de antibióticos a gran escala, unas medidas higiénicas cada vez más drásticas y por encima de todo una dieta en la que la concentración de azúcar y grasa es cada vez mayor. Podemos detectar esta pérdida de riqueza con un 95% de precisión. Así que podemos saber qué personas están en riesgo. Y hemos visto que la intervención nutricional puede ayudar a recuperar al menos parte de esa riqueza. Y tenemos dos elementos para prevenir la enfermedad crónica, detección del riesgo y alivio del riesgo. Según los expertos, el consumo de abundante fibra es muy importante en cuanto a la regeneración de la diversidad en nuestra flora intestinal, y por consiguiente en la prevención o incluso la cura de estas enfermedades crónicas. En un futuro próximo, puede que seamos capaces de tratar los alimentos de esta forma, vía intestinal. Dietas especiales, la ingesta de microorganismos para restablecer el equilibrio y el perfeccionamiento de nuevos medicamentos, inspirados por la acción de los microbios presentes en nuestro cuerpo. Ya están siendo exploradas varias vías, entre ellas los denominados trasplantes fecales. El principio de este sorprendente trasplante es muy sencillo. Se toman las heces de un individuo sano y se purifican. Luego, mediante una colonoscopia, se introducen en el aparato digestivo del paciente receptor. El trasplante microbiano se está utilizando como la cura principal para infecciones persistentes por Clostridium difficile, que provoca diarrea crónica. La gente padece diarrea crónica durante años. Son tratados con antibióticos, se sienten mejor, pero luego recaen. El trasplante microbiano cura el 90% de los casos. Al cabo de un día, se sienten mejor y no vuelven a recaer. La investigación sobre la microbiota intestinal humana acaba de comenzar y podría revolucionar nuestro concepto de la medicina y la prevención de enfermedades. Según los expertos, los microbios que viven dentro de nosotros podrían ejercer una influencia mucho más allá de nuestros intestinos y sistema inmunológico. Podrían estar manteniendo una conversación permanente con nuestro cerebro. Esto es un laboratorio animal bastante especial. Aquí los ratones y las ratas son criados en burbujas herméticamente selladas. Son lo que se conoce como animales axénicos, que significa que carecen de flora microbiana. El aire que respiran, el agua que beben, el alimento que comen, incluso la basura de sus jaulas es todo cuidadosamente esterilizado. ¿Qué es lo que se conoce como animales axénicos? Ponemos al ratón en esta plataforma, que no es muy alta, solo 4 centímetros. Pero, como ven, el ratón tiene muchas dudas a la hora de descender. Tiene miedo de hacerlo. Un animal realmente ansioso permanecerá en la plataforma, aunque volvamos a hacer la prueba tres veces en el transcurso de cinco minutos. Por otro lado, ratones sin ansiedad descenderán en menos de un minuto, y cuantas más veces los coloques ahí, más rápidamente bajarán. Esta prueba nos muestra que los ratones axénicos sufren más ansiedad que los ratones normales. En todo el mundo los científicos están llevando a cabo experimentos para comparar el comportamiento de ratones axénicos con el de sus congéneres normales. Aquí, por ejemplo, miden el tiempo que emplean las ratas en los pasillos abiertos y cubiertos de un aparato experimental. Habitualmente un animal normal explorará más las zonas abiertas, mientras que una rata axénica que sufre una mayor ansiedad tiende a esconderse en las sombras. Este vínculo entre la microbiota y el cerebro, en la neurobiología representa algo totalmente nuevo, algo que nadie tomaba en consideración. Hablar de un vínculo entre la microbiota y el cerebro hace cinco o seis años habría hecho sonreír a la gente. Ha sido en los últimos años, cuando nos hemos dado cuenta de este importante vínculo, que no habíamos tenido en cuenta. Y puede cambiar por completo nuestro enfoque en lo que concierne a las enfermedades psiquiátricas y a las terapias que utilizamos para estas enfermedades. La investigación en los humanos no ha hecho más que empezar. Los primeros resultados parecen indicar que nuestras bacterias intestinales tienen una influencia en algunos aspectos de nuestro comportamiento y pueden incluso influir en enfermedades neurológicas graves como el autismo, el