Este es nuestro mundo. Un lugar cálido, cómodo y familiar. Pero aléjate de la chimenea y mira rápidamente.
Nuestros pensamientos abandonan el hogar. ¿Acaso no seremos tan insignificantes como motas de polvo? ¿Es el universo un lugar hospitalario u hostil?
Podríamos quedarnos aquí para siempre preguntándonos o podríamos dar la espalda a esta playa salir de casa para mirar el universo desde aquí hasta sus confines para descubrir sus maravillas enfrentarnos a sus horrores Bellos mundos nuevos Oscuras fuerzas malévolas El principio de los tiempos El fin del mundo ¿Tendríamos el valor de mirar o saldríamos corriendo de vuelta a casa? Solo hay una forma de averiguarlo. Viaje a los límites del universo.
El límite del espacio. Solo 100 kilómetros. A una hora de coche desde casa.
Aquí abajo, la vida continúa, el tráfico continúa, las acciones se siguen comprando y vendiendo y Star Trek sigue emitiéndose. Orden en la sala. Tiene la palabra.
Pero tendremos que dejar todo eso atrás Para hundir nuestros dedos en este vasto y oscuro océano más allá En el Bajío No muy lejos de casa Sobre la Luna Docenas de astronautas han recorrido este camino antes que nosotros, 12 de ellos han caminado sobre la propia luna. A poco más de 400.000 kilómetros de casa, a tres días en una nave espacial. Tan cerca como si apenas hubiésemos salido de casa. Familiar, conocido, a la vista desde la Tierra.
Parece un campo de batalla desierto, bombardeado por millones de meteoritos y asteroides. Pero ahora está más tranquilo. Es obvio que no se ha producido una colisión importante durante millones de años.
Esto me trae recuerdos. El módulo lunar del Apolo 11. Las huellas de las primeras pisadas de Neil Armstrong. Parecen de ayer. No hay aire que las disipe. Deberían durar millones de años.
Quizá más que nosotros. Nuestro tiempo es limitado. Tenemos que dar nuestro propio paso de gigante. Más lejos de lo que ningún humano ha viajado nunca.
Fuera de la oscuridad, una cara amiga, la diosa del amor, Venus, la estrella de la mañana, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la noche, la estrella de la ...de la noche. Algunas veces ella saluda el día por el este, otros nos da las buenas noches por el oeste. Las espectaculares nubes amarillas del planeta reflejan la luz del sol.
Es por eso que este es el planeta más brillante del sistema solar. Una hermana de nuestro planeta. Más o menos del mismo tamaño y gravedad que la Tierra.
Aquí estaríamos seguros. Pero la sonda Venus Express nos dice que estas nubes deslumbrantes están hechas de ácido sulfúrico letal y que la atmósfera del planeta está llena de dióxido de carbono. Suenan sirenas de alarma. Venus es una diosa iracunda.
El aire es venenoso. La presión, insoportable. Y hace calor. Cerca de 500 grados centígrados.
Si nos quedásemos mucho tiempo, acabaríamos achicharrados, asfixiados, asados y estrujados. Nada puede sobrevivir aquí. Como esto. Una sonda robótica soviética venera. Su pesada armadura ha sido destrozada por la atmósfera extrema.
Tan encantadora desde la tierra, pero de cerca, esta diosa es espantosa. Es la hermana del averno, horadada por miles de volcanes. Todo ese dióxido de carbono bloquea el calor del sol.
Calentamiento global desatado. Tal vez Venus fuera antes un lugar tranquilo, como nuestro planeta Tierra. Y si eso fuera cierto, este podría ser el futuro de nuestro planeta.
Comienzo a pensar que no deberíamos estar aquí, que deberíamos regresar. Pero hay algo hipnótico en el sol, como medusa. Demasiado terrible para ser mirado. Demasiado poderoso para resistirse.
Engatusándonos para que sigamos adelante, como polillas hacia la luz. Achicado, quemado por el sol, está Mercurio. Esto es lo que ocurre si te acercas demasiado al sol. Las temperaturas varían muchísimo aquí. Por la noche, menos 170 grados.
Más de 400 a mediodía. Quemado, congelado. Y mira esas cicatrices.
Un signo de que Mercurio tuvo un pasado violento. La sonda solar messenger nos cuenta algo extraño a pesar de su tamaño este pequeño planeta posee una poderosa fuerza gravida debe de ser más pesado de lo que parece es como una gran bola de hierro cubierta por un barniz de roca el núcleo de lo que una vez fue un planeta mucho mayor quizá un planeta a la deriva se estrelló contra mercurio Arrancándole sus capas externas en un juego mortal de canicas siderales. Planetas enteros vagando por ahí, destruyendo todo a su paso.
Incluso planetas enteros. Y estamos en medio de todo esto. Vulnerables, expuestos, pequeños. Todo nos dice que regresemos.
Pero ¿quién podría desafiar esto? el sol en todo su cautivador esplendor nuestra luz nuestras vidas todo lo que hacemos es controlado por el sol depende de ello Y aún más, es el dios griego Helio, conduciendo su cuadriga a través del cielo. Es el dios egipcio Ra, renacido cada día. El solsticio de verano alzándose sobre Stonehenge durante millones de años.
Esto era lo más cerca que uno podía estar cara al sol. 150 millones de kilómetros de casa, un viaje de 20 años en avión. Está tan lejos, que si se apagase tardaríamos 8 minutos enteros en enterarnos. Es tan grande, que podrías meter un millón de tierras en él. Tan pesado, que su gravedad controla todo el sistema solar.
Pero, ¿quién necesita números cuando tenemos la realidad? Lo vemos cada día. Una cara familiar en nuestro cielo.
De cerca, es irreconocible. Un turbulento mar de gas incandescente. El termómetro alcanza los 5.000 grados.
Abajo, en su núcleo, debe de estar a decenas de millones de grados. Tan cálido como para desencadenar una reacción nuclear que convertiría millones de toneladas de materia en energía cada segundo. Más de la energía total producida por el hombre.
En casa la vemos como luz, la sentimos como calor, pero de cerca no hay nada reconfortante en el sol. Está tan lleno de actividad eléctrica y magnética que estalla en enormes círculos de gas incandescente llamados protuberancias. Cada una de ellas libera más energía que 10 millones de volcanes.
