Todos los días convivimos con la maldad. Somos testigos de la parte más oscura del comportamiento humano. El sufrimiento provocado por un individuo a otros es algo latente en nuestra sociedad.
En Investigadores Criminales nos adentraremos en ese lado oscuro de la humanidad. Traeremos a la pantalla los más perversos crímenes y trataremos de entrar en la mente de esos seres que cometen los más terribles actos. Yo soy Levi y el día de hoy te traigo otro caso más.
El caso de Jimmy. Corría en los años 70 cuando la familia Wiley, encabezada por Clark Gray Wiley, vivía en una tranquila vecindad, en la ciudad de Arcadia. Ubicada al noreste de Los Ángeles, en el estado de California, en Estados Unidos, Clark nació el 29 de marzo de 1901, en el estado de Oregon, y, al parecer, su nombre original era algo femenino, hecho que lo mortificó, pues lo hacía objeto de las burlas de otros niños, por lo que, al llegar a la mayoría de edad, se cambió el nombre a Clark, mucho más varonil. Aunque las reseñas de la época son vagas y confusas, al parecer su padre había muerto, su madre dirigía una casa de citas y el niño fue descuidado. En esas condiciones, no pasó mucho tiempo para que los servicios sociales intervinieran y retiraran a Clark de la tutela de su madre.
Así el niño se crió en hogares de acogida hasta su mayoría de edad. Sin embargo, mucho más tarde, ya adulto, Clark retomó la relación con su madre, y al parecer se hizo muy estrecha. Clark trabajó como maquinista en líneas de montaje de aviones, y sirvió en las Fuerzas Armadas durante la Segunda Guerra Mundial.
A su regreso conoció a Elizabeth Irene Oglesby, una jovencita con poca formación, nacida el 4 de diciembre de 1920 en el condado de Jackson, en Oklahoma. Era casi 20 años menor que Clark, pero eso no fue obstáculo para que la pareja contrajera matrimonio. A lo largo de esta historia, sería conocida como Irene.
No existen referencias de que el matrimonio haya sido feliz en algún momento. Clark era un hombre bastante amargado, controlador y violento, que además mantenía armas en la casa. Por si fuera poco, Clark detestaba el ruido. por lo que no era de extrañar que tampoco le gustaran para nada a los niños. Sin embargo, los niños no piden permiso para llegar, y un buen día, Irene quedó embarazada por primera vez.
La bebé, una niña, nació el 2 de junio de 1948 y fue nombrada Elizabeth Irene Wiley. Como todos los bebés, Elizabeth lloraba, pero ese ruido para Clark era insoportable. por lo que decidió colocarla en el cajón de un mueble en el estacionamiento de la casa. No encontramos referencias sobre si su esposa se opuso o simplemente acató los designios de su violento marido. Lo cierto fue que la pequeña Elizabeth falleció el 19 de agosto de ese mismo año, con solo dos meses de edad.
Pero al año siguiente, Irene estaba nuevamente embarazada. dando a luz el 15 de septiembre de 1949. En esta ocasión fue un varoncito, al que llamaron Robert Clark Wiley, pero su existencia fue aún más breve que la de su hermana. El bebé falleció sólo dos días después de nacer, el 17 de septiembre, y una de las fuentes que consultamos afirma que la muerte fue consecuencia de una incompatibilidad entre el RH de su sangre y el de su madre.
Para hacer la situación más complicada, Irene comenzó a padecer serios problemas de la vista. Algunas reseñas adjudican el problema a los frecuentes golpes que le propinaba su esposo. Otras, en cambio, lo atribuyen a una lesión en su cabeza cuando era joven, que produjo un daño neurológico que afectó su capacidad visual, especialmente en uno de sus ojos. A la tercera va la vencida.
Cuatro años y medio después de la muerte de su segundo hijo, el 11 de marzo de 1952, nació el tercero, un niño sano y fuerte que fue bautizado como John Clark Wiley. Aunque John se salvó del destino de muertes tempranas de sus hermanos, no se libró del mal carácter, los malos tratos y las golpizas de su padre. Ante esas agresiones, se encontraba indefenso, con una madre sometida y cada vez con menos visión, ya que para ese entonces a Irene le diagnosticaron cataratas en ambos ojos y un desprendimiento de retina en uno de ellos. Conforme creció, John se fue dando cuenta de que el silencio era algo importante si quería librarse de los golpes, aunque no lo salvaría del sometimiento. De esto aparentemente se dio cuenta la madre de Clark, quien cuando John tenía cuatro años, se lo llevó a vivir con ella.
