Para la historia de la biología, el siglo XVII significó el principio de una etapa llena de descubrimientos y avances teóricos que transformaron significativamente la concepción del hombre sobre la vida. Esta historia de cambios e innovaciones empezó con un comerciante holandés llamado Antonio van Leeuwenhoek, quien se dedicaba a la venta de telas. Como parte de su trabajo cotidiano, Liebenhuk utilizaba una lente de aumento para observar con mayor detalle las fibras de las telas y comprobar la calidad de los tejidos. Con el paso del tiempo, el comerciante ideó formas de pulir las lentes hasta alcanzar un grado de perfeccionamiento que le permitió ver a través de ellas con mayor claridad. Su conocimiento del trabajo con las lentes lo llevó a construir unos peculiares y sencillos microscopios.
cuya calidad no fue superada hasta el siglo XIX. Autodidacta en las ciencias naturales, Leeuwenhoek se fue internando cada vez más en un nuevo mundo poblado por seres que nadie, en toda la historia de la humanidad, había visto. La curiosidad le condujo a examinar cuánto encontraba en su camino.
Así, bajo el ojo de sus lupas, colocó gotas de agua, de sangre, de semen y su propia piel. Observó dentro de estos elementos grupos de microorganismos, de diminutos seres vivos, a los cuales describió como pequeños animales bajo el microscopio. Dichos seres eran protozoarios, bacterias, espermatozoides, glóbulos rojos y células.
Lee Ben-Hook, al igual que Cristóbal Colón, había descubierto un nuevo continente. A diferencia del navegante genovés, Lee Ben-Hook se aventuró en un mundo a través de un microscopio. sin el respaldo de tripulación alguna. Buscó repetidamente el apoyo de los hombres de ciencia.
Realizó dibujos y descripciones sobre cuanto había observado y los envió a la Royal Society de Londres, institución científica donde por mucho tiempo lo consideraron como un loco. Los científicos de aquella época no alcanzaban a comprender de dónde había sacado las imágenes de tan extraordinarios seres, si eran fruto de una exótica inspiración o formas de vida reales. Asimismo, desconocían el grado de perfeccionamiento alcanzado por Leeuwenhoek en el pulido de las lentes, las cuales le permitieron ver los objetos 200 veces más grandes de su tamaño. Sin embargo, su perseverancia y el valor de su trabajo obtuvieron justo reconocimiento finalmente y fue nombrado miembro de la Royal Society de Londres. De una manera casi accidental, el comerciante holandés había entrado en los terrenos de la ciencia.
revolucionándola gracias a sus descubrimientos. Esta nueva mirada sobre el mundo colocó al hombre en un lugar privilegiado para estudiar las más pequeñas formas de vida y llevó a la ciencia de la biología a trazarse itinerarios que no hubiera podido cumplir sin las herramientas adecuadas. El microscopio de Leeuwenhoek tuvo un antecesor. El microscopio compuesto o microscopio óptico, el cual constaba de dos lentes y un aparato de iluminación.
Sin embargo, debido a ciertas dificultades en su uso relacionadas con la óptica y con la iluminación, fue relegado durante algunos años como instrumento científico. A pesar de dichos inconvenientes, gracias al microscopio compuesto, en 1665, el físico inglés Robert Hooke pudo nombrar por primera vez a la unidad fundamental de los seres vivos, la célula. Aunque Leeuwenhoek ya había descrito algunas células vivas, nadie antes de Hooke acertó en bautizarlas.
Estaban ahí simplemente como una entidad misteriosa e indescifrable. Por supuesto, se podrá pensar que el nombre es lo de menos. Sin embargo, constituye un elemento crucial para distinguir y ordenar la gran variedad de cosas que circundan nuestra vida. ¿Pero por qué Hooke llamó células a las células y no de otra manera?
La razón es interesante. El científico se encontraba observando una delgada capa de corcho a través del microscopio compuesto. Vio en el corcho unas estructuras pequeñas similares a un panal de abejas.
La forma de esas cajitas vacías llevó a Hooke a denominarlas como cells, palabra inglesa que en español significa celdilla o célula. Esas cajitas que Hooke observó eran células muertas. secreciones que quedaban de las células vegetales.
La importancia de este descubrimiento consistió en nombrar por vez primera a estas pequeñas entidades, las cuales son uno de los factores primordiales para comprender la existencia de la vida en la Tierra. Sin el legado de Hooke, Hubiera sido más difícil para Teodoro Schwan, Matthias Schleiden y Rudolf Birchow postular la teoría celular en el siglo XIX. Esta triada de hombres de ciencia propuso que la unidad anatómica y fisiológica de los seres vivos es la célula. Asimismo afirmaron que los organismos vivos están formados por células a partir de las cuales se reproducen o se originan.