Podrías meter a la Tierra por una de ellas y todavía te sobrarían decenas de miles de kilómetros. Y donde estallan, descubren las capas más frías que hay abajo. Las manchas solares. Son una fracción más frías que los que la rodea, por eso parecen negras, pero todavía son más cálidas que cualquier cosa sobre la Tierra. Y también son muy grandes, algunas tienen un diámetro de al menos 50.000 kilómetros.
Una erupción solar. Una corriente supercaliente de gas electrificado despidiendo radiaciones letales en el espacio. Pero un día, todo esto parará.
El combustible del sol se agotará. Y cuando muera, ese será el final de la Tierra también. Este Dios crea la vida y la destruye.
Exige que nos mantengamos a distancia. Este cometa se aproximó demasiado. Se está cociendo por el calor del sol, creando una cola que se extiende millones de kilómetros. ¡Qué frío hace aquí!
No hay duda de la procedencia de este cometa. los desperdicios helados del espacio profundo pero mira todo este vapor y los geysers y el polvo es el sol de nuevo derritiendo el corazón helado del cometa es extraño una especie de bola de nieve grande y sucia cubierta por alquitrán oscuro Minúsculos granos de lo que parece material orgánico, conservado en hielo desde... ¿Quién sabe cuándo?
Tal vez sea el comienzo del sistema solar. Digamos que un cometa como este se estrellase contra la joven tierra hace miles de millones de años. Quizá le proporcionase agua y materia orgánica, los ingredientes básicos de la vida.
Incluso podría haber sembrado las semillas de la vida sobre la tierra, las que evolucionaron hasta convertirse en ti, en mí. Pero supongamos que se estrellase contra la tierra ahora. Piénsenlo. Los dinosaurios, barridos por el impacto de un cometa o un asteroide. Solo es cuestión de tiempo.
Después, un día, a menos que encontremos una forma de protegernos, nos pasará lo mismo que a los dinosaurios. La Tierra es segura. Por ahora, pero si la vida en la Tierra fuese destruida...
Nos quedaríamos colgados aquí, sin hogar, vagabundos en un universo hostil. Necesitaríamos encontrar un nuevo hogar. Entre los millones, los miles de millones de planetas, debería de haber alguno que no sea demasiado cálido, ni frío, con aire, luz del sol, agua, donde como ricitos de oro, pudiéramos vivir cómodamente.
El planeta rojo, el inconfundible Marte. Durante siglos hemos buscado compañía en Marte, signos de vida. En algún lugar, ahí abajo, podría haber vida extraterrestre.
Pero, ¿estamos preparados para encontrarla? ¿Estamos dispuestos a reescribir los libros de historia? ¿A deshojar los libros de ciencia? ¿A volver al mundo del revés? Lo que ocurra a continuación podría cambiarlo todo.
Marte es el planeta que más excita nuestra imaginación. Piensa en las películas y cómics de ciencia ficción. ¿Qué será lo próximo? Marcianos.
Pero todo eso es ficción, ¿verdad? Pero, ¿y si de verdad hay algo aquí? Si lo hay, habita un planeta inerte. Los procesos que hacen habitable la Tierra se frenaron aquí hace cientos de millones de años.
Rojo y muerto. Marte es un fósil gigante. Hay algo vivo. Un diablo de polvo, grande.
Mayor que los peores tornados de la Tierra. Hace viento aquí. Y donde hay viento, hay aire.
Aire que podría sustentar vida extraterrestre. Pero es demasiado liviano para que lo respiremos. Está lleno de dióxido de carbono. No hay nada que proteja a Marte de los rayos ultravioleta del Sol.
Y hace frío. Tanto como 80 grados bajo cero. Hay agua helada en el suelo, en los polos e incluso en la atmósfera. Es nieve.
Cuesta creer que algo pudiese vivir aquí. Pero en la Tierra, hay criaturas que sobreviven en condiciones de frío o calor extremos, incluso en las fosas más profundas del mar. Es como si la vida fuese un virus, se adaptase, se expandiera. Tal vez ahora mismo estemos propagando el virus de la vida por el universo.
Incluso en las condiciones más extremas, la vida suele arreglárselas. Pero en un planeta muerto, sin actividad geológica para reponer los minerales y nutrientes de su suelo, sin calor que pueda derretir el agua helada y todo este polvo, es difícil ver a dónde vamos. Pero no podemos pasarlo de largo.
Es el Monte Olimpo, un enorme y antiguo volcán. Tres veces más alto que el Everest. Tan ancho como España. Desde su descubrimiento en los años 70 del siglo XX, ha sido declarado extinto.
Parece como si algo estuviese sucediendo en sus laderas. Es como si fluyera lava. Pero los ríos de lava deberían haber cesado hace mucho tiempo, borrados por los impactos de los meteoritos. A menos que, después de todo, el monstruo no haya muerto. Y si no, ahora mismo podría haber magma derretido bajo su corteza.
Esto lo cambia todo. La actividad volcánica podría estar derritiendo el agua. el agua congelada del suelo, reciclando los minerales y los nutrientes, creando las condiciones para que exista la vida. Esto hace que el gran cañón parezca una grieta en el pavimento. Y sigue, y sigue, hasta alcanzar la extensión de América del Norte.
Pero mira, hay signos de actividad, erosión y lo que parecen cuencas de río seco sobre el suelo del cañón. Tal vez la actividad volcánica derritió el hielo del terreno enviando agua a través de este vasto cañón. Una actividad que sabemos podría ser hielo derritiéndose que se transforma en agua.
Y donde hay agua, podría haber vida. Si encontramos agua corriente, hay posibilidad de que encontremos criaturas vivas Vagando por el paisaje desolado. El robot Opportunity de la NASA busca indicios de que estas mesetas yermas fueron antiguos lagos u océanos que podrían haber alojado vida.
Mira estos barrancos. Cuando las ondas que describen órbitas alrededor de Marte lo sobrevuelan, cada vez que lo hacen descubren algunos nuevos. Una prueba más de que Marte está vivo y coleando.
De que habrá agua fluyendo bajo su superficie creando nuevos barrancos. Agua que podría estar sustentando vida marciana. Todo lo que tenemos que hacer es encontrarla. A menos que ya la hayamos encontrado, pero no en Marte, sino en la Tierra.
