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58-62 Campos de Fresas

Campos de fresas de Jordi Sierra y Fabra, capítulo 58 Negras, caballo, E8, blancas, alfil, H8 Te sienta también este conjunto, Loreto Me alegro de que te lo hayas puesto Y con unos kilos de más estarás arrebatadora, preciosa Javier caerá rendido a tus pies ¿Recuerdas el día que lo compramos? ¡Qué locura! Fue verlo entrar, probártelo y ¡zas! El dinero de la escapada de fin de semana convertido en arte sobre ti. Lástima que eso fue poco antes de que empezases a caer en picado. Loreto, ¿qué estás haciendo aquí? Claro que te escucho, pero aunque me gustaría, no puedo moverme ni abrazarte, ni darte un beso, ni decirte lo contenta que estoy. Entiéndelo, Loreto. Si me muevo sentiré el dolor, y no sé si estoy preparada para eso. Dios, me alegro de que me hables de vivir. Pero tal vez si conocieras esto, dices el paso, no sé, todo es tan extraño, tan relativo aquí, os oigo a todos, os veo a todos, pero es como si hubiese una distancia de millones de kilómetros, en cambio los sentimientos están cerca, son como una ola de calor constante, cada voz, cada caricia, cada mirada cae sobre mí como un manto de ternura, y creo que es esa ternura la que me retiene, ¿no es curioso? No quiero hacer daño a nadie, y menos a quien me quiere, así que la ternura me ata a este lado del camino mientras la paz me llama al otro. Bien, puede que me quede aquí para siempre en esta tierra de nadie, una partida de ajedrez sin fin, sin ganador ni perdedor, tablas eternas. Háblame Loreto, háblame. No has vomitado, bien, es una magnífica noticia, un primer paso, importante, ahora el siguiente te costará menos, seguro. Esta noche tampoco vas a vomitar, ¿vale? Esta noche darás el segundo, por mí, de acuerdo, pero también por ti. Ánimo, Loreto, ánimo, no has vomitado y da igual el motivo. Eso es que quieres salir del pozo y vivir. Loreto, no dejes mi mano, ¿me escuchas? Sí, sé que lo haces, hemos abierto una puerta. ¿Y Eloy? ¿Sabes dónde está Eloy? ¿Loreto? ¿Loreto? Capítulo 59. Negras. F6. Polly García entró en el bar, se detuvo en la misma puerta y miró en dirección a la barra. El único camarero era Victorino y no le hizo ningún gesto, así que traspasó el umbral y caminó unos pasos hacia las mesas ubicadas en la parte posterior. Se sentó en una de las sillas de plástico y se apoyó con cansancio sobre el mármol circular de la mesa. Castigado por miles de partidas de dominó, tener mesas con la superficie de mármol y sillas de plástico era un... antagonismo muy propio de alejando castro el muy esperó casi cinco minutos se le hicieron eternos acabó llamando a victorino para que le trajera una cerveza el camarero no dijo nada ni antes ni durante ni después de servírsela no hacía falta la dejó sobre la mesa con el pequeño ticket al lado pero sí desapareció unos segundos por la puerta de atrás para regresar al instante tal cual manteniendo su mutismo polly cogió el ticket Maquinalmente, en la parte superior estaba escrito el nombre del local, Bar Restaurante La Perla. Muy adecuado, pensó. Jugó con él, enrollándolo, matando el tiempo de espera. Alejandro Castro acabó asomando la cabeza por la misma puerta, miró hacia él y le hizo un leve gesto. No tenía cara de buenos amigos, más bien de todo lo contrario. Polly se levantó con la intención de ir tras él. Le detuvo la voz de Victorino. ¡Eh tú, paga! Polly le lanzó una mirada de ira. Era un desgraciado, no tenía gallas más que para ser un camarero. ¿Qué pasa? Tengo que volver a salir, ¿no? Mira, esto no es gratis y tú eres capaz de irte por la puerta de atrás, así que... Todavía llevaba el tique en la mano, pero no miró el importe, sacó unas monedas y las dejó en el plato. El papel lo guardó en el bolsillo de la chaqueta, fue otro gesto maquinal. Lo único que quería era pasar de Victorino, hablar con Castro y largarse de allí cuanto antes. Se metió por la puerta del fondo y fue tras los pasos del dueño del local. Allí había un pasillo que daba la almacena, la cocina, los retretes y finalmente en la parte posterior a un par de despachos. Uno tenía la puerta abierta. Entró. Alejandro Castro lo esperaba, sentado tras su mesa. La cerró y cubrió la breve distancia que lo separaba de la única silla libre frente a la mesa. ¿Qué estás haciendo aquí? Le espetó sin contemplaciones al hombre. A Poli García no le gustó su tono. Esa cría está en coma. Le dijo. El otro valoró debidamente