El 18 de abril de 1957, la pareja tuvo una linda niña, que recibió el nombre de Susan, pero su destino resultaría peor que el de cualquiera de sus tres hermanos. El 29 de diciembre de 1958, mientras se encontraba en la calle con John, la madre de Clark fue atropellada por un conductor ebrio, muriendo casi en el acto. Afortunadamente el chico resultó ileso, pero Clark Lo culpaba de la muerte de su madre. John volvió a vivir con sus padres, y para ese momento el infierno en el hogar se volvió peor para todos sus habitantes.
La muerte de su madre terminó de trastornar a Clark, que cayó en un cuadro de depresión profunda. Decidió que la familia se mudaría a la antigua casa de su madre en Golden West Avenue, en Temple City, California. Para ese momento Clark se volvió más agresivo.
Su esposa lo describiría más tarde como Un psicópata violento. El hombre volcó sobre su familia toda la rabia que sentía. Poco a poco los fue confinando al espacio de la casa y solo permitía que John saliera para ir al colegio. Pero la peor parte la llevó Susan.
Se abren las puertas del infierno. La pequeñita comenzó a hablar tarde, cuando ya tenía 20 meses, por lo que un par de meses después Clark... decidió llevarla a un médico, quien sugirió que la niña podía tener problemas de aprendizaje, e incluso existía la posibilidad de que tuviera una discapacidad intelectual. Para la poco estable mente de Clark, esto significaba que su hija era una discapacitada, y que, ante la ceguera casi absoluta de su madre, las autoridades le quitarían a la niña, o sería internada en una institución. Antes de que eso sucediera, Clark...
decidió que él mismo proporcionaría tratamiento a su hija. De esta manera se inició el largo y cruel secuestro de la pequeña, que desde ese momento fue encerrada en un cuarto trasero de la vivienda, cuya ventana fue cubierta. Para colmo, nadie más podía entrar a esa habitación sino Clark. Su esposa y su hijo tenían terminantemente prohibido el acceso a ese cuarto.
Él decidió que nadie hablaría o vería a la niña que... a partir de ese día fue como si no existiera para nadie en el mundo. La habitación que se convertiría en cárcel para Susan sólo tenía una cuna que su padre cubría con una malla de alambre y un urinario para niños.
En las paredes no había ningún adorno. Durante el día la pequeña estaba desnuda, amarrada al urinario, sin poder levantarse. Y en la noche Clark le colocaba una especie de camisa de fuerza elaborada por él mismo, la ataba a las barras de la cuna y la cubría con la malla metálica.
En peores ocasiones, la olvidaba por completo y la dejaba sentada y amarrada a la silla urinario toda la noche. A medida que iba creciendo, Susan jamás fue provista de ropa. Permanecía con un pañal, que en ocasiones no era cambiado durante días.
La niña no aprendió a hablar porque nadie le hablaba, tenía prohibido hacer ruidos, y si osaba hacer algún sonido, era golpeada por su padre con los puños, e incluso con una tabla de madera. La mayoría de las veces, para reprenderla o asustarla, Clark no le hablaba, le ladraba y le gruñía como un perro, y si se dirigía a ella con palabras, era para gritarle y amenazarla. De acuerdo con una de las reseñas que encontramos, Susan perdió la capacidad de llorar. La pequeña cautiva jamás ingirió alimentos sólidos.
Era alimentada una vez al día por Clark con comida para bebés, cereales y, ocasionalmente, huevos cocidos, que tenía que comer de la mano de su padre, ya que permanecía atada. Al parecer, cuando era un poco más grande, su padre le permitió unos pocos momentos de estar suelta en la habitación, donde solo había algunos tarros plásticos. dos impermeables, algunas tiras de estambre y una revista guía de televisión.
