Hace cientos, o tal vez miles de años antes de nuestra era, tuvo lugar uno de los acontecimientos más relevantes y determinantes de toda la historia humana, unos sucesos que imprimirían el carácter y darían forma a la antigua cultura griega. Este fue el caso de la Guerra de Troya. El juicio de París fue uno de los sucesos determinantes para el comienzo de las hostilidades, pero no el único.
Aunque la decisión que tomó París en su juicio está considerada como el desencadenante de la famosa guerra. Solo se trataba de uno más de los eslabones en una larga cadena de acontecimientos anteriores, ya que la guerra estaba sentenciada desde que el omnipotente Zeus la había planeado en sus divinos pensamientos, haciendo partícipe de sus planes a la hermosa Nereida Tetis, que según se afirmaba, alumbraría a un hijo más poderoso que su propio padre. Por esta razón Zeus evitaba la compañía de la hermosa Tétis a toda costa, a pesar de que la deseaba con intensidad.
En aquellos lejanos tiempos el trono de Troya lo ocupaba el rey Príamo, hijo de la Homedonte y de la ninfa Estrimón, junto a su segunda esposa Ecuba, una vez que se reunía en la ciudad de Tróia. una princesa de Frigia hija del rey Dimas. Écuba engendró con Príamo una numerosa descendencia, entre la que se encontraba Héctor, el gran héroe troyano, así como Heleno y Casandra, ambos adivinos, y también París, el príncipe de hermosa figura.
Pocos días antes de su nacimiento, su madre Écuba había tenido una horrible pesadilla, sueño que daba a luz un montón de brasas encendidas de las que surgían retorciéndose varias serpientes de fuego. Écuba se despertó sobresaltada, avisando a gritos que la ciudad de Troya el los bosques del monte Ida se estaban consumiendo en llamas. El rey Priamo, asustado y alarmado, acudió a uno de sus hijos llamado Ésaco, ya que éste, al igual que la mayoría de su numerosa descendencia poseía el sagrado don de la profecía.
Su respuesta fue que el niño que muy pronto nacería, iba a ser la causa de la ruina y destrucción de su patria, y que lo más prudente era acabar con su vida nada más nacer. Pero pocos días después, Éseco lanzó otra terrible predicción, proclamó que era la voluntad de los dioses que cualquiera de las mujeres troyanas pertenecientes a la Casa Real y que dieran a luz durante ese mismo día, deberían ser destruidas junto con su descendencia. El destino quiso que esa misma mañana su hermana Zila alumbrara un hijo, fruto de su unión secreta con un tal Timete, un joven perteneciente a la nobleza troyana. Príamo, obediente con el designio de los dioses expresados a través de su hijo Éseco, no dudó en acabar con la muerte de la mujer. con la vida de su hermana Zila y del recién nacido, enterrándolos en el recinto sagrado.
Pero el destino era implacable, y ese mismo día al anochecer su esposa Écuba alumbró al hermoso príncipe París. Sus hijos, Éxaco, Heleno, y también la malograda Casandra, instaron a su madre Écuba que matara al recién nacido, hasta la mismísima Sibila del oráculo llamada Herófila, había anunciado tiempo atrás que la responsable de la destrucción de Troya sería una mujer llamada Helena. debido a su amor por el príncipe troyano que nacería ese mismo día.
Écuba, aunque conocedora de estas profecías, no tuvo el valor de sacrificar a su hijo recién nacido, y al final entre todos convencieron al rey Priamo para que llamara al jefe de sus pastores, un humilde bollero llamado Agelao, para encomendarle la horrible tarea. Agelao, que era demasiado bondadoso para cometer tan horrible acto, abandonó al recién nacido en el monte Ida, donde París sería amamantado y cuidado por una osa. Cuando volvió cinco días después, Agelao quedó pasmado ante el portento de que el bebé aún siguiera con vida, y tomándolo por una señal divina, llevó al niño a su propia casa oculto en su zurrón, para criarlo juntamente con su propio hijo también recién nacido.