Parkinson o el Alzheimer. ¿Cómo pueden los microbios influir en nuestro cerebro hasta tal extremo? Para averiguarlo se necesitarán años de investigación. Mientras tanto, mantener una población microbiana sana y variada en los recovecos de nuestro intestino parece ser una manera eficaz de protegernos contra muchas enfermedades de la mente y también del cuerpo. Es importante considerar que no somos solamente un organismo humano. Somos una simbiosis entre nuestra parte humana y nuestros microbios. Y asumiendo el hecho de que somos una simbiosis entre nuestros microbios y nuestras células, nos estamos proporcionando los medios para tener una mejor salud de forma permanente. Los miles y miles de millones de bacterias, arqueas y hongos microscópicos que viven dentro de nosotros distan mucho de ser un enemigo al que debamos combatir. Muy al contrario son nuestros aliados indispensables y deberíamos cuidar muy bien de ellos. Pero este mundo invisible y multitudinario no solo reside en nuestros intestinos. Cada rincón del cuerpo humano está de hecho colonizado. Cada parte de nuestro cuerpo tiene un ecosistema microbiano único. Nuestra boca es muy diferente al interior de nuestro cuerpo, porque aquí hay oxígeno. Aquí en nuestro intestino hay muy poco oxígeno. Tenemos distintos ecosistemas con respuestas diferentes. Nuestro codo es diferente a nuestra mano. Nuestro pie a la parte posterior de nuestro cuello o al interior del oído. Son ecosistemas diferentes que los microbios han colonizado, porque encontraron un motivo para estar ahí. Encontraron una habilidad para adaptarse y para explorar ese mundo microbiano y convertirlo, por así decirlo, en su hogar. Las partes más grasas de nuestro cuerpo, como la cara, el cuello y la espalda, están dominadas por la familia de las propionibacterias. Las zonas más bien húmedas, como las axilas, el pliegue del codo y el espacio entre los dedos de los pies, están habitadas principalmente por corinebacterias. Los estafilococos se encuentran principalmente en regiones más secas, como el antebrazo o las piernas. Hay unas 15 especies diferentes detrás de nuestros oídos, 700 especies en nuestra boca y varias docenas en nuestros orificios nasales y nuestros ojos. El teléfono móvil es realmente una extensión de nosotros mismos, cubierto de millones de bacterias que en su mayor parte han llegado allí desde nuestras manos y nuestra boca. De hecho, cada parte de nuestro cuerpo constituye un nicho ecológico especial. A nivel microscópico, nuestras axilas son tan diferentes a nuestros brazos como la selva tropical amazónica y el desierto del Sáhara. Todos estos organismos microscópicos juegan un papel esencial a la hora de defendernos de ataques externos. ¿Qué ocurriría si desaparecieran todos de repente? ¿Podríamos sobrevivir sin ellos? Como las ratas y los ratones axénicos del laboratorio, tendríamos que vivir dentro de una burbuja, un entorno perfectamente estéril que nunca podríamos abandonar. Puede que hayan oído hablar del niño burbuja. Un niño que nació con una inmunodeficiencia severa. No podía sobrevivir en el mundo exterior porque habría sido atacado por patógenos y habría muerto. Su cuerpo no podía controlar las bacterias. No podía tener contacto físico, nunca pudo ser abrazado por su madre. Es una forma horrible de existir en el mundo. Y murió por una infección patógena que contrajo. A mí no me gustaría vivir esa vida. Sería una existencia sin sentido. Un intento absurdo querer permanecer así de estéril, porque nuestro cuerpo no se desarrollaría correctamente. Tendríamos anomalías de comportamiento, nuestra fisiología estaría indebidamente distorsionada. Nadie debería intentar vivir en una burbuja. Podríamos vivir fuera de esa burbuja si agitando una varita mágica hiciéramos desaparecer todos los microbios del mundo. Algo que es, por supuesto, inimaginable, ya que los microorganismos están en todas partes en nuestro entorno. Nuestros hogares, por ejemplo, son refugios de microbios. Desde el suelo hasta el techo, desde el baño hasta la cocina, todos nuestros esfuerzos por limpiar y desinfectar son inútiles. Miles de millones de bacterias comparten discretamente con nosotros cada momento de nuestra vida. Por fortuna, el 99% no representa ningún peligro para nosotros, algo