la información, pero sin pastañear. ¿Y qué? Acabó diciendo. ¿Sabes lo que eso significa? El camello se movió inquieto en la silla. Van a remover cielo y tierra por su culpa. Oye, tú tranquilo. Alejandro Castro le apuntó con un dedo. Cada día mueren drogatas y una docena de chicos y chicas sufren comas etílicos o golpes de calor o lo que sea. Y no pasa nada, nunca pasa nada. Esto es diferente. No grites, Poli. Esto es diferente. Repitió cambiando el tono, aunque no el nerviosismo. Sé de qué va. Era una cría, ya sabes, 15, 16 o 17 años. Los periódicos van a meter bulla y la policía montará uno de los suyos. Ya me están buscando. ¿Cómo que te están buscando? He ido a mi pensión y la doña me ha dicho que uno que conozco, Vicente Espinoz, andaba atrás de mí. Será una casualidad. Y una leche casualidad. Te han detenido otras veces por camello, así que... Mira, Castro, yo me abro. He venido a devolverte las pastillas y a liquidar. Sacó un montón de billetes de un bolsillo y un paquetito del otro. Lo puso todo sobre la mesa. Alejandro Castro cogió el dinero. No tocó el paquetito. Recógelo, ordenó. ¿Qué? Recógelo y sal a vender. No me jodas, poli. No puedo. Acaba eso, señaló el paquetito. Y luego, si quieres, desapareces unos días. Castro. Al traficante se le acababa de endurecer las facciones. Poli, me estoy hartando de ti. Anoche Pepe vendió el doble que tú, el doble y sin chorradas. ¿Cuánto me debes? ¿Lo tienes? Yo también tengo mis problemas y mis obligaciones, y he de cumplir con otros porque esto es una cadena. ¿Te enteras? No puedo parar el negocio ni cerrar, solo porque una cría tengo un mal viaje. Si tienes miedo, véndelo todo esta noche, que para eso es sábado y mañana desapareces. Unos días. Pero precisamente porque es sábado no vas a dejarlo hoy ni a dejarme colgado a mí. ¿Lo has entendido? Lo había entendido, pero seguía sin gustarle. Esto es un mal rollo, rezongó. Las dos piernas rotas o tu cadáver en una cuneta sí son un mal rollo, le aclaró Alejandro Castro. Oli recogió el paquete y se lo guardó de nuevo en el bolsillo. Apretó las mandíbulas al hacerlo. Si me cogen, suspiró. Si te cogen, sabes que te mandamos un abogado, pero salvo que lo hagan con una pastilla encima, igual a la que tomó esa cría, no van a poder tocarte un pelo. Por eso tienes que acabar hoy con lo que te queda y en paz. Yo tengo 15 kilos aquí, 50 mil pastillas, ya te lo he dicho antes y no voy a tirarlas por el retrete, así que tranquilo, ¿eh? Oli se puso en pie. Estaba de todo menos tranquilo. Capítulo 60. Torre XH6. Mariano Zapata entró en el despacho con una amplia sonrisa en su rostro, sin llamar. Gaspar Valls levantó la cabeza y le lanzó una mirada fugaz con los ojos arqueados antes de volver a examinar las pruebas que tenía delante. —Muy contento vienes tú, le dijo. El periodista no contestó. Puso sobre la mesa, frente a sus ojos, la fotografía de Luciana. Incluso alguien tan experimentado y con tantos años de profesión a sus espaldas como Gaspar frunció el ceño. —¡Coño! exclamó. Le fue imposible apartar los ojos de aquella imagen en los segundos que siguieron. Aún, en su estado, ojos cerrados, boca abierta, llena de tubos y agujas, se advertían detalles importantes en ella, su juventud, su belleza, su extraña indefensión. —¿Es deportado o no? —le retó Mariano Zapata. Gaspar Valls levantó la cabeza. —¿Tienes el permiso? —¿De los padres? —No. —¿Entonces no las juzgamos? —Sí. —Ah, sí. Con dos pares de... Con lo que haga falta, el periodista apuntó la fotografía con el dedo índice de su mano derecha. Esto es dinamita. No las van a quitar de las manos, saldrán dentro de España y en el extranjero. ¿Qué te puestas? ¿Y el texto? Me pongo ya enseguida, ya casi está. Antes quería ver cómo salían las fotos. ¿Ella sigue en coma? Sí. ¿Seguro? Bueno, no entendió su prevención. Lo estaba cuando le hice las fotografías. Antes de llevarlo a máquinas, asegúrate. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver que pueda salir del coma? Vamos, Mariano, ¿y tú me lo preguntas? Es una cuestión de ética nada más. Aquí aún tenemos un poco de eso. Si esa chica mañana está bien y salimos con esa foto en portada diciendo que está así, nos cubrimos de gloria. Si se pusiera bien, lo publicamos igual, pero dentro la noticia sería distinta. No veo la diferencia, arguyó el periodista. No seas bestia, hombre. Le reproché su compañero, pero también su superior. —Sabes perfectamente lo que vende y lo que no, y lo que puede ir en portada y lo que no. —¿Y si muere? —Entonces es una gran exclusiva —reconoció Gaspar Valls. —¿Sólo que no querrás que se infeliz la palme únicamente para tener esa exclusiva y una portada, verdad? —No, hombre, claro. Era una pregunta nada más. Lo observó de hito en hito como si durara de su afirmación. —¿Tú? Llama al hospital antes, en el último minuto, y así nos curamos en salud De acuerdo Hizo una demanda e irse Gaspar lo detuvo Eh, llévate esto Le tendió la fotografía aún sabiendo que tenía varias copias Quiero dormir esta noche Impacta, ¿verdad? Ya lo creo que impacta Asintió Gaspar Y a ti te impactaría más si tuvieras hijos Tener hijos para esto Soltó un bufido de sarcasmo Hasta luego Salió por la puerta a buen paso. Casi un minuto después, Gaspar Paz seguía mirando esa puerta sin poder volver a concentrarse en el trabajo. Capítulo 61. Negras. Torre X de 4. Eloy repitió y un hoyo otra vez el número de teléfono que acababan de darle en información e introdujo una moneda por la ranura superior del aparato antes de marcarlo. Mientras lo hacía, no aportó los ojos del cruce donde había quedado con cinta Santi Máximo. Aún era pronto para que apareciesen, pero se mantenía alerta por si acaso. —¿Hospital clínico? Dígame. —La familia de Luciana Salas, por favor. No sé si sigue en la UCI o ya está en una habitación. —Espere, no se retire. Esperó unos largos segundos. El corazón se le aceleró a medida que se aproximaba el momento de la verdad. Tuvo que pasar otro filtro. De pronto escuchó la voz de Norma. —¿Sí? Soy Eloy. Cerró los ojos y mantuvo todo su serenvilo. No tuvo que preguntar nada. Sigue igual. Ah, ¿dónde estás? No te lo creerías. Suspiró. ¿Por qué? Ando detrás del tío que le vendió esas mierdas. ¿Qué? Es igual, déjalo. Supongo que no es más que una forma de hacer algo, aunque... Eres increíble. Dile que la quiero. Vale. Pero díselo, ¿eh? Yo creo que... Lo haré, tranquilo. Ahora está Loreto con ella. ¿Loreto? Ha venido, sí. Llenó los pulmones de aire. El teléfono comenzó a dar señales de que el dinero se estaba acabando y ya no tenía más que decir. Esto se corta. Adiós. Adiós, Eloy. Se quedó con el auricular en la mano y la señal de la línea cortada zumbando entre los dedos. Capítulo 62. Blancas al fil XF6. Fue al detenerse el taxi en un semáforo cuando Sinta rompió el silencio. Eloy es alucinante. ¿Por qué? Preguntó Santi. ¿Tú qué crees? Lo dijo como si pareciera evidente. —Sale del hospital esta mañana, echa una furia, con Luciana medio muerta y se mete a buscar al tío que anoche... Miró al taxista y no siguió hablando. —Pero tienes razón —intervino Máximo—, si conseguimos una pastilla de esas, los médicos están bastante despistados, ¿no? Manifestó Santi. —A mí me da un poco de miedo, por no decir mucho. Cinta plegó los labios. —¿Miedo? Yo estoy en coma y tú te encuentras cara a cara con el tío que me ha dado eso. ¿Qué haces? Le dices que necesitas otra pastilla para ver si así me salvas o le das de hostias. Santi parpadeó. Oye, no ibas a pensar que lo oí. Dudo máximo. Solo digo lo que hay. Repuso a Cinta. Pero lo importante es conseguir esa pastilla. Comino Santi. Ya, nos acercamos y le pedimos una. ¿Crees que el tipo va a estar tan normalito? De entrada el tío no sabe nada del coma, dijo Santi. Así que normalito se iba a estar. Otra cosa es que tras conseguir la pastilla, si es que el hoy tiene la suficiente sangre fría como para esperar después... Aventura Máximo. Eh, no somos héroes del cómic, dijo Cinta. ¿Has visto cómo se ha puesto el hoy esta mañana con nosotros? Máximo puso el dedo en la llaga. ¿Te imaginas con ese camello? Cinta volvió a mirar al taxista. Parecía muy ocupado controlando el tráfico de última hora de la tarde. Esas personas son peligrosas, advirtió Santi. Ese no era más que una mierda, dijo Máximo con desprecio. ¿Y si llevo un arma? Oye, Máximo miró a Cinta. ¿Qué te crees, que esto es Nueva York o qué? Bueno, sea como sea, nosotros somos cuatro. Tercio, Santi. Me sigue dando miedo Loy. Está loco por Luciana. Ese pensamiento los mantuvo en silencio los instantes siguientes. El taxi se paró en un nuevo semáforo. El taxista les miró una mirada distraída por el retrovisor. La detuvo sobre ella bastante rato, casi todo el que duró la espera. Cinta se la acabó devolviendo y el hombre retiró sus ojos. ¡Vamos ya, que está en verde! Protestó levantando una mano en dirección al vehículo que le precedía.