Posteriormente, Agelao acudió al palacio de Príamo y le entregó una lengua de perro como prueba de que había obedecido su orden. Durante su estancia en la casa del pastor, la noble Alcúrnia de París se puso pronto de manifiesto, gracias a su belleza, su inteligencia y su fuerza sobresalientes. Cuando era poco más que un niño, derrotó a una cuadrilla de ladrones de ganado y recuperó las vacas que habían robado, por lo que mereció el sobrenombre de Alejandro, nombre que significa el defensor y protector. Aunque no era más que un esclavo en esa época, París fue el amante preferido de Enone, hija del dios río Eneo, una bella ninfa de las fuentes que también era poseedora del don de la curación, arte que Apolo le había regalado tiempo atrás. París y Enone solían cuidar sus rebaños y cazar juntos, disfrutando en las praderas de su gran amor, ella lo trataba con mucho cariño, y él acostumbraba a grabar con grandes letras su nombre en la corteza de las hallas y los álamos.
Aparte de pastorear y consumar su pasión con la ninfa, su principal diversión consistía en hacer que los toros de Agelao lucharan entre ellos, París coronaba al vencedor con flores y al perdedor con paja. Pero mientras tanto en el Olimpo de los dioses, Eris, la diosa de la discordia, molesta por no haber sido invitada a las bodas de Peleo y Tetis, a la que habían sido invitados todos los demás dioses, urdió un modo de vengarse haciendo uso de sus poderes y sembrando la discordia entre los invitados. Para ello se presentó en el lugar donde se estaba celebrando el banquete y arrojó sobre la mesa una manzana de oro, que habría de ser para la más hermosa de las damas presentes. Tres diosas se disputaron la manzana, Atenea, Afrodita y Hera, produciéndose tan gran confusión y disputa que el propio Zeus, padre de todos los dioses, tuvo que intervenir para evitar daños mayores. Mientras tanto en el monte Ida, cuando uno de sus toros comenzó a vencer continuamente, París decidió enfrentarlo con los campeones de los rebaños de sus vecinos.
Y todos fueron derrotados por su poderoso campeón. Finalmente, orgulloso y confiado por el gran poderío de su ejemplar, ofreció poner una corona de oro en los cuernos del toro que fuera capaz de vencer al suyo. Un día, por pura diversión, el dios Ares se transformó en un vigoroso toro y ganó el premio. París entregó sin vacilar la corona a Ares, lo que sorprendió y complació grandemente a los dioses que observaban desde el Olimpo, y ese fue el motivo de que Zeus lo eligiese como árbitro entre las tres diosas. Ya que por haber vivido alejado y separado del mundo y de las pasiones humanas, se esperaba de él que su juicio fuera absolutamente imparcial.
Así pues, Zeus encargó la tarea al dios mensajero Hermes, y éste partió veloz en busca de París, con el encargo de comunicarle el juicio que se le pedía. Hermes localizó al príncipe pastor mientras éste se encontraba cuidando de su ganado en el monte Gárgaro, la cumbre más alta del monte Ida. Hermes acudió allí acompañado por Hera.
Atenea y Afrodita, y le entregó la manzana de oro que Eris había arrojado sobre los invitados, y también le transmitió el mensaje de Zeus, dirigiéndose al con estas palabras. Hermoso París, puesto que eres tan bello como sabio en los asuntos del corazón, Zeus te ordena que juzgues cuál de estas tres diosas es la más bella, según tu propio criterio. Entonces Hermes le mostró la manzana que debía ser entregada a la diosa que considerara más hermosa, pero París aceptó la manzana con mucha inseguridad y contestó. ¿Cómo puede un simple pastor como yo hacerse árbitro de la belleza divina? Dividiré la manzana entre las tres.