que no constituye ninguna sorpresa, ya que prácticamente todas ellas proceden de nuestros propios cuerpos. La gente estaba, básicamente, poblando el microbioma de ese entorno que no tenía su propio microbioma. Si nos mudamos a vivir a una casa, incluso a una casa en la que previamente ha vivido alguien, nosotros colocaremos nuestro microbioma en ese entorno, configurando esa biodiversidad con las bacterias de nuestra piel, boca, tracto intestinal, configurando ese ecosistema. De hecho, cada uno de nosotros es una auténtica fuente de microbios, un manantial inagotable. Los diseminamos por donde quiera que vayamos. Cada ser humano está básicamente exudando en su entorno alrededor de 38 millones de células bacterianas. Es como una nube microbiana que vive a nuestro alrededor. Cada individuo tiene una rica aura de biodiversidad de bacterias alrededor de su cuerpo. Salen de nuestra piel, ya que está en contacto directo con el entorno. De nuestra boca, mientras estoy hablando ahora mismo hay una nube de bacterias que están saliendo de mi boca, e incluso de otras partes del cuerpo. Podríamos asustarnos, pero si nos paramos a pensar, nosotros como especie hemos evolucionado en comunidades. Nuestros abrazos, besos, nuestra interacción física, son potencialmente un resultado de los beneficios de compartir bacterias que se encuentran en nuestra comunidad más próxima. Tal vez si alguien que tiene una comunidad microbiana sana pudiera compartir esa comunidad, podría beneficiar la aptitud evolutiva, las posibilidades de tener más descendencia de esa tribu o población. Jared Marcel es microbiólogo y miembro del equipo de Jack Gilbert. Hoy está realizando un trabajo práctico en casa para uno de los proyectos del laboratorio, al que llaman proyecto de microbiomas en el hogar. Durante seis semanas, 20 científicos voluntarios como Yarrad han estado pasando bastoncillos humedecidos por mesas, suelos, interruptores de luz y picaportes, desde la cocina hasta el baño, e incluso en los dormitorios, pasillos e inodoros. Al mismo tiempo han estado tomando muestras de las manos, nariz y pies de todas las personas que viven en la casa. Todas las muestras son cuidadosamente registradas y enviadas al laboratorio, donde serán analizadas exhaustivamente. Uno de los objetivos es determinar con exactitud cómo intercambiamos nuestros microbios con nuestro entorno y con las personas que nos rodean. Mediante la compilación de decenas de miles de datos, Jarad y sus colegas han trazado las redes de interacción en cada uno de los hogares estudiados. Todos los puntos marcados en rojo corresponden a muestras humanas. Las manos, los pies, la nariz... Y los puntos azules son muestras del entorno, como suelo, cocina, pomos, encimera... Lo que estamos viendo, en este caso en la casa de Jack, son movimientos directos de bacterias. Las bacterias de las manos, por ejemplo, probablemente acaban en la encimera, en los pomos o en los interruptores de luz. Las bacterias de los pies acaban en el suelo y en los elementos asociados con el suelo. También observamos interacciones directas entre los habitantes de la casa. Por ejemplo, la mano de una persona es probable que toque la mano de otra. Es probable que Jack abrace a sus hijos o que bese a su mujer, es decir, interacciones normales en la vida de cualquier hogar. Cada área de nuestra casa está habitada por ecosistemas microbianos específicos procedentes de las diferentes partes de nuestro cuerpo. Pero en la casa de la familia de Gerard encontramos otros habitantes. Ven, Domino. Dos perros adultos, cada uno de ellos con su propia población microbiana. La presencia de los dos canes cambia radicalmente el perfil de los intercambios entre los humanos y su hogar. Los perros lo trastocan todo, se convierten en superautopistas de la información. Y la pregunta es ¿por qué? Bueno, la cuestión es que cuando añadimos un perro al conjunto, éste influye en nosotros y en la casa más de lo que la casa y nosotros influimos en el perro. Es decir, que el perro dirige el sistema. ¿Y por qué? Porque a nuestro perro no le importa lo que toca con el hocico o con las patas. Tocará todo lo que pueda tocar. La consecuencia es que las redes de interacción microbiana se vuelven locas. Nuestras manos entran en contacto con