En la cubierta de la ventana se había abierto un pequeño hueco de unos 5 centímetros que le permitía a la niña ver algo de cielo y un trozo de la casa del vecino, desde donde ocasionalmente quizás pudo escuchar algo de música de piano. La vida de Susan ni siquiera podía calificarse como un infierno. Pero ciertamente a su madre y a su hermano no les iba mucho mejor.
Aunque no estaban atados a una silla, tampoco eran libres de salir cuando quisieran. John iba al colegio y debía regresar directamente a casa, de donde no volvía a sumarse ni siquiera a la puerta. Irene tampoco podía salir, y su discapacidad visual también contribuía a que permaneciera en casa.
Muy ocasionalmente, Clark... dejaba que madre e hijo salieran al exterior de la casa, siempre muy cerca, al alcance de la vista de él, que se sentaba a observarlos con una pistola cargada en la mano. La genio sale de la lámpara.
Era imposible que esta situación se mantuviera para siempre. Al fin y al cabo, Irene era una madre y, pese a sus muchas limitaciones, quería proteger a sus hijos. Un día, Aprovechando que su marido salió a comprar algunos víveres, La mujer se armó de valor y con la ayuda de su hijo John, que acababa de cumplir la mayoría de edad, sacó a Susan de su prisión y se fue del lugar que alguna vez soñó que sería un hogar. Fue a refugiarse en casa de su madre. Era el año 1970. Para ese momento, Susan, que tenía 13 años, había permanecido secuestrada, aislada y torturada durante más de 11 años.
Irene no tenía una familia pudiente y ella, con su problema visual, tampoco tenía medios para mantener a sus hijos. Así que el miércoles 4 de noviembre de ese año 1970, decidió ir a buscar ayuda del estado de California y acudió a la oficina de asistencia social en Temple City. Estaba buscando la oficina de información de apoyos a personas invidentes, con un mínimo de visión, ayudada por un bastón Entró por equivocación en la oficina de bienestar social.
Irene no iba sola. Se había llevado con ella a Susan. Y mientras preguntaba a los funcionarios cómo podía obtener una ayuda económica por discapacidad, los trabajadores se fijaron en la pequeña niña. Obviamente usaba pañales. Caminaba con mucha dificultad.
Tenía la vista perdida. Hacía algunos ruidos que sonaban muy infantiles. y sostenía sus brazos como si estuvieran apoyados en los reposabrazos de una silla. La persona que la estaba atendiendo calculó que, por su tamaño y contextura, la niña tendría unos siete años.
Intentó hablar con ella, pero no respondía. Y lo primero que pensó fue que la pequeña era autista. Pero tras conversar con su madre y enterarse de cuál era la realidad, que la niña tenía 13 años y que había crecido cautiva por su padre, Los trabajadores sociales de inmediato se comunicaron con la policía, mientras remitían a Susan al Hospital Infantil de Los Ángeles.
Los funcionarios policiales llegaron a la casa 6722 de la avenida Golden West, donde vivían los Wiley. En principio, iban a realizar un procedimiento llamado chequeo de bienestar, pues en realidad costaba dar crédito a lo que Irene había contado. Sin embargo, Al llegar se dieron cuenta de que era cierto. Tal y como dijo la madre, en la parte trasera de la casa encontraron el infame cuarto que había servido de prisión para la pequeña niña durante más de 11 años. Los funcionarios policiales estaban espantados.
Resultaba sencillamente increíble que un padre hubiese podido someter a semejante horror a una bebé de sólo 20 meses. y encerrarla por años en un cuarto pequeño y oscuro, sin poder moverse, sin contacto ni calor humano, sin ningún tipo de estímulos sensoriales, donde su única conexión con el mundo fue un hoyo de 5 centímetros en la cubierta de una ventana, y un padre violento y maltratador, algo que sin duda podía calificarse como tortura. Otros que se mostraron sorprendidos fueron los vecinos de los Wiley.
La policía estaba aquí y nos preguntaron. Fue cuando descubrimos lo que había pasado. Y sabíamos que tenían un pequeño niño. Nadie lo sabía antes. Los padres de Susan fueron detenidos y acusados por negligencia y maltrato infantil, mientras que la niña quedó bajo custodia oficial.