Con la teoría celular, la biología dio un paso más en su afuera. afán por descubrir los laberintos de la vida. Todo ello empezó de alguna forma con un vendedor, quien por examinar las propiedades de las telas, terminó descubriendo aún en la palma de su mano todo un universo microscópico. A lo largo del siglo XIX se registraron importantes avances científicos en el campo de la biología. Una contribución relevante estuvo a cargo del francés Louis Pasteur, quien refutó la teoría de la generación espontánea.
De acuerdo con esta teoría, la materia inorgánica era capaz de generar vida por sí misma. Mediante una serie de experimentos, Pasteur demostró que todos los seres vivos provienen de otros seres vivos. que es imposible para la materia inorgánica engendrar vida. Pasteur estableció así un nuevo punto de partida para el estudio de la reproducción de los organismos.
Las investigaciones sobre la vida ayudaron a los hombres del siglo XIX a mejorar sus expectativas en materia de salud. En aquel tiempo, Eran comunes las grandes epidemias de fiebre amarilla, cólera y viruela, enfermedades que causaban la muerte de muchas personas en el continente europeo. Un inglés, Eduardo Jenner, se dedicó particularmente al estudio de uno de estos males, la viruela.
Él se dio cuenta que durante las terribles epidemias, las mujeres dedicadas a ordeñar vacas no se contagiaban de viruela, cuando prácticamente en todas las familias alguien moría debido a esta enfermedad. Jenner buscó explicarse esta situación excepcional. Advirtió que las vacas padecían una enfermedad muy similar a la viruela causada por un virus semejante.
Al ordeñar a estos animales, las mujeres se contagiaban con el virus a través de las manos y los brazos, pues eran las partes de su cuerpo que estaban en contacto con las ubres de las vacas. De alguna manera, esto producía en ellas inmunidad, factor que las protegía de la enfermedad de la viruela. Tras observar el proceso inmunológico, Jenner intentó probar su vacuna, pero nadie quiso ayudarle. Decidió entonces experimentar con su hijo, quien fue el primero en recibir la vacuna de la viruela, misma que ayudó a salvar posteriormente tantas vidas. En el terreno teórico, El siglo XIX fue testigo del nacimiento de las formulaciones de Carlos Darwin y de Gregorio Mendel.
A través de su obra, Darwin pudo explicar la evolución que experimentan los seres vivos durante el transcurso de los años. Propuso el concepto de la selección natural como uno de los factores que influyen en la evolución. En la teoría de la selección natural, se establece que aquellos individuos mejor adaptados a su medio son los elegidos para subsistir. y transmitir los caracteres hereditarios a sus hijos. Darwin, sin embargo, no profundizó en los factores hereditarios tanto como lo hizo un contemporáneo suyo, el monje Gregorio Mendel.
A Mendel le sorprendía ver dentro de una familia de cualquier especie que a veces los hijos eran muy parecidos a los padres y en otras ocasiones se parecían muy poco. Por ello se dedicó a estudiar cómo se transmitía la herencia y dónde se encontraban esos caracteres hereditarios. Para averiguar las leyes que regían la herencia, Mendel trabajó con plantas de chícharos en su monasterio. Los vio crecer y reproducirse, e hizo meticulosas anotaciones sobre la forma en que se transmitían ciertas características de una generación a otra.
El monje austriaco, abrió así las puertas de una nueva disciplina en el terreno de la biología, la genética. Por esa puerta, pero ya en pleno siglo XX, transitaron James Watson y Francis Crick, quienes descubrieron la estructura del ácido desoxirribonucleico conocido como ADN. Es la sustancia que forma los cromosomas y dentro de ambos se encuentran los caracteres de la herencia.
Entre la evolución de las especies y la transmisión de la herencia, la biología ha ayudado al hombre a revelar algunas claves del mundo de los seres vivos. Sin embargo, hay muchas preguntas que permanecen sin respuesta. Una de ellas, inquietante hasta cierto punto, gira en torno del origen de la vida. Dos científicos, Alexander Oparin y John Borden Sanderson Haldane, señalaron que la vida en la Tierra se originó hace 3.500 millones de años. Su teoría, la más aceptada hasta nuestra época, describe el proceso y las condiciones bajo las cuales surgieron los primeros seres vivos en nuestro planeta.
Origen y herencia, enfermedad y salud, apenas algunas claves para comprender la muy compleja trama de la vida. Dentro de la ciencia ningún camino está cerrado. Luis Pasteur fue capaz de cuestionar un conocimiento que todos daban por verdadero, y ello condujo a la apertura de otros caminos, donde la imaginación científica aprendió a confrontarse de otra manera con la realidad. El ojo atento de estos científicos Gracias. Permitió descubrir el conocimiento, conquistarlo, para después darle un uso en beneficio de sus semejantes.
De la mirada observadora, pasaron a la búsqueda de razones que les ayudaran a explicarse los diversos fenómenos del mundo. En el campo de la biología, los siglos XIX y XX han sido un aluvión de constantes descubrimientos, de avances hacia ámbitos minúsculos. donde la vida ha permitido al hombre desentrañar solo algunos de sus más sorprendentes secretos.