el suelo, nuestros pies entran en contacto con nuestra cara, la lengua del perro con nuestras fosas nasales y así sucesivamente. Y se produce lo que podríamos llamar una sobrecarga de intercambio microbiano. Solemos pensar que nuestra casa se convierte en un entorno sucio que requiere ser limpiado más a menudo. Pero lo que hemos observado y lo que nos enseña la literatura científica es que las personas que conviven con perros son más resistentes al asma y a otras alergias, porque somos colonizados por más microbios, lo que nos expone de forma natural a diferentes tipos de alérgenos. Nuestro organismo puede desarrollar así mecanismos de resistencia y herramientas de defensa, y también puede regularse ante la presencia de estas bacterias en nuestro hogar. Muchos microbiólogos están ahora convencidos de que la obsesión actual por la esterilidad no es solamente un esfuerzo vano, sino que de hecho es manifiestamente perjudicial. No es un mundo sin bacterias lo que necesitan nuestros hogares, sino un mundo enriquecido con ellas. Jack Gilbert piensa que deberíamos tener al menos una decena más de especies a nuestro alrededor. Entonces, ¿cuál es la solución? Hacer algo sensato, salir más al exterior, dar un paseo por el parque, hacer labores de jardinería, manipular la tierra, tener animales dentro de nuestra casa. Tal vez tener plantas de interior, aunque no tenemos pruebas, aparte de las estadísticas sobre el asma, que indiquen que representan un beneficio significativo. Pero no hacen ningún daño y es bastante probable que resulten beneficiosas para nuestra salud. Pero incluso fuera de nuestros hogares, nuestro entorno es cada vez más aséptico. Nuestras ciudades crecen año tras año y el asfalto se extiende, haciendo prácticamente imposible cualquier contacto con la tierra. El resultado es que nuestra exposición a los microbios se está reduciendo drásticamente y las incidencias de asma y alergias se están disparando en las áreas urbanas. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el número de personas afectadas se ha cuadruplicado. Esta distancia cada vez mayor entre los seres humanos y los microorganismos preocupa a una serie de expertos. En un intento por abordar el problema, Jack y su equipo han implementado un amplio estudio de las poblaciones microbianas en el corazón de las principales ciudades estadounidenses. Durante meses han analizado parques, superficies de agua, calles e incluso las paredes de los edificios. Ya han cartografiado las poblaciones microbianas del río Chicago y de todo Central Park en Nueva York. Lo que queremos saber es, si un niño crece en una casa cerca de un parque o cerca de un ambiente donde hay muchos animales, ¿es menos probable que desarrolle asma, alergias o intolerancias a los alimentos? ¿Es posible que rediseñando nuestras ciudades y aumentando la microbiodiversidad a la que están expuestos nuestros hijos en un entorno urbano, podamos aliviar estas condiciones y mejorar su calidad de vida? En las grandes ciudades modernas existen unas pocas zonas dispersas, como parques y ríos, con una rica microbiodiversidad. Pero eso no es suficiente. Las megalópolis se han convertido en mundos virtualmente sin microbios y las personas que viven en ellas son cada vez más frágiles. ¿Entonces la solución sería irse a vivir al campo? Un estudio científico reciente parece ir en ese sentido. Los experimentos se llevaron a cabo aquí en Bélgica, en el Centro de Investigación sobre Inflamación de la Universidad de Gante. Un equipo de científicos hizo respirar a unos ratones polvo extraído del suelo de varias granjas. A continuación, expusieron a los animales a un potente alérgeno para observar su reacción. Los roedores no desarrollaron ninguna alergia. La exposición al polvo de granja parecía haberlos inmunizado totalmente. Hamida Hamad, la directora de este programa de investigación, está ahora comparando los pulmones de ratones alérgicos con los de los ratones expuestos al polvo de granja. Lo que vemos es el bronquio de un ratón en el interior del pulmón y también vasos sanguíneos que se pueden ver claramente aquí y aquí. Podemos ver que este ratón ha desarrollado asma alérgico porque alrededor de este gran bronquio y alrededor de estos vasos sanguíneos hay muchas células