Una especialista del equipo que se hizo cargo de su caso le cambió el nombre para tratar de preservar su identidad al público. Y a partir de ese momento, Se la conoció como Ginny. que en castellano significa genio, haciendo alusión a ese mítico ser que sale de una lámpara. De hecho, muchas de las reseñas que encontramos afirman que nunca se conoció su nombre real, aun cuando no fue así.
Pero respetando la historia, de aquí en adelante nos referiremos a la niña como Ginny, quien formó parte de la categoría de los llamados niños salvajes, de los cuales las leyendas y la ciencia han documentado varios. bien sea criados por animales o en cautiverio. El caso de Ginny es, quizás, uno de los mejor documentados por la ciencia.
Lo más notorio de Ginny, a primera vista, era su pequeña y frágil figura. Mientras una niña de 13 años mide, en promedio, entre 1 metro 45 y 1 metro 68 centímetros de estatura, Ginny apenas llegaba a 1 metro 20 centímetros. El peso de la pequeña apenas llegaba a 26 kilos.
Mientras el promedio para una niña de su edad debía ser de 46 kilos, Ginny no podía hablar, aun cuando era capaz de pronunciar unas 20 palabras, muchas de las cuales tenían un significado negativo como basta, detente y no, pero prácticamente todo el tiempo se mantenía en silencio. Caminaba con mucha dificultad, sus piernas eran débiles y estaban torcidas, y sus brazos Se mantenían en ángulo y no podía estirarlos. Además, Ginny permanentemente olfateaba todo lo que estaba a su alrededor, salivaba, escupía y arañaba.
Y quizás uno de los comportamientos más perturbadores de la pequeña era masturbarse con frecuencia, en cualquier lugar y con cualquier objeto, algo que hizo pensar a los especialistas que quizás pudo haber sido abusada. Aunque no encontramos ninguna confirmación o desmentido al respecto, Ginny sufría de incontinencia. Nunca fue educada para controlar esfínteres, por lo cual orinaba y defecaba en cualquier momento y lugar, especialmente cuando se sentía asustada o estresada. Desde el punto de vista físico, además, la pequeña tenía dos juegos de dientes casi completos.
Mantenía sus dientes de leche. Una extraña condición odontológica donde los dientes adicionales se denominan supernumerarios. Pese a esto, apenas podía masticar o tragar, ya que nunca recibió sólidos para alimentarse.
Sus ojos no podían enfocar cosas que se encontraran más allá de unos pocos metros, como consecuencia de que nunca había visto nada más allá de las cuatro paredes de la habitación, en la cual permaneció 11 años encerrada. Ginny mostraba mucha curiosidad por los sonidos, y les tenía un particular miedo a los ladridos de los perros, un sonido que su padre hacía para reprenderla o asustarla. A pesar del dramático cuadro que presentaba la pequeña, los especialistas del hospital esperaban poder tratarla y llevarla a un estado de normalidad. Pero algo en particular concentró la atención de varios investigadores y fue lo referente a la posibilidad de que Ginny pudiera adquirir el lenguaje, no sólo pronunciar algunas palabras, sino ser capaz de ampliar su vocabulario, poder combinarlo y aprender la gramática para formar oraciones. ¿Y la justicia?
Entretanto, legalmente se continuaba el camino para hacer justicia en uno de los casos de maltrato infantil más graves conocidos hasta ese momento. Mr. Wiley no tiene comentario. No hemos tenido tiempo para discutir la encuesta.
No la hemos visto. Llegó el día del juicio. Los medios de comunicación estaban pendientes.
Era la noticia del momento, pero no fue lo que todos esperaban. Poco antes de tener que presentarse en el tribunal, Clark Gray Wiley, a sus 70 años, acabó con su propia vida disparándose un tiro en la cabeza. Al reporte de un disparo escuchado en la casa por los vecinos, acudió la policía.
Pero no había nada que hacer, y junto al cuerpo fue encontrada una nota que decía, el mundo nunca lo entenderá. Quizás en eso sí tenía razón. Por su parte, Elizabeth Irene Oglesby pudo demostrar que tanto ella como su hijo mayor, John, también fueron víctimas de abuso sistemático, y que su discapacidad visual no sólo la convertía en una presa fácil de la violencia que ejercía su esposo, sino que la imposibilitaba de defender de forma alguna a su hija.
