Sánchez Maza sobrevivió al fusilamiento gracias a un hombre, un soldado. Lo descubrió entre las ramas, escondido, pero lo dejó escapar. Eres muy guapa.
Supongo que estás harta de que te lo diga. Dime una cosa, a ti eso de Sáchez Mazas y su fusilamiento te trae sin cuidado, ¿verdad? No lo entiendo. Escritores, sois unos sentimentales. Tú lo que andas buscando es un héroe, y ese héroe soy yo, ¿no?
Los héroes no sobreviven. Cuando salí hacia el frente, iban conmigo otros muchachos, todos de terraza, como yo, aunque la mayoría no los conocía. Los hermanos García Sagués, Miquel Cardús, Gaby Baldrick, Pipo Canal, el gordo Dena, Santi Brugada, Jordi Gudayor. Todos muertos. Eran tan jóvenes.
No pasa un día sin que me acuerde de ellos. Ninguno conoció las cosas buenas de la vida. Ninguno tuvo una mujer o un hijo que se metiera en la cama con ellos el domingo por la mañana. A veces sueño con ellos. Los veo como él, jóvenes.
El tiempo no pasa para ellos. Nadie los recuerda. Y nunca, ninguna calle miserable, de ningún pueblo miserable, de ninguna mierda de país, llevará su nombre.
Lele Joan. Gaby. Miquel. Cutayol, Pipo, el gordo, venga.
¿Para qué quieres encontrar al soldado que salvó a Sánchez Mazas? Para preguntarle qué pensó. ¿Por qué no lo mató? ¿Y por qué iba a matarlo?
Porque en las guerras la gente se mata, pero él no lo hizo. ¿A qué hora sale tu tren? Es un autobús, dentro de una hora.
Mejor será que llamemos un taxi desde abajo.