inflamatorias. Aquí vemos de nuevo el bronquio de un ratón y aquí los vasos sanguíneos. Y lo primero que observamos en este ratón es que no hay células inflamatorias alrededor de los vasos sanguíneos. El espacio está bastante vacío y tampoco hay nada alrededor de este bronquio que sugiera la presencia de células inflamatorias. Eso significa que está sano y no ha desarrollado asma. Para investigar más a fondo qué mecanismos están involucrados en la protección de los ratones, los investigadores multiplicaron los análisis de sus pulmones. Cuando observamos de nuevo los genes que se expresan en estas células epiteliales previamente expuestas al polvo de granja, vemos un fuerte aumento de la expresión de una enzima llamada A20. Y esta enzima detiene toda la cascada de señalización necesaria para activar las células epiteliales, de modo que ya no reaccionan ante la presencia de un alérgeno. ¿Qué es lo que ha causado el aumento de la expresión de la enzima A20 y la supresión de la reacción inflamatoria? Los científicos intentan responder a este interrogante. Pero existen ya varias moléculas sospechosas, y dichas moléculas provienen precisamente de las bacterias presentes en las granjas. El profesor Bart Lambrecht es neumólogo. Ha estado trabajando con Hamida Hamad en el estudio del polvo de granja. ¿Siente mucho dolor? Mi marido está resfriado. ¿Y le ha afectado a usted? Sí, lo he notado. Muy bien. Llevando a cabo un seguimiento de cerca de 2.000 niños durante varios años, el profesor Lambrecht ha demostrado que estos mismos resultados podrían lograrse con otras personas. Los niños que crecen en granjas están protegidos contra todo tipo de alergias respiratorias. Pero para adquirir esta inmunidad hay que estar expuesto desde muy temprana edad. Solo parecen protegernos durante los dos primeros años de vida. Podría tener que ver con el hecho de que el sistema inmunológico todavía está en desarrollo. Nuestro sistema inmunológico no madura realmente hasta la edad de dos o tres años. Y durante este primer periodo puede ser educado. La segunda explicación en la que estamos trabajando es que esos dos primeros años de vida constituyen también el periodo en el que el pulmón se está desarrollando. Existe otro parámetro sorprendente con respecto a la adquisición de esta protección. Solo un tipo particular de granja parece ofrecer a los niños una inmunidad completa. En los estudios que hemos realizado, hemos observado específicamente el polvo de las granjas lecheras. Así que la gran pregunta es, ¿funcionaría con cualquier granja? ¿Funcionaría con una granja avícola, una granja de cerdos o con grandes granjas productoras de carne? Y la mayoría de los datos parecen indicar que este efecto solo se produce cuando se trata de granjas lecheras. El motivo es que una granja lechera es un ambiente muy específico. Hay un montón de heno en el establo. El heno está seco, con lo cual genera un polvo en particular, y las vacas están en contacto muy estrecho con los seres humanos, algo que no ocurre en otras granjas. ¿Significa esto que tenemos que sacar a nuestros bebés del ambiente urbano y llevarlos a visitar granjas lecheras? No es tan simple. Los datos parecen indicar que tendrían que pasar en la granja varias horas al día y varios días a la semana para adquirir una protección real. A pesar de ello, el mensaje parece claro para los habitantes de las ciudades. Incluso sin adquirir una inmunidad total, podemos al menos limitar los riesgos, enriqueciendo nuestro ambiente microbiano. Yo diría que vivimos en un ambiente demasiado estéril. Cuando vemos el comportamiento de ciertas personas que tienden a desinfectarlo todo en casa, de arriba a abajo, no es algo que yo recomiende. Es cierto que es muy importante vivir en un ambiente limpio, por supuesto, no estoy diciendo que todos debamos vivir en un ambiente sucio, pero demasiado limpio tampoco es bueno. No existe la menor duda del papel primordial que desempeñan los microorganismos en nuestra vida cotidiana. Una persona sin microbios en los intestinos o en la piel sería una persona peligrosamente debilitada, incapaz de alimentarse correctamente o defenderse contra agentes patógenos. Casas, calles y ciudades exentas de esta horda invisible debilitan nuestro sistema inmunológico. Un mundo