Hay una teoría que afirma que la vida comenzó aquí antes de mudarse a la Tierra. La idea es que un asteroide impactó y desgajó fragmentos de Marte y pequeños microbios y los lanzó al espacio y sobre la joven Tierra, donde plantaron las semillas de la misma vida. No es de extrañar que encontremos Marte fascinante. Podría ser nuestro hogar ancestral.
Si eso es cierto, entonces todos somos marcianos. El Marte que creíamos conocer ya no está. Ha sido reemplazado por este nuevo, activo y cambiante planeta. Y si no conocemos Marte, probablemente el planeta del sistema solar más estudiado, ¿qué hay que no sepamos?
Debería de haber otros secretos ahí fuera esperando ser descubiertos. Esto comienza a dar miedo. Es como estar dentro de un gigantesco juego de ordenador. Pero esto es demasiado real.
Asteroides, algunos de ellos de cientos de kilómetros de diámetro. Este debe de tener 30 kilómetros de longitud. Y mira, adherido a él, una sonda espacial.
No debió de haber sido fácil aterrizar sobre un asteroide que va a 80.000 kilómetros por hora. Cuesta mucho esfuerzo investigar unos cuantos escombros. Escombros que normalmente colisionan, se rompen y se lanzan sobre la Tierra como meteoritos.
Muestras mágicas. Profecías sobrenaturales. Y más que eso. Resulta que cascotes como estos se juntaron para convertirse en un planeta incluido el nuestro. Así que al datar los meteoritos que encontramos en la Tierra, sabemos que los planetas fueron creados hace 4.500 millones de años.
Son los certificados de nacimiento de nuestro sistema solar, de nuestro planeta. Pero por alguna razón estas rocas no se convirtieron en un planeta. Algo debe de haber evitado que algo así se produjera, algo poderoso.
Júpiter, menudo monstruo, al menos mil veces mayor que la Tierra. Tan vasto, que el resto de los planetas cabrían dentro de él. Algo tan grande afecta a sus vecinos.
Su gravedad evita que los asteroides formen un planeta. Míralo ahora. Es impresionante.
Pero de cerca, tal vez las cosas no sean lo que parezcan. Este gigantesco planeta es casi todo gas. Si aterrizásemos aquí y nos hundiríamos en sus capas, tal vez nunca daríamos con una superficie sólida.
La belleza de Júpiter es el producto de la violencia extrema. Gira a una velocidad enorme, desencadenando vientos de cientos de kilómetros por hora, moldeando las nubes en líneas, torbellinos, remolinos... Y esto, la legendaria gran mancha roja, la mayor y más violenta tempestad del sistema solar. Al menos tres veces mayor que la Tierra, lleva rugiendo desde hace más de 300 años.
Todas esas nubes mantecosas han provocado una tormenta eléctrica. Un solo radio es 10.000 veces más intenso que cualquier relámpago terrestre. El mejor lugar, el más seguro, para ver Júpiter, es lejos. Es simplemente hermoso, danzando alrededor de los polos como la aurora en la Tierra.
Pero el contador de Geiger se vuelve loco. Parece que incluso estas son letales, generadas por radiaciones absorbidas del espacio por el poderoso campo magnético de Júpiter. Comenzamos a darnos cuenta.
Ahí fuera nada es lo que parece. El universo está lleno de contradicciones, engaños, trampas. En estos momentos necesitamos un refugio seguro, algún lugar donde posar los pies, recuperar el aliento. Tal vez esto, la luna multicolor, esto es Io, lo sea.
Esos bonitos colores son rocas derretidas, azufre, volcanes escupiendo cenizas incandescentes y azufre a cientos de kilómetros en el espacio. Esto no es un refugio seguro, este es el lugar más volátil que he visto desde el sol. Nuestro viaje mágico a los confines del universo se están convirtiendo en un vuelo desesperado. Tenemos que seguir creyendo, esperando que entre los peligros haya maravillas esperando ser descubiertas. A 650 millones de kilómetros de casa.
Qué lugar más raro. Y aún así resulta extrañamente familiar. Un poco como el Ártico.
Con todo ese hielo, todas esas sierras y grietas. Es Europa. Y quizás, como en el Ártico, este hielo esté flotando sobre el agua.
Agua líquida. Es un pensamiento intrigante. Pero estamos a 800 millones de kilómetros del Sol.
Seguro que Europa está congelada. A menos que la gravedad de Júpiter esté creando una profunda fricción ahí abajo, evitando que Europa se hiele, permitiendo que la vida se desarrolle en las aguas bajo la corteza, podríamos estar a sólo unos metros de los extraterrestres. de un ecosistema completo de microbios, crustáceos, tal vez calamares. La única cosa que se halla entre nosotros y la posibilidad de extraterrestres es esta capa de hielo. Pero hasta que enviemos una nave espacial para perforar el hielo, Europa seguirá siendo uno de los mayores misterios del sistema solar.
Ha excitado nuestra imaginación, poblado nuestros sueños. Y aquí está, girando ante nuestros ojos, Saturno, la joya del Sistema Solar. Verlo hace que todo lo que hemos visto merezca la pena.
Hay algo mágico en Saturno, una gigantesca bola de gas tan ligera que flotaría en el agua. sus grandiosos anillos, casi tan largos como de la Tierra a la Luna y sólo unos pocos cientos de metros de profundidad. Esta es la órbita de la sonda Cassini. Está recogiendo emisiones de radiofantasmas.
Probablemente generadas por las auroras alrededor de los polos de Saturno, esta es la auténtica música de las esferas. Y Cassini nos cuenta que seguramente los anillos son todo lo que queda de una luna pulverizada por la fuerza gravitatoria de Saturno. Incomparablemente bella tras la destrucción total.
Miles de millones de esquirlas de hielo. Unas pequeñas como cubos de hielo, otras del tamaño de una casa, colisionan, se parten, se vuelven a unir. Es como una instantánea del primitivo sistema solar, cuando el polvo y el gas describían órbitas alrededor del Sol recién nacido y la gravedad operaba su magia, uniendo los trozos hasta que de desechos como este surgió nuestro hogar. Podríamos quedarnos aquí siempre, contemplando el seductor encanto de Saturno, pero tenemos que seguir.
Debemos ir mucho más lejos. Hay tanto que aprender, lo cual no es fácil cuando el mayor objeto a la vista es su luna arropada por gruesas nubes. Titán, parece que hay una atmósfera aquí abajo. Hay viento, lluvia, incluso estaciones. Y mira estos ríos, lagos y océanos.