No, no puedes desobedecer a Zeus omnipotente. Tampoco estoy autorizado para aconsejarte. Debes utilizar tu propia inteligencia natural. Así sea, pero antes ruego que las perdedoras no se ofendan conmigo, ya que solo soy un ser humano, expuesto a cometer los errores más tontos y estúpidos. Las tres diosas le tranquilizaron asegurándole que nada debía temer.
y que acatarían su decisión cualquiera que ésta fuera, entonces París añadió. ¿Bastará con juzgarlas como están? ¿O tal vez deberían desprenderse de sus vestidos?
Tú eres quien debe decidir las reglas de la competencia. ¿En ese caso, tendrían la bondad de desnudarse? Afrodita no tardó en estar lista, pero Atenea insistió en que debía quitarse su famoso cenidor mágico, ya que éste le daba una ventaja injusta. Pues hacía que todos se enamoraran perdidamente de quien lo llevara puesto, entonces Afrodita, tremendamente irritada, le contestó.
Está bien, pero solo lo haré con la condición de que tú también te quites tu yelmo, pues estás realmente espantosa sin él. París, estando ya mucho más relajado y menos intimidado por la presencia de las bellas divinidades, hizo acopio de valor y dijo. Ahora, si no tenéis inconveniente, os juzgaré una por una para evitar discusiones perturbadoras.
Acércate a mi lado Divina Era, ¿y tendrían las otras dos diosas la bondad de dejarnos a solas durante un rato? Tan pronto como quedaron a solas, la diosa Hera se aproximó al joven pastor exhibiendo su hermosa figura, y acercándose a su oído le susurró. le contestó.
Yo no me dejo sobornar, señora, pero muchas gracias por su ofrecimiento, ya he visto todo lo que necesitaba ver, ahora por favor que venga la divina Atenea. Atenea, también acercando los labios a su oído, le susurró. Aquí estoy, querido príncipe, contémplame a tu gusto y emite tu veredicto, pero recuerda que si tienes el sentido común de concederme el premio, haré que salgas victorioso de todas tus batallas y que te conviertas en el hombre más sabio y bello de todo el mundo.
A lo que París le contestó. Solo soy un humilde pastor y no un soldado, tú misma puedes ver con tus propios ojos que la paz reina en toda Lidia y Frigia, y que nadie disputa la soberanía del rey Priamo. Pero prometo considerar imparcialmente tu aspiración a la manzana, ahora puedes volver a ponerte tus ropas y avisar a Afrodita para que se aproxime. Afrodita se acercó a París despacio y contoneándose de manera provocativa, ante tal visión París se ruborizó al instante porque Afrodita se acercó tanto, que podía sentir el calor de la noche. El calor de su divina piel que sutilmente rozaba sus mejillas, entonces la diosa le dedicó estas palabras.
Examíname cuidadosamente, por favor, sin pasar nada por alto. No temas en explorar mi cuerpo, no solo con tus ojos, puedes usar también tus manos y tu boca, y así sentirás en tus labios, y en las yemas de tus dedos, el húmedo calor y el dulce sabor que la divina pasión genera. Por cierto, en cuanto te vi por primera vez me dije a mí misma que este es el joven más hermoso de toda Frigia. ¿Por qué pierdes el tiempo en este desierto cuidando un ganado estúpido? ¿Por qué lo haces, París?
¿Por qué no vas a una ciudad y vives una vida civilizada? ¿Qué podrías perder casándote con alguien como Elena de Esparta, que es tan bella como yo y no menos apasionada? Estoy convencida de que cuando os hayáis conocido, ella abandonará a su marido, a su hogar, incluso a su familia. familia, y todo ello para ser tu amante, supongo que habrás oído hablar de Helena, ¿no es así?