sin microbios, de hecho, no se enfermaría. Pero la importancia de estos miles de millones de organismos microscópicos va mucho más allá de nuestra salud. Uno de los principales hábitats de los microbios apenas se tiene en cuenta y, sin embargo, está justo debajo de nuestros pies. En un solo gramo de tierra hay hasta mil millones de bacterias. Muchas de ellas pertenecen al grupo de las firmicutes, como el Bacillus megaterium. Otras son lo que se conoce como proteobacterias, como estos rizobios, que se aferran a la raíz de una planta leguminosa con la que viven en simbiosis. Sin embargo, otras bacterias adoptan una forma filamentosa, los actinomicetos. Pero un gramo de tierra contiene también alrededor de un millón de hongos microscópicos, como el fusarium o el aspergillus. Todos estos microorganismos se concentran en los primeros 30 a 40 centímetros de tierra, donde hay oxígeno y alimento suficiente, y constituyen el mayor reservorio de vida de todo el planeta. En el oeste de Francia, un equipo de científicos liderado por Lionel Ranjar lleva años estudiando esta población subterránea verdaderamente singular, pero a menudo ignorada. ¿Aquí está bien? Perfecto. Bien. Muy bien. Hoy están tomando muestras de diferentes tipos de suelo para comparar la biodiversidad que hay en cada uno de ellos. Hay una enorme densidad vegetal. En el suelo hay muchas raíces visibles, por lo que incluso antes de realizar los análisis, sabemos que en este suelo, con una textura fina, bajo una cubierta vegetal permanente y bastante rica en materia orgánica, deberíamos encontrar multitud de microorganismos. Ahora se dirigen al campo vecino de Colza. Vamos a ir un poco más lejos. Tú me dices. Sí, aquí. Hay menos raíces que en el otro campo. Por el tipo de raíces se puede ver que se trata de colza y nada más. Durante meses los científicos han estado analizando más de 2.000 muestras de suelo tomadas en todo el territorio francés. Bosques, viñedos, huertos, tierras de cultivo… todos estos tipos de suelo han sido analizados exhaustivamente. Este experimento, único en su género en todo el mundo, ha demostrado que el suelo de bosques y praderas contiene más bacterias y hongos que el de la tierra cultivada. A menudo dañada por el arado y el uso de productos químicos. Pero aunque el número total de microorganismos es inferior en las tierras cultivadas, en cambio, contiene una mayor variedad de especies. El suelo cultivado con fines agrícolas tiene un número mayor de especies que el suelo de praderas y bosques. Este fenómeno se debe a un concepto ecológico bastante simple, perturbación intermedia, que significa que la diversidad de un ecosistema está relacionada con el nivel de estrés o de perturbación. Un ecosistema que no está muy perturbado no tiene tanta biodiversidad como uno que está moderadamente perturbado, donde un poco de estrés estimula la diversidad. Las especies que se obtienen en suelos intensamente cultivados. pueden ser más problemáticas porque se adaptan a entornos perturbados, por lo que sus estrategias están más orientadas hacia la colonización y el agotamiento de los recursos, y hay más probabilidades de que haya patógenos, mientras que en los sistemas naturales o seminaturales, como praderas y bosques, se obtienen especies estabilizadoras con menos patógenos. Estas bacterias que Lionel llama estabilizadoras, que se encuentran en ecosistemas menos perturbados, desempeñan un papel crucial a la hora de mantener la buena salud del suelo. Uno de los trabajos esenciales que realizan estas bacterias es el reciclado de la materia orgánica. Descomponen las hojas muertas, los excrementos y los cuerpos de los animales, transformándolos en minerales que las plantas pueden absorber directamente. Estas bacterias son, de hecho, los basureros de nuestro planeta. Los experimentos de laboratorio han demostrado que cuanto más numerosa y diversa sea la población de bacterias, más eficaz será el reciclado. Si se reduce la diversidad microbiana alrededor de un 30%, se reduce la mineralización del material orgánico en el suelo entre un 30 y un 40%. Eso supone una pérdida de la fertilidad biológica. También examinamos la supervivencia de los patógenos. Lo que hicimos fue añadir un agente patógeno humano, la listeria monocitogenes, que