Es lo más parecido a la Tierra que hemos visto hasta ahora. Tal vez mereció la pena apartarnos de Saturno. Excepto que no hay agua, es gas líquido. Debe de haber cientos de veces más gas natural aquí que en todas las reservas de gas y petróleo de la Tierra.
Si lo pudiésemos llevar a casa, proporcionaría luz a nuestras ciudades y combustible a nuestros automóviles durante millares de años. O quizá, un día, podríamos usarlo aquí para suministrar energía a una colonia. en caso de que aún no haya vida en Titán.
La sonda espacial Huygens cayó sobre la superficie de Titán desde Cassini. Está aquí para investigar. Nos cuenta que hay materiales orgánicos sobre el suelo. Pero hace tanto frío.
180 grados bajo cero. No hay forma de que se pudieran unir para crear vida. A menos que Titán se caliente, se prevé que el Sol se caliente. Cuando lo haga, tal vez la vida nazca aquí, igual que lo hiciera sobre la Tierra miles de millones de años antes.
A medida que la Tierra se vuelve demasiado cálida para nosotros, quizá no se vuelva tan cálida para nosotros. Nos mudemos a Titán. Un día podríamos llamar a este distante lugar nuestra casa.
El hogar. Estamos a una distancia de al menos mil millones de kilómetros. Más allá de este punto perdemos contacto visual con la Tierra. De pie sobre un precipicio, oteando las misteriosas inmediaciones del sistema solar. Si queremos entender el universo, llegar a sus confines, debemos saltar.
Oculto a la vista desde la Tierra, desconocidos durante la mayor parte de la historia, estamos en los límites exteriores del sistema solar. Es como sumergirse en un océano profundo. Esos anillos.
Parece que Una estuviera inclinado, golpeado por un planeta perdido. Es extraño aquí fuera. Ya comenzamos a sentirnos pequeños, solos.
Tal vez es así como nos sentiremos cuando lleguemos al confín del universo. Pero apenas hemos dejado la orilla. La tierra mengua hasta quedarse del tamaño de un guisante. Hemos viajado menos de dos kilómetros.
Pero para llegar al límite del sistema solar tenemos que viajar otros 20.000 kilómetros. De las profundidades, otra extraña bestia. El dios de los mares.
Neptuno Este gigante flota en gas metano. Y mira. una tempestad del tamaño de la tierra espoleada por vientos a 1500 kilómetros en casa es el sol que dirige el viento pero no está demasiado lejos algo más debe de estar creando estas ventiscas curiosas pero nadie lo sabe nuestro sistema solar es enorme resulta alarmante lo poco que realmente sabemos de él Nos zambullimos más profundos, algo a lo que agarrarnos, tras todas esas bolas de gas. Una luna sólida, tritón. Sólida, pero inestable.
Observa estos geysers, chimeneas cósmicas bombeando un hoyín peculiar. Y esta luna viaja alrededor de Neptuno en dirección contraria a la órbita del planeta. Un pulso cósmico. Pero esta luna rabiosa siempre perderá. La brutal gravedad de Neptuno tira de Orión, ralentizándolo, atrayéndolo como si enrollase una bobina.
Algún día Neptuno lo destrozará. Y esto es todo. No más lunas ni planetas que ver en nuestro sistema solar. Hace más frío. Nos alejamos del sol, escapando del abrazo de sus tentáculos gravitatorios.
Pero mira todo esto. No está vacío. Está lleno de rocas heladas. Estrellas de hielo. Como Plutón.
Hasta hace poco, parecía que Plutón estaba solo. Nada había más allá de él. Estábamos equivocados. Más mundos helados.
Descubrimientos que nadie se pone de acuerdo en bautizar. Plutinos. Enanos de hielo. Cubitos.
¿Se llamen como se llamen? Las consecuencias son las mismas. Nuestro sistema solar no es el modelo ordenado que pensamos que era.
A más de 13.000 millones de kilómetros de casa, el objeto más distante nunca visto en la órbita del Sol. Otro pequeño mundo de hielo llamado... Sedna, descubierto en 2003, tarda 10.000 años en dar una vuelta alrededor del Sol, tras la cual se distancia hasta 130.000 millones de kilómetros de la estrella. Espera, hay algo más aquí fuera.
¡Ah! A 16.000 millones de kilómetros de casa, la sonda espacial Voyager 1. Si no fuera por esta maraña de aluminio y antenas, no contaríamos con imágenes de los planetas gigantes, ni pistas sobre sus lunas raras. Viaja 20 veces más rápido que una bala y envía mensajes a casa.
Y miren allí, sobre su costado, ese panay leoro, una suerte de mensaje intergaláctico en una botella. Hay un saludo grabado en distintas lenguas. Y un mapa que muestra cómo encontrar nuestro sistema solar.
Pero si estás en la jungla, ¿conviene llamar la atención? Cualquiera, cualquier cosa podría oír nuestra llamada, averiguar dónde vivimos y llamar a nuestra puerta, de forma amistosa, ¿o no? Una nube de icebergs cósmicos se extiende hasta lo que parece el infinito.
Se parecen al cometa que vimos antes. Tal vez comenzó su vida aquí fuera hasta que algo lo desgajó. Una estrella pasajera o la gravedad de Neptuno y lo envió hacia el Sol. Igual que los cometas que pueden haber plantado la vida sobre la Tierra hace miles de millones de años. Y al ver todo este hielo, quizá también llevasen agua a la Tierra.
Es un pensamiento alucinante. El agua de los océanos, de tu café, incluso la de tu cuerpo, toda proveniente de una lejana máquina celestial de hielo. Estamos a 8 millones de millones de kilómetros, es decir, a 8 billones de kilómetros del hogar. Pero en realidad es un paso de hormiga. Nos quedan billones de kilómetros, miles de millones de estrellas.
Eso es. Tiempo de dejar de mirar hacia adentro y de alzar la vista para entrar en el ancho universo, en el espacio interestelar. El espacio interestelar. Mucho más allá de nuestro sistema solar.
Nuda Vista. Miles de millones de estrellas como nuestro Sol. Muchas de ellas con planetas, muchos de ellos con lunas.
Es difícil saber qué camino tomar. Hay posibilidades infinitas en cada dirección. Sea cual sea el sentido, vamos a necesitar un buen acelerón.