Irene fue declarada inocente. En camino de regreso al mundo. Entre tanto, Ginny comenzaba lo que sería un muy largo camino. Con la idea de recuperar los años perdidos encerrada en la oscura habitación a la cual la condenó su padre, la historia de Ginny no solo captó la total atención de la sociedad, sino que se convirtió en el ojo del huracán para la comunidad científica. Muchas preguntas rondaban alrededor de la niña.
¿Podría lograrse la total rehabilitación física? ¿Qué secuelas había dejado el traumático encierro de 11 años en aquella pequeña? ¿En efecto la niña tenía algún tipo de discapacidad mental? ¿Podría algún día integrarse como una persona normal a la sociedad? ¿Podrían ayudarla?
Y quizás una de las principales dudas, por básica que parezca, era si estaría aún en capacidad de aprender algo que nos resulta tan fundamental como hablar. Sobre este último punto existía un especial interés científico. pues representaba una oportunidad única para dilucidar un tema ampliamente debatido, entre psicólogos y básicamente lingüistas. La corriente llamada nativista sostenía que el lenguaje era una capacidad innata que no podía explicarse sólo con el aprendizaje. Por otra parte, estaban los que sostenían que la posibilidad de adquirir el lenguaje estaba sujeta a un lapso crítico de tiempo limitado, que se afirmaba era Gracias.
de 12 años a partir del nacimiento. Luego de ese tiempo, el cerebro no sería capaz de aprender y usar el lenguaje completamente. De ser esto cierto, Ginny no podría aprender a hablar. Para los investigadores, Ginny era el experimento prohibido, ya que los científicos nunca podrían aislar a una persona, particularmente a un niño, durante años, para estudiar los efectos que eso tendría.
Se conformó un equipo de profesionales. psicólogos y lingüistas, y el Instituto Nacional de Salud Mental destinó fondos para la investigación del caso, con el fin de ver hasta dónde Ginny podría ser ayudada a superar las barreras que le impuso su prolongado aislamiento. Las primeras evaluaciones de su situación mental no fueron para nada fáciles, dado su silencio y demás limitaciones, pero en las pruebas diseñadas para establecer su capacidad mental, obtuvo una puntuación que la ubicaba en el nivel de un niño de un año, aproximadamente la edad hasta la cual tuvo una vida normal. Sus progresos en otras áreas ajenas al lenguaje fueron enormes y rápidos. Aprendió a usar el baño y a vestirse sola.
Desarrolló una increíble curiosidad por el mundo que la rodeaba. Le gustaba salir del hospital y explorar intensamente el entorno. Más allá de no lograr grandes avances con el lenguaje, Ginny tenía una enorme capacidad para conectarse con la gente.
Lograba comunicarse aún sin pronunciar una palabra. En cuanto al lenguaje, al año podía dar respuestas de una palabra. Su vocabulario se iba ampliando rápidamente. Y más adelante lograría pronunciar hasta tres palabras para dar a entender una idea.
En los siguientes años, Ginny vivió un tiempo con una de sus maestras. Pero esta comenzó a restringir el acceso de otros profesionales para la atención de la niña, por lo que algunos miembros del equipo comenzaron a especular que la maestra quería volverse famosa por sí sola ayudando a Ginny. Al fin, se ordenó que la niña fuera retirada de la casa de la maestra y pasó a vivir con el psicólogo David Riggler, con quien permaneció durante cuatro años. En ese lugar, Ginny disfrutaba de escuchar piezas de música clásica de piano. Una de las pocas cosas que quizás oía durante su encierro, y desarrolló una gran habilidad para comunicarse a través de dibujos.
Marilyn, la esposa del psicólogo David, también fungió como maestra de la niña en temas no tan académicos, como aprender a manejar los ataques de ira que tenía ocasionalmente, y durante los cuales se hacía daño a sí misma. Marilyn le enseñó a desahogar esos momentos de rabia saltando o pisoteando fuerte. Cabe destacar que Jeannie logró superar la atrofia de los músculos de sus piernas y aprendió a correr y a saltar. Otra de las personas que trabajó estrechamente con Jeannie fue la lingüista Susan Curtis, quien sostuvo que el lenguaje y el pensamiento son cosas distintas. La gente normal codifica sus pensamientos en palabras, pero los pensamientos de Jeannie nunca fueron traducidos a palabras.