normalmente no se encuentra en el suelo. Comprobamos que no podía establecerse donde había un nivel máximo de diversidad. Pero si la diversidad se diluía, la listeria era cada vez más capaz de sobrevivir. Pudimos detectarla de 30 a 40 días después de haberla agregado, tiempo suficiente para convertirse en una amenaza epidemiológica, es decir, en una fuente de enfermedad. Por lo tanto, los suelos empobrecidos son menos eficientes y más vulnerables a la invasión por microorganismos patógenos, peligrosos no solo para los cultivos, sino también potencialmente para nuestra salud. Sin embargo, un suelo sano nos proporciona protección contra los ataques, aumentando su fertilidad, al tiempo que almacena carbono, purifica el agua y limpia la contaminación. El equilibrio crucial de nuestro suelo está controlado por los miles de millones de los llamados microbios buenos que viven allí. Todavía estamos muy lejos de conocer todas las especies que viven bajo nuestros pies o todos los beneficios que nos aportan, pero las investigaciones continúan incansablemente. Y una cosa al menos está clara, sin estos microorganismos nuestros suelos morirían y nosotros con ellos. El suelo es como un tubo digestivo, es un digestor. Lo alimentamos con productos químicos o con productos orgánicos, y él nos transforma para obtener productos agrícolas o un ecosistema natural y equilibrado. Si nos deshacemos de estos microorganismos, estaríamos eliminando el estómago del ecosistema y moriría. Las plantas no crecerían, el material orgánico se acumularía sin descomponerse y el sistema moriría, incluidos los seres humanos. Si el suelo no es utilizable, no hay más producción primaria ni producción vegetal. Un mundo sin microbios es inconcebible. Desde las tierras de cultivo a los bosques más densos, desde los polos helados a los océanos más profundos, desde los parques de las ciudades hasta nuestros hogares, desde el exterior de nuestra piel hasta el interior de nuestros cuerpos, los microbios se han adaptado a todo tipo de ambientes. Y sin darnos cuenta, toda nuestra existencia depende de este mundo invisible. Al final, la cuestión fundamental no es si desapareceríamos sin ellos, sino cuánto tiempo tardaría en suceder. Si los hongos, las bacterias y los virus desaparecieran repentinamente, todos nosotros como especie probablemente sobreviviríamos, porque el agente más susceptible de causarnos la muerte es una bacteria, un virus o un hongo, el ataque de un patógeno. Sobreviviríamos, pero nuestro cuerpo no digeriría bien la comida, y la comida no se desarrollaría bien. Las plantas crecen mal en ausencia de bacterias, y los animales... Así que podríamos sobrevivir un par de años hasta que nuestras fuentes de alimento escasearan. Imagínese un mundo en el que nada descompusiera la biomasa que nos rodea. Comenzaría a llenarse literalmente de desechos. Veríamos hojas muertas por todas partes. Nuestros desechos biológicos, los que arrojamos tirando de la cadena, se acumularían porque no podríamos descomponerlos. El mundo se convertiría en un gigantesco vertedero. En un infierno. Gracias. Sin este mundo invisible que bulle a nuestro alrededor, la vida en la Tierra sería virtualmente imposible. Después de algunos años de guerra y hambruna, la humanidad finalmente perecería bajo una montaña de desechos. Por fortuna, no es un escenario muy probable. Los microbios estaban aquí mucho antes que nosotros, y seguirán estando mucho tiempo después de que nosotros nos hayamos extinguido. Los microbios han estado aquí durante 3.800 millones de años. Los organismos que podemos ver llevan aquí unos 500 millones de años. Como especie, los seres humanos llevamos aquí entre 200.000 y 400.000 años. Los microbios son la verdadera forma de vida de este planeta. Nosotros somos solo un destello. Ellos nos han colonizado y seguirán aquí después de nuestra desaparición como especie. Tras décadas de guerra contra los microorganismos, ha llegado el momento de que les brindemos el respeto que se merecen. Los microbios responsables de nuestras enfermedades, aquellos a los que tanto tememos, no son más que una ínfima minoría dentro de la enorme multitud de organismos mágicos que trabajan ocultos entre las sombras para mantenernos a nosotros y a nuestro planeta vivos y sanos.