A 40 billones de kilómetros de casa. Un viaje de 150.000 años en la nave espacial. Y solo hemos llegado hasta el primer sistema solar tras el nuestro.
Al Centauro. No una, sino tres estrellas. Cada una gira alrededor de las otras, presas en una rutina celestial.
La gravedad de cada estrella atrae a las demás. Su loca velocidad orbital las mantiene separadas. Si te colocases entre ellas, nos precipitarían contra una de estas estrellas. Vaporizados a billones de kilómetros de casa.
Tan lejos, que los kilómetros ya no tienen sentido. Tendríamos que hablar en años luz. Un haz de luz tarda un año en viajar 10 billones de kilómetros. De modo que 40 billones de kilómetros equivale a 4 años luz de distancia desde casa.
Es una locura. Distancias tan vastas que están casi más allá de la comprensión. Un mundo excitante, y quien sabe si extraño, queda por delante. ¿Qué descubriremos cuando y si llegamos al límite del universo? A 10 años luz de la Tierra se encuentra la estrella Epsilon Eridani.
¡Qué anillos tan espectaculares de polvo y hielo! Y en algún lugar, planetas formándose a partir de desechos, naciendo ante nuestros ojos. Asteroides y cometas por todas partes.
Casi podríamos estar mirando a nuestro sistema solar, miles de millones de años antes. Con cometas suministrando moléculas orgánicas y agua a estos jóvenes planetas, originando la vida igual que lo podrían haber hecho sobre la Tierra. En el centro de toda la acción, una estrella menor que nuestro Sol, todavía está en la infancia.
Cualquier vida en ese sistema solar será como mucho primitiva. Debe de haber algún sistema solar más maduro y desarrollado por aquí. Pero encontrarlo es como buscar una aguja en un pajar cósmico. A 20 años luz de la Tierra, la estrella Gliese 581 es más o menos de la misma edad que nuestro Sol. Y en su órbita, este planeta, a la distancia justa de su Sol, un poco más cerca y el agua se evaporaría, algo más lejos y se congelaría.
Condiciones ideales para que la vida hubiese evolucionado allí. Y si los cometas hubieran impactado contra él, llevando con ellos agua y materia orgánica. Entonces, ahora mismo podría haber vida allí, seres complejos como nosotros, incluso civilizaciones.
Y si existe todo eso, incluso a esta distancia, podrían estar sintonizando nuestras señales de televisión, viendo los programas de hace 20 años. Pero hasta que las generaciones futuras puedan encontrar una forma de comunicarse a través de estas grandes distancias, todo lo que podemos hacer es especular. Ellos y nosotros, viviendo vidas paralelas, ignorantes unos de la vida de los otros.
A menos que haya habido vida y que ésta haya desaparecido. Ese es el problema de los cometas. Son creadores y destructores. Como los dinosaurios se dieron cuenta a su pesar hace 65 millones de años. Esta es la aguja en el pajar cósmico.
Estamos muy cerca de haber llegado a un sistema habitable como el nuestro. Pero nos lo encontraríamos por suerte. Podría haber cientos, millones de sistemas solares más ahí fuera.
O ninguno. Esto es inmenso. Mira, es el planeta Belerofón. Está tan cerca de su sol, que es un milagro haberlo descubierto. El problema es que desde la Tierra no podemos ver planetas tan lejanos.
Están oscurecidos por el brillo de sus estrellas vecinas. Pero los planetas ejercen una minúscula fuerza grávida sobre esas estrellas. Si medimos estos pequeños movimientos a billones de kilómetros, probaremos que existen. Así es.
Y es como descubrimos Belerofón en los años 90 del siglo pasado, abriendo así las puertas al descubrimiento de otros planetas lejanos. A 60 años luz de la Tierra. Si sintonizásemos en esta brillante estrella, captaríamos señales de televisión de los Juegos Olímpicos de Berlín, los de Hitler. Estrellas gemelas. Es Al Sol, la estrella demoníaca.
Temida desde la antigüedad debido a su conducta siniestra. Desde la tierra parecen parpadear cuando una de ellas pasa delante de la otra. De cerca es aún más extraño.
Una estrella ha entrado en la fuerza gravitatoria de la otra. La está chupando. A casi 100 años luz de casa. Escucha.
Una de las primeras transmisiones de radio. sólo un débil susurro y después silencio desde aquí en adelante es como si la tierra nunca hubiese existido los aliens que puedan vivir más allá no tendrán ni idea de que estamos allí Parece como si hubiésemos estado en aquella playa hace una vida, mirando el cielo, preguntándonos dónde y cómo encajábamos. Es el momento de apreciar las maravillas que no vemos.
No por lo que nos dicen sobre nuestro propio mundo, es por lo que nos cuentan sobre el universo entero, su pasado y su presente. En lo profundo de nuestra galaxia está la Vía Láctea, una vasta biblioteca celestial en la que cada estrella es un libro con una historia que contar. Ahí está todo, esperando que levantemos la tapa. Las siete hermanas, hijas del antiguo dios griego Atlas, transformadas en estrellas para ayudar a su padre, cuanto éste sostenía en los cielos sobre sus hombros.
Y este gigante, Orión, la estrella más brillante que hemos visto hasta ahora. Tiene que ser por lo menos 600 veces más ancha que nuestro Sol. Pero esto...
No es una estrella, ni un planeta, no se parece a nada que hayamos visto antes. Un espectro fantasmal a más de 1300 años luz de la Tierra. La nube oscura de Orión.
Polvo y gas tan densos que se nos pegan, aislándonos del universo exterior. Allí, en lo más profundo, una bola de luz atrayendo polvo y gas hacia sí, calentándose, transformándose en una bola de gas caliente incandescente, como nuestra estrella, como nuestro sol, en miniatura. Dentro está a millones de grados.
Está tan caliente que comienza a desencadenar reacciones nucleares del mismo tipo de las que hacen que nuestro sol brille. Liberando energía, radiación, luz. Está naciendo una estrella.
O más bien, estrellas. La nube oscura de Orión es una gran fábrica de estrellas. Estamos presenciando el nacimiento de un universo futuro.
Hemos llegado a temer horror. ...hostiles, pero estamos descubriendo una de las maravillas creativas más grandes del universo. El nacimiento de una estrella.
