Franquismo es un vocablo que define un tipo de régimen político o sistema de dominación institucional que presidió la vida social, económica y cultural de España durante casi 40 años del siglo XX, entre los años 1936 y 1975. Su nombre deriva de la figura histórica que ejerció durante ese periodo el máximo poder y la suprema autoridad política de manera casi absoluta. El general Francisco Franco Bahamonde. De hecho, durante esas cuatro décadas, Franco fue la clave de bóveda del régimen en calidad de dictador con poderes casi omnímodos y sin limitación de tiempo, con el título oficial de Caudillo de España.
Antes de convertirse en dictador y caudillo, Franco había sido un militar de perfil conservador y prototipo de los africanistas, aquellos que forjaron su carrera en las campañas coloniales de Marruecos. Convencido de que el ejército era la columna vertebral de España, Apoyó la dictadura del general Miguel Primo de Rivera entre 1923 y 1930 y fue el primer director de la Academia General Militar de Zaragoza, creada en 1927. Proclamada la Segunda República en 1931, su conservadurismo y catolicismo le convirtió en un crítico de los programas reformistas de los gobiernos republicanos socialistas, volcados en la reforma agraria latifundista, la descentralización autonómica y la secularización religiosa. Pero...
Apoyó a los gobiernos republicanos conservadores en octubre de 1934 y tuvo un protagonismo especial en el aplastamiento de la insurrección socialista en Asturias y de la rebelión secesionista en Cataluña. Tras la victoria electoral del Frente Popular de Izquierdas en febrero de 1936, tomó parte en la conspiración militar que provocó la sublevación de julio de 1936 con un doble objetivo, frenar por la fuerza de las armas el ambicioso programa reformista aplicado por el gobierno y para atajar el espectro de revolución social que percibía tras la movilización popular que había acompañado la victoria electoral de las izquierdas. El inicio de la guerra civil de 1936 a 1939 fue una etapa crucial para la fulgurante ascensión política de Franco a la cumbre del Estado.
Al principio, fue sólo uno más de los generales sublevados que formaron una Junta de Defensa Nacional que asumía todos los poderes del Estado. Era el máximo órgano del poder militar exclusivo implantado en la España insurgente, que promovió un violento proceso de involución social y política de perfil autoritario, contrarreformista y contrarrevolucionario. La prolongación de la guerra civil y el crítico contexto internacional contemporáneo pronto exigieron que la Junta Militar Colegiada decidiera concentrar el mando en una única persona que pudiera actuar como comandante en jefe de las fuerzas insurgentes, Franco.
Recibió de sus compañeros de armas ese encargo porque tenía gran prestigio, carecía de competidores vivos, dirigía las tropas que más victorias lograban, los moros y los legionarios que avanzaban hacia Madrid y había logrado el vital apoyo de la Alemania de Hitler y de la Italia de Mussolini. En consecuencia, a finales de septiembre de 1936, la Junta le nombró Generalísimo de las Fuerzas Nacionales de Tierra, Mar y Aire y Jefe de Gobierno del Estado, traspasándole todos los poderes del Estado. La dictadura militar colegiada se convertía así en una dictadura militar de poder personal, cuyo único y absoluto titular era Franco.
A partir de entonces fue configurándose el régimen político denominado franquismo. Porque Franco no quiso ser sólo el portavoz y líder de sus compañeros de armas que le habían elegido para el cargo. Al ejército como pilar originario y supremo de su poder, le fue sumando otras dos fuentes de legitimidad que apuntalaron su incipiente autoridad omnívoda.
Por un lado, La Iglesia Católica, objeto de una fuerte persecución en la retaguardia republicana que sancionó su esfuerzo bélico como una cruzada por Dios y por España y proporcionó un catolicismo militante y beligerante que habría de ser hasta el final de la ideología suprema del régimen. Por otro lado, la falange española tradicionalista, el partido único configurado en abril de 1937 por fusión de todas las fuerzas derechistas, monárquicos, católicos, carlistas y falangistas, que se convertiría en el instrumento clave para organizar a sus partidarios, suministrar fieles servidores administrativos y encuadrar a la sociedad civil. Organización Sindical, Sección Femenina, Frente de Juventudes.
El régimen caudillista erigido sobre esos tres pilares institucionales, ejército, iglesia y falange, con el inexcusable apoyo germano-italiano, lograría un triunfo incontestable en la Guerra Civil en abril de 1939. El caudillo de la victoria sentaría sobre ese triunfo las bases de la legitimidad de su magistratura vitalicia y providencial, que se prolongaría hasta su propia muerte en noviembre de 1975. Pese a que el franquismo experimentaría algunos cambios más o menos intensos durante su larga existencia, hubo un elemento permanente que nunca sufrió menos cabo, el enorme grado de concentración de la autoridad omnímoda en una sola mano y persona. El franquismo era sobre todo una dictadura personal, y así quedó recogido tempranamente en la legislación que otorgaba al caudillo una amplísima gama de poderes ejecutivos, legislativos y judiciales. Por ejemplo, la Ley de Reorganización de la Administración Central del Estado firmada por el propio Franco.
El 8 de agosto de 1939 otorgaba al caudillo la suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general y radicaba en él, de modo permanente, las funciones de gobierno. Esta inmensa concentración de poder, inigualada nunca por otro gobernante español anterior o posterior, no supuso sin embargo la desaparición en el seno del régimen de varios grupos políticos más o menos organizados, pero igualmente operativos. que respondían a las previas fuerzas políticas derechistas. Se trataba de las llamadas familias franquistas, falangistas, carlistas, católicos y monárquicos.