Sin embargo, para Susan, Jeannie era inteligente. Podía sostener un conjunto de imágenes que contaran una historia. Podía construir complejas estructuras con simples palos y realizar dibujos para expresar sus ideas.
Incluso podía usar un sistema básico de lenguaje de señas. Esos y otros eran signos de inteligencia. Susan no solo fue una maestra para Ginny, fue su amiga y fuente de cariño. Desde los maestros hasta los terapeutas, a mí, sabía que no estaba retardo.
Fue el día más claro. Pero Curtis reconoció que, si bien la capacidad de la chica para aprender palabras parecía no tener límite, la historia era muy distinta a la hora de usarlas en la formación de oraciones. Ginny podía articular secuencias de palabras como tienda, comprar puré, manzana.
También pudo contar hechos y manifestar sentimientos diciendo Padre Pega Brazo Madera Grande, Ginny Llora o Ginny Feliz. Sin embargo, jamás pudo aprender de gramática y cómo unir las palabras fluidamente con la sintaxis adecuada para expresarse en un lenguaje normal. Parecería que la teoría del tiempo crítico estaba en lo cierto, pero no era tan sencillo.
Había muchas variables en el caso de Ginny que podían afectar el resultado, ya que no sólo no pudo aprender a hablar durante su infancia, sino que fue abusada. Estaba desnutrida y no recibió ningún tipo de estimulación física ni cognitiva. Los estudios no pudieron determinar a ciencia cierta si Ginny presentaba algún tipo de déficit mental antes de comenzar a trabajar con ella, tomando en cuenta que un pediatra había sugerido que podía padecer de algún tipo de retardo mental.
Era prácticamente imposible saber si sus dificultades de avanzar en el aprendizaje de ciertas áreas eran producto de los años de maltratos y aislamiento, o si ya desde el nacimiento tenía algún tipo de discapacidad intelectual. Algo de claridad a este tema fue aportado por pruebas neurológicas que le fueron practicadas a Ginny. El objetivo era poder apreciar la actividad de la corteza cerebral de la chica, y estas pruebas fueron reveladoras.
En condiciones normales, una persona utiliza ambos hemisferios cerebrales cuando lleva a cabo una tarea. Y dependiendo del tipo de acción, un hemisferio tendrá más actividad que el otro. El hemisferio derecho se especializa en lo relacionado a las expresiones no verbales, la interpretación de imágenes, la percepción espacial, la percepción y expresión de emociones y las manifestaciones artísticas, entre otros.
Mientras el hemisferio izquierdo del cerebro está relacionado con la comunicación verbal, la lectura, la escritura, el análisis, la lógica, y las operaciones matemáticas, por mencionar algunas funciones. Al analizar los estudios realizados a Gini se descubrió que su hemisferio izquierdo estaba prácticamente sin actividad, al punto de que los resultados fueron comparados con los de una persona con el hemisferio izquierdo extirpado. Lo que no se pudo determinar fue si esto se debió a la falta de una estimulación normal en su vida o si ocurrió por un defecto de nacimiento. pero explicaba de alguna forma su imposibilidad de desarrollar por completo su expresión verbal. De hecho, su cerebro estaba sensiblemente disminuido.
Los enfrentamientos y desavenencias entre el grupo de investigadores, así como la falta de hallazgos científicos definitivos, ocasionaron que en 1974 el Instituto Nacional de Salud Mental retirara el financiamiento para continuar los estudios y el tratamiento. Además, Irene demandó, acusando a los científicos de realizar pruebas excesivas e indignantes, dando más prioridad a estos ensayos que al bienestar de la joven. A los 18 años, Ginny volvió a vivir con su madre, pero tras algunos meses Irene se dio cuenta de que cuidar a su hija no era sencillo. Los términos de la decisión judicial establecían que los investigadores que habían trabajado con Ginny no podían acercársele. por lo que su madre tomó la decisión de entregársela a los servicios sociales, que la canalizaron hacia hogares de crianza.
Ginny pasó por seis distintos hogares de crianza, en algunos de los cuales fue maltratada psicológica y físicamente. En uno de estos sitios, fue severamente castigada por vomitar, y la joven desarrolló un miedo a abrir la boca por temor a vomitar y ser sancionada. Nuevamente, Ginny dejó de hablar.