Tal vez nos hayamos apresurado. Chorros de gas explotan a 200.000 kilómetros por hora, lanzando polvo y gas a millones de kilómetros. Es increíblemente violento, pero mira los resultados. Es inefable.
Una nebulosa, grandes nubes brillantes de gas, colgadas en el espacio. Sin viento tardarán miles de años en dispersarse. Parecen estar formando una vasta escultura estelar. Hace que te des cuenta de que la naturaleza es más que un científico, un ingeniero, es un artista en su escala mayor.
Hemos visto algunas cosas extrañas, pero esta es una obra maestra. Una enorme cabeza de caballo encabritada en el espacio. Las estrellas nacen, crecen y después... ¿Después qué? ¿Se mueren?
¿Desaparecen tranquilamente en la noche? ¿O se van de golpe? La respuesta se halla en algún lugar entre aquí y el fin del universo. Casi 4.000 años luz más lejos, nubes luminosas suspendidas en el espacio circundan lo que una vez fue una estrella como nuestro Sol. Y lo que queda de ella son estos gases de colores brillantes, elementos formados por la fusión nuclear en lo profundo de la estrella, liberados en el espacio en su muerte, helio e hidrógeno verde y violeta.
Estas son las sustancias básicas del universo. Nitrógeno y oxígeno rojo y azul, los pilares de la vida sobre la Tierra. Para que vivamos, estrellas como esta tuvieron que morir. El oxígeno en nuestros pulmones, el nitrógeno en nuestro ADN. Todo fue producido por una fusión nuclear en estrellas que murieron mucho antes de que la Tierra incluso naciera.
Estamos hechos de residuos nucleares estelares. Nuestro árbol genealógico comienza ahora. Y en el centro, el fantasma de la estrella. Un enano blanco, blanco y caliente. Pequeño, pero increíblemente denso.
Sus átomos se fusionaron y se pegaron los unos a los otros, haciéndose tan densos que una cucharadita de este enano blanco podría llegar a pesar una tonelada. Es una premonición escalofriante del destino de nuestro Sol. Dentro de 6.000 millones de años se convertirá en un enano blanco. Su muerte marcará el fin de la vida sobre la tierra. Hace que te preguntes cómo tantos otros mundos han nacido y muerto.
Cuántas historias no se han contado. Cuántos libros se habrán perdido para siempre. Mayor historia todavía está sin contar.
Debemos remontarnos al primer capítulo, al relato de cómo nació el universo. Los restos esparcidos de una estrella muerta, una nebulosa, la nebulosa del cangrejo. Ahora estamos a 6.000 años luz de casa, en el profundo interior de un patio estelar. Hemos aprendido tanto, visto cosas que nunca creímos posibles. Ahora presenciamos espectáculos como este, maravillas que una vez estuvieron más allá de nuestra imaginación y las damos por hechas.
Estamos preparados, preparados para enfrentarnos a lo que nos encontremos, decididos a llegar al confín del universo. Parece muerto, pero tal vez no sea sino la calma antes de la tormenta, tras una enorme explosión, tan poderosa como para convertir una estrella gigante en una nube de polvo y gas, una supernova. El ojo del huracán, una estrella giratoria y oscilante, un pulsar.
La gravedad debe de haber encogido la estrella gigante a este tamaño. Solo tiene 20 kilómetros de diámetro. Increíblemente densa.
Un fragmento del tamaño de la cabeza de un alfiler pesaría cientos, tal vez millones de toneladas. Y a medida que menguaba como un patinador sobre hielo haciendo una pirueta con sus brazos extendidos para después doblarlos, comenzó a girar cada vez más rápido. Dos haces de luz, energía y radiación, girando a 30 vueltas por segundo, energizando la enorme nube de polvo irás. Hay tanta radiación aquí, incluso más que en el sol.
Es fácilmente lo más letal que hemos encontrado hasta ahora. Antes nos habría aterrorizado Pero ahora nos damos cuenta de que sin los peligros tampoco habría maravillas No habría sueños sin pesadillas Tengo sensaciones extrañas. Siento, como si hubiese algo malo ahí fuera.
Una presencia malévola. Justo lo que no queríamos encontrar. De un negro imposible, emborronando las estrellas que quedan detrás. Comenzamos a mirar cara a cara a la extinción. Los restos de una estrella gigante.
Un agujero negro. En vez de contraerse hasta quedarse como un enano o un pulsar, siguió menguando hasta convertirse en algo tan pequeño que llegó a medir tan solo unos cuantos kilómetros. Mucho más denso que un pulsar e imposible de resistir.
No te aproximes demasiado, no habrá forma de volver atrás. Ahora sabemos por qué es un agujero negro. Posee una gravedad tan intensa que ni siquiera la luz puede escapar. Este asteroide es un pedazo de roca sólida, pero en realidad está alargándose, siendo arrastrado hacia el agujero.
Dentro no hay materia tal y como la conocemos. ni tiempo ni espacio todas las reglas de la física se desmoronan el asteroide se fue la verdad es que nadie sabe realmente dónde Estamos contemplando el límite del entendimiento humano. Podría haber millones de agujeros negros deambulando por nuestra galaxia, tal vez más que todas las estrellas del cielo.
Pero no los veríamos hasta que fuera demasiado tarde. Como esta estrella, moviéndose en espiral hacia un agujero invisible. ¿Quién nos dice que vivamos en el interior de un vasto agujero negro? ¿Que el universo entero no esté dentro de otro universo?
Si piensas en ello demasiado tiempo tu mente comenzará a dar vueltas. Algunas veces parece que cuanto más vemos, menos sabemos. Pero sí que conocemos nuestra galaxia. Es más compleja y más peligrosa de lo que nunca imaginamos.
Y aún estamos en nuestra propia galaxia, la Vía Láctea. La vasta extensión del universo queda por delante. Maravillas, los peligros, los secretos, están ahí fuera.
Pero antes debemos encontrar la salida de la Vía Láctea. A 7000 años luz de casa, en las profundidades de nuestra propia galaxia, es como si estuviésemos en un frondoso bosque, cada uno de los árboles tan bello. Tan fascinante, que es imposible ver más allá para vislumbrar la imagen completa. Tenemos que encontrar la salida, llegar a las zonas despejadas en los límites de la galaxia.
Solo entonces comenzaremos a entender dónde y cuándo todo comenzó. Pero ante signos como este, es difícil abandonar. Una colosal nube brillante coronada por estas grandes torres de polvo. Los pilares de la creación.