Franco tuvo la habilidad de ejercer un continuo arbitraje moderador entre todas ellas, dividiendo internamente sus filas y contraponiendo a unas familias contra otras para evitar el excesivo crecimiento de una única opción que pudiera hacer sombra a su poder personal. El resultado de esa combinatoria equilibrada se apreció en la composición política de todos sus gobiernos, donde los militares tuvieron un papel preponderante, más de un tercio del total de ministros, y acumularon siempre las carteras militares y de orden público. A continuación seguían en importancia los ministros falangistas que sumarían el 25% del total y coparían los ministerios sociales, trabajo, vivienda, organización sindical, etc. Las restantes familias tuvieron una participación menor en los gobiernos.
Carlistas, 4,5%, dominando la cartera de justicia. Monárquicos, 3%, copando los ministerios económicos. Católicos políticos, 4,5%, con fuerte presencia en educación, etc.
Los principios ideológicos básicos del régimen franquista reflejaron esa heterogeneidad de componentes que le daba su fuerza social real. Se trataba de una serie de ideas genéricas que recogían el universo doctrinal compartido por todas las derechas españolas por igual. 1. El nacionalismo español unitarista y férreamente centralista y antiseparatista.
Una fobia antiliberal y antidemocrática identificada con la antimasonería. 3. La hostilidad contra el comunismo y sus cómplices, socialistas, anarquistas y demócratas. 4. La profesión de fe católica de carácter integrista.
Un rígido conservadurismo social tradicionalista, preservando siempre su condición de dictadura personal y el equilibrio entre sus tres pilares institucionales y sus familias políticas, el franquismo experimentó una clara evolución a lo largo de sus 40 años de existencia. En cada una de esas etapas evolutivas, predominaron una u otra de dichas instituciones y familias, sin menoscabo del poder último y decisorio del caudillo. En esencia, el franquismo puede dividirse en dos grandes periodos diferentes, cuyo hito divisorio radica en el bienio de 1957 al 59, con el cambio de gobierno que supone la postergación definitiva de los falangistas y la aprobación del plan de estabilización propuesto por los tecnócratas católicos ligados al Opus Dei.
Esos cambios, de 1957 al 59, supusieron el final de una primera etapa del franquismo caracterizada todavía por los efectos políticos y materiales de la guerra civil. Con su secuela de represión inmisericorde contra sus enemigos vencidos, hambruna y miseria generalizada, asfixiante autarquía económica y voluntario o forzoso aislamiento internacional, durante la Segunda Guerra Mundial, y la primera etapa de la Guerra Fría. Y dicho bienio, de 1957 a 1959, supuso el punto de arranque de una segunda etapa del franquismo, definida por un rápido desarrollo económico, profundos cambios sociales y demográficos, un incipiente bienestar material de la población y una apertura diplomática y económica hacia el exterior, en el contexto de la distensión internacional y la expansión económica de los años 60. El contraste entre ambos periodos se aprecia en varias dimensiones.
En 1950, Durante la primera etapa, España tenía 28 millones de habitantes en los que predominaba todavía la población rural y agraria, con una renta per cápita de 694 dólares constantes, con el 66% de viviendas que carecían de agua corriente y con una tasa de escolarización primaria que sólo cubría a uno de cada dos niños de 2 a 13 años. España era entonces uno de los países más pobres y subdesarrollados de Europa, junto con Portugal y Grecia. Sin embargo, en 1970, tras una década del llamado a la democracia, llamado Milagro Económico Español, el país contaba con 35,4 millones de habitantes, que mayormente era ya urbana y trabajaba en la industria y los servicios.
Tenía una renta per cápita de 1.904 dólares constantes. Solo el 13% de viviendas carecía de agua corriente y la tasa de escolarización había alcanzado al 90% de los niños españoles. En definitiva, entre esas fechas, España dejó de ser un país predominantemente agrario y rural a la cola del desarrollo europeo y occidental.
y se convirtió en un país mayormente urbano, industrializado y con un sector servicios diversificado y renovado. A esas dos fases básicas es preciso añadir la existencia de una última etapa del régimen, el tardofranquismo, que se extiende entre 1973 y la muerte del caudillo. En esos años quedó patente el hondo desfase registrado entre un sistema político autoritario anquilosado en el pasado y una sociedad que había experimentado una modernización espectacular de sus bases económicas y culturales homologables a las de la Europa.
occidental. En esos años terminales, la sociedad española ya sólo era diferente de sus homólogas europeas por la desfasada naturaleza autoritaria de su sistema político, que era cada vez más anacrónica respecto a la nueva sociedad española urbanizada, industrializada, diversificada, alfabetizada y secularizada. La consecuente crisis del régimen fue agudizada por el asesinato del principal asesor del caudillo, el almirante Carrero Blanco, a manos de la organización terrorista ETA.
Diciembre de 1973. Por el perceptible declive de las capacidades físicas del dictador y por la paralela intensificación de la presión popular y opositora en favor de una transición democrática. En esas condiciones, cuando Franco falleció tras su larga agonía, casi todos los testigos contemporáneos, ya fueran dirigentes del régimen o de la oposición, comprendieron que ya no había posibilidad de pervivencia del régimen franquista con el caudillo muerto. Hasta tal punto su persona había formado e informado dicho sistema de dominación política, aquel 20 de noviembre de 1975. Llegaba, por tanto, a su final, un régimen político cuya única constante definitoria fue la presencia del general Franco como supremo dictador militar bonapartista, caudillo arbitral de juicio inapelable y sólo responsable ante Dios y ante la historia. ¡SUS