Todos los progresos que había logrado la joven en los años de estudios no sólo se paralizaron, sino que retrocedieron dramáticamente. Ginny hizo un breve paso nuevamente por el hospital de niños y terminó en una institución del estado, donde algunos de los especialistas fueron a verla en su cumpleaños 27 y 29. Uno de los psiquiatras, el profesor Jay Shirley, Quien había realizado algunos estudios de las ondas cerebrales de Ginny durante el sueño, llegando a la conclusión de que la chica tenía un retardo de nacimiento, contó que, siendo ya una mujer, durante la celebración de uno de sus cumpleaños, resultó evidente que Ginny se sentía miserable. Tenía una postura encorvada y rara vez hacía contacto visual.
Sus grandes ojos estaban mal enfocados en su pastel, mientras todos le cantaban. Y agregó que, esa escena fue un descarramiento del corazón. Una historia sin final feliz. El 3 de agosto de 2006, Irene Elizabeth Oglesby Wiley, la madre de Ginny, falleció a los 85 años de edad, y sus restos reposan en el Rose Hill Memorial Park, en el condado de Los Ángeles County.
John Wiley, el hermano mayor de Ginny, también sufrió a su modo las consecuencias de una infancia traumática. En una entrevista realizada por ABC News en 2008, Afirmó que durante años trató de sacar a Ginny de su mente por vergüenza y se alegró de que había recibido ayuda. La última vez que vio a su hermana fue en 1982, cuando ésta tenía 25 años. Se sabe que John tuvo algunos problemas con la ley. Trabajó pintando casas, contrajo matrimonio y tuvo una hija llamada Pamela.
El matrimonio de John fracasó y se separó de su esposa, cosa que al parecer afectó mucho a su hija. que se involucró en las drogas. Pamela fue encontrada intoxicada y la acusaron de poner en peligro a dos hijas que tenía, por lo que fue detenida. John sufría de diabetes y falleció en 2011. Su hija Pamela falleció un año después, en 2012, a los 32 años de edad, y al parecer, jamás conoció a su tía Ginny. En la actualidad, se desconoce dónde se encuentra Ginny.
Fue ubicada en una institución estatal para adultos en California, bajo absoluto secreto. Encontramos una referencia que afirma que para 2021 se encontraba viva. De seguir así, para el momento en el que estamos realizando este video, Ginny, o Susan Wiley, tiene 65 años de edad, y públicamente nada se sabe de su condición.
Basado en el caso de Ginny bajo la dirección de Harry Brownling Danport, Fue estrenada en 2001 la película Mockingbird Don't Sing, El Ruiseñor No Canta, también conocida como Katie, la Niña Salvaje, que usando nombres ficticios reproduce la vida de Ginny. Esta obra fue merecedora del premio al Mejor Guión en el Festival Internacional de Cine de Rhode Island, empatando con el film Winds of Hope, Alas de Esperanza. También el grupo Killjoy Confetti le dedicó una canción a Ginny llamada Crooked Teeth.
Dientes torcidos. Ginny fue sin lugar a dudas la representación de lo mejor y lo peor de la humanidad. De las terribles consecuencias que puede llegar a tener el abuso infantil.
De los irreparables daños que un hombre trastornado puede llegar a ocasionar. De las implicaciones que se pueden derivar de una falla de decisión de los servicios sociales. Y hasta de las consecuencias de una poco sana competencia profesional. Pero también nos muestra... lo que se puede lograr cuando se combinan los conocimientos con el cariño, la paciencia y la fuerza que subyace en los seres humanos, sin importar la edad, para sobreponerse a las peores situaciones que pueden presentarse en la vida.
Y bueno, querida audiencia, hasta aquí una investigación más. ¿Qué opinan del caso de hoy? Nos gustaría mucho leer sus comentarios, ya que su opinión sobre los casos es muy importante para nosotros. Recuerden siempre hacerlo con el máximo respeto posible, tanto para la víctima como para los demás espectadores, y nosotros que los estaremos leyendo. Antes de irte, deja tu me gusta y suscríbete si aún no lo estás.
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