Como una salida a la galaxia distante. Ambos pilares adornados con pequeños salientes. Sistemas estelares embriónicos. Cada uno de ellos tiene el tamaño de nuestro sistema solar.
Otro monumento a la impresionante creatividad de la naturaleza. Tenemos que ignorar su belleza cautivadora, su canto de sirena, salir de allí a fin de continuar hacia el confín de la galaxia. ...curdidos por la belleza de la Vía Láctea. Hemos sido cegados por sus terrores y nos hemos extraviado en un campo de minas cósmico.
Como una explosión a cámara lenta, nubes gigantes de gas estallan al salir de esta estrella. Una enorme estrella, millones de veces más luminosa que nuestro Sol. Se está fundiendo.
El combustible que la sostiene se agota. Las reacciones nucleares que la encienden se debilitan. Estamos presenciando sus extertores. Al final, el núcleo implosionará.
El resultado será un nuevo agujero negro. Una estrella aún mayor, más peligrosa e inestable. Pero ésta está a punto de estallar.
Y cuando una estrella tan grande como ésta muere, es cientos de veces más violenta que una supernova. De algún modo hemos acabado en la muerte estelar más violenta que cabe imaginar. Una hipernova.
El núcleo se deshizo, se está convirtiendo en un agujero negro. Y aquí tenemos la onda expansiva abriéndose paso a través de la estrella, arrancándose sus capas exteriores hacia el espacio. Hay radiaciones letales por todas partes. Bastan para tener un efecto catastrófico sobre cualquier planeta con la mala suerte de estar cerca.
Cuando prácticamente todas las especies de la Tierra fueron barridas hace 450 millones de años, el culpable puede haber sido una de estas. Hipernovas mortales, cometas congelados, planetas achicharrados, enanos blancos, gigantes... Los lentes rojos, la tierra, minúsculas gotas en una gran piscina de luz blanca, nuestra galaxia, la vía láctea.
Queríamos saber dónde encajábamos. He aquí la respuesta. Civilizaciones pasadas y presentes. Todo lo que ha vivido alguna vez.
El bicho más pequeño. La montaña más alta. Todo es...
Invisible. Ni siquiera una pequeña mota de polvo. Nuestro hogar es un planeta menor de una estrella insignificante. Si desapareciera ahora mismo, ¿quién o qué lo notaría?
Y sin embargo, hasta ahora no hemos encontrado otro lugar en el que vivir. Ningún lugar en el que pudiésemos habitar. Es sólo ahora, lejos de casa, que empezamos a percatarnos de verdad.
Mira todas estas estrellas, cientos de miles de ellas. Seguro que una de ellas, más de una, debe de ser capaz de sostener vida. Tal vez en este marasmo de estrellas, el gran racimo.
En los años 70 del siglo XX, los astrónomos enviaron un mensaje en esta dirección que contenía información detallada de nuestro ADN y mostraba el mapa de nuestro sistema solar. Pero está tan lejos de casa que el mensaje no llegará durante al menos otros 25.000 años. No hemos encontrado vida extraterrestre, todavía, y tampoco hemos encontrado razones para pensar que no exista aquí, en algún lugar. Hay una ecuación desarrollada para calcular el número de otras civilizaciones avanzadas. Haz las cuentas y el resultado es chocante.
Podría haber millones de civilizaciones sólo en nuestra galaxia. Todo lo que hemos visto hasta ahora está inmerso en la Vía Láctea. Ahora llega nuestra oportunidad de ver otras galaxias, de vislumbrarlo todo, y tal vez de responder la pregunta fundamental, ¿de dónde viene todo esto?
Ahora estamos preparados para dejar nuestro Sistema Solar, nuestra galaxia, e ingresar en el espacio intergaláctico. ......más allá de la Vía Láctea, a través de la vastedad entre las galaxias, contra todo pronóstico... Hemos llegado al espacio intergaláctico.
Aquí fuera no hay horizonte a la vista. Incluso las galaxias más cercanas están situadas a millones de años luz. Restos de las galaxias desgarrados por la enorme fuerza gravitatoria de la Vía Láctea. Esparcidos por la nada. Es lo más cercano a un vacío perfecto en el universo, pero incluso esto no está totalmente vacío.
Hay unas delgadas britnas de gas, finos restos de polvo y algo más. Materia oscura. Tan misteriosa que no podemos verla, sentirla, probarla, tocarla o incluso medirla. Pero es tan común que podría constituir el 90% de toda la materia del universo.
Si la materia oscura existe, esto significa que no hay nada semejante al espacio vacío. Incluso aquí nos vemos rodeados por la materia. Solo sabemos que existe debido a la extraña atracción que ejerce sobre las galaxias, como esta, la gran nube maguelánica.
A más de 6.000 millones de años en la nave espacial más veloz de hoy en día. A 160.000 años luz de la Vía Láctea. En el límite del alcance de su gravedad. Esta galaxia podría salir rodando por el espacio.
Pero algo la mantiene aquí. Algo invisible. Poderoso. Materia oscura.
Estrellas Racimos de estrellas. Nebulosas. Una vasta mansión astronómica de las maravillas. Pero mira esto, es como un collar de perlas brillantes.
Es una bola de fuego, expandiéndose por lo que debió de haber sido una gran explosión. Una supernova. tan brillante que cuando la luz de la explosión alcanzó la tierra en 1987 se pudo ver a simple vista y tan violenta que de seguir serie de reacciones nucleares empujando a los átomos unos contra otros creando nuevos elementos oro plata latino disparados por todo el universo El oro del anillo de tu dedo fue forjado en una supernova como ésta, a billones de kilómetros de distancia.
Miles de millones de años antes. Antes de que saliéramos de casa, el universo parecía algo aislado. Ahí fuera, arriba en el cielo. Estábamos equivocados.
La historia del universo es la historia de cada uno de nosotros. Es reconfortante recordarlo mientras nos adentramos en este abismo, más y más lejos, más y más deprisa. La galaxia Andrómeda, a dos millones y medio de años luz, Se mueve a través del espacio a casi un millón de kilómetros por hora.
Todo en el espacio se fragmenta, como la metralla de una explosión. Vemos la galaxia tal como era cuando nuestros ancestros los primates caminaron por primera vez por las llanuras africanas. Más lejos por el espacio y el tiempo.