Nunca he oído hablar de Helena hasta ahora, señora, pero te quedaré muy agradecido si me la describes. Helena tiene una tez bella y delicada, pues nació del huevo de un cisne, también puede alegar que su padre es el mismísimo Zeus y le gustan la caza y la lucha, además provocó una guerra cuando era todavía una niña. Al alcanzar su mayoría de edad, todos los príncipes de Grecia aspiraron a su mano, ahora es el momento de que se le haga la muerte. ahora está casada con Menelao, hermano del rey supremo Agamenón, pero eso no es un inconveniente, ya que puede ser tuya si así lo deseas. Mientras tanto, Hermes asistía atónito a las propuestas divinas, y sintió auténtica envidia del príncipe pastor, diciéndose a sí mismo que con gusto habría entregado su casco, sus sandalias aladas y su báculo de oro, con tal de ocupar el lugar de París en aquellos momentos, Afrodita, con la intención de despejar las dudas que París pudiera tener, añadió.
No debes preocuparte por el hecho de que el príncipe de París no haya tenido un hecho de que Helena esté casada con Menelao ya que mi deber divino es arreglar esa clase de asuntos. Te sugiero que recorras toda Grecia con mi hijo Eros como guía y cuando lleguéis a Esparta él y yo procuraremos que Helena se enamore perdidamente de ti. ¿Estarías dispuesta a jurarlo?
Preguntó París visiblemente excitado. Afrodita lo juró solemnemente y París completamente cautivado por la oferta de la diosa y sin pensarlo ni un momento más le concedió la manzana de oro. Pero a pesar A pesar de haber asegurado lo contrario, esta decisión provocó el odio encubierto de Hera y Atenea, quienes ocultando su irritación, se alejaron tomadas del brazo y con el gesto fruncido a planear la destrucción de Troya, mientras Afrodita sonriendo picaramente se dispuso a trazar sus planes y averiguar la manera más eficaz de cumplir su promesa.
La ninfa Enone, que sentía un profundo y sincero amor por París, fue conocedora en ese mismo instante de los acontecimientos que este hecho desencadenaría, gracias a sus grandes poderes de adivinación. Pero Enone, siempre respetuosa con los designios divinos, aceptó la inevitable pérdida de su amado príncipe, diciéndole antes de que éste partiera a encontrarse con su destino que regresara inmediatamente junto a ella si alguna vez resultaba herido, porque ella era la única que podría curarlo con sus artes de sanación. Al cabo de pocos días, y aprovechando la celebración de unas festividades donde los troyanos competían en varios deportes, Paris acudió a la ciudad acompañado de su padre adoptivo Gelao, y allí venció en varias de las competiciones provocando la verga.
vergüenza y la ira de los hijos de Príamo, incluida la de Héctor, y éstos decidieron terminar con la vida del joven pastor, en un intento de enjuagar la vergüenza provocada por su derrota a manos de un desconocido y humilde bollero. Al verse atrapado, París corrió a refugiarse en el templo de Zeus, y su padre adoptivo Agelao se apresuró a desvelar al rey Príamo la verdadera identidad de aquel joven, cuya belleza y valor eran semejantes a la de los grandes héroes. Agelao mostró como prueba el sonajero que el bebé de París llevaba en sus manos cuando se le había dado la vida a un joven.
cuando fue abandonado, y su madre Écuba estalló en lágrimas al recordar lo sucedido. Cuando finalmente se confirmó su verdadera identidad, fue llevado triunfalmente a palacio y se celebró con gran alegría su regreso, pero los sacerdotes del templo aseguraron que París debía ser ejecutado inmediatamente, pues de otro modo la ciudad sería destruida. El rey Príamo, secundado por su esposa Écuba, contestó a los sacerdotes con estas palabras. —Prefiero mil veces que caiga Troya a que muera mi hermoso y querido hijo. ya sufrimos demasiado con su pérdida, y ahora mi esposa y yo no volveremos a renunciar a él, por oscuros que los divinos designios se manifiesten.
Así pues, los acontecimientos se sucedieron uno tras otro, hasta desembocar en la guerra más famosa de toda la historia de la humanidad, donde muchos grandes héroes encontraron el final de sus días. Estos fueron algunos de los muchos acontecimientos que tuvieron como consecuencia la destrucción de la heroica y mítica ciudad de Lugia.