Esto no tiene buen aspecto. Una galaxia entera explotando. La única causa lo suficientemente grande como para provocar una explosión de este tamaño tiene que ser otra galaxia. Parece el fin del mundo.
Pero hemos visto bastante para saber que las cosas nunca son tan sencillas. La galaxia no morirá, renacerá. Una nueva forma, tal vez nuevas estrellas.
Mientras el polvo y el gas colisionan creando fricción, ondas expansivas que producen el nacimiento de nuevas estrellas. Hay orden en este caos. Un patrón bajo la variedad infinita. Un ciclo interminable de nacimiento y muerte, creación y destrucción.
Es un patrón cosido en la vasta tela del espacio que vincula a cada una de estas galaxias. Hay miles de millones de galaxias en el universo. Cada una con miles de millones, incluso billones de estrellas. Posiblemente haya más estrellas que granos de arena en todas las playas de la Tierra. Y todas son estrellas existentes hoy en día.
¿Qué hay de las que ya no están? De las que están naciendo, de las que nacerán. Por fin comenzamos a verlo todo. Y es mayor de lo que imaginamos.
Esta galaxia, la gran galaxia del molinete, está tan lejos de la Tierra, que si ahora enviásemos un mensaje, tardaría 27 millones de años en llegar allí. ¿Quién sabe si nuestra especie, nuestro planeta, todavía estará para recibirlo? Seguramente no. Avanzamos en nuestro viaje, remontándonos en el tiempo.
Más allá del momento en que los dinosaurios fueron barridos. Más allá del momento cuando las primeras criaturas se encaramaron al terreno. Dos mil millones de años luz de casa, acercándonos al límite del universo, remontándonos al principio de los tiempos.
Esto no es una galaxia. Brilla más que cientos de galaxias juntas. Un acegador de energía explotando a lo largo de billones de kilómetros.
Algo así de grande y brillante debe de ser increíblemente poderoso. La experiencia nos dice que aquí fuera la potencia equivale a peligro. Parece un cuasar, el objeto más mortífero del universo.
Si es un cuasar, entonces nuestro viaje podría terminar, igual que el fin se haya casi a la vista. El objeto más poderoso y letal del universo. Un cuásar. Una caldera espiral de gas supercaliente, más brillante que cientos de galaxias.
La fuente de este poder asombroso se halla en las profundidades del corazón de la bestia. Un corazón oscuro, un agujero negro masivo, pesado como miles de millones de soles. Despedaza estrellas enteras, absorbiendo sus gases, devorándolos hasta que no son nada. Perdidos por siempre para el universo visible. Hemos visto lo peor que el universo puede lanzar sobre nosotros.
Las fuerzas más poderosas y destructivas producidas por el universo. Ahora nos dirigimos a los confines del universo. Está casi a nuestro alcance. Necesitaremos ir más lejos, más rápido, si es que queremos llegar al último rincón del universo conocido. 8.000 millones de años luz de casa, más galaxias, pero estas parecen diferentes, pequeñas, andrajosas, próximas las unas a las otras.
Estamos tan atrás en el tiempo que vemos estas galaxias como eran antes de que la Tierra hubiese nacido. Todavía son jóvenes, aún están creciendo. Nos acercamos a dónde y cómo todo comenzó.
Hace 12 miles de millones de años. observa las galaxias ahora parecen plácton primitivo flotando en un vasto y oscuro océano es mágico nubes de polvo y gas danzando formando una silueta fundiéndose para crear galaxias embrionarias Así es como nuestra propia galaxia nació. Están desapareciendo.
Hemos retrocedido hasta antes de que las estrellas nacieran. Estamos en una edad oscura cósmica. Y antes de eso, luz.
La luminiscencia de una explosión masiva. La explosión que creó el universo conocido. Casi hemos llegado.
Esto es, hemos llegado, el límite del universo, a 130.000 millones de billones de kilómetros, hace 13.500 miles de millones de años, el mismo instante del Big Bang, el momento más violento y creativo de la historia. Todo lo que ha ocurrido desde entonces es resultado de este momento. Cada religión, cada cultura ha reflexionado sobre ello. Pero aún no sabemos lo que animó este acto de creación, o por qué.
Aquí termina nuestro viaje. Donde el universo comienza. Un punto infinitamente caliente, denso y pequeño estalla.
Creando espacio, tiempo, materia, nuestro propio universo. Al principio es del tamaño de una partícula subatómica, una fracción de segundo después, es tan grande como para caber en la palma de la mano. Momentos más tarde, es del tamaño de la Tierra.
Hoy, la luz del Big Bang todavía se extiende como el silbido de una onda de radio. Tu televisión la percibe. La puedes ver en la pantalla de una televisión sin sintonizar. Continuamos a través del tiempo, cabalgando sobre la onda expansiva.
Todo lo que hemos visto en nuestro viaje son chispas saliendo de las galaxias, las estrellas, los planetas del Big Bang. Todo es un amasijo de desechos. Caminando marcha atrás por nuestra galaxia Nuestro sistema solar Hasta que alcanzamos Un carbón enfriándose Girando como un remolino en la luminiscencia del Big Bang Tierra.
Para ver el futuro, tenemos que regresar al pasado. Dentro de 3.000 millones de años, la vasta galaxia Andrómeda choca contra la nuestra. Una nueva galaxia nace.
El Sol y los planetas sobreviven, pero han sido lanzados en una gran órbita giratoria alrededor de la nueva galaxia. El Sol se convierte en un gigante rojo, se traga a Venus y Mercurio, quema la superficie de nuestro planeta, destruyendo toda la vida sobre la Tierra. El sol muere, minguando hasta el tamaño de un enano blanco.
Las estrellas vecinas también se mueren. Son reemplazadas por enanos blancos, púlsares, acujeros negros. Las luces se apagan en la galaxia.
Desde el Big Bang, el universo ha estado apagándose, muriendo, no de golpe, sino con un largo y sordo quejido. Pero podría haber una salida, una vía de escape de nuestro universo moribundo. Podría ser posible que nuestros descendientes lejanos encontrasen un atajo a través del espacio y del tiempo, un hoyo de lombriz.
Si hubiese otros universos, llevaría a nuestros descendientes de nuestro universo condenado a otro paralelo, donde encontrarían otra tierra todavía en su plenitud. Si tienen suerte, vivirán en un nuevo